-por Alberto
Hernández-
“Maneras de
irse” es un libro de experiencias
inmediatas y de experiencias literarias.
Cuesta un poco diferenciarlas tajantemente.
Una habita en la otra y ambas son
expresiones de vida en particular:
la de un poeta que no teme mostrar sus
antecedentes y gustos; es más,
allí radica la poética de este libro.
-Néstor
Mendoza-
1.-
Si la
muerte es una manera de irse, viajar siempre ha sido una manera de regresar. Pero
irse también significa quedarse, instalar en un lugar las voces que se alejaron
o las que aún no se oyen. O las que se imaginan. Irse, entonces, es una manera
de estar, de ser. Y hasta de amistarse con la muerte para conjurarla.
El poema
que le da nombre al libro de Ricardo Ramírez Requena, “Maneras de irse”
(Editorial Ígneo / Colección Ciudades Insomnes, Caracas, 2014), es el más íntimo
de todos. Es el del más doloroso destierro. Porque es la ida definitiva, la más
cercana al dolor: es la marcha de unos seres que retornan como fantasmas. O
como susurros mientras la rutina o la cotidianidad despliegan sus oficios.
El poema:
“Las amigas
de mi madre se han ido muriendo. // Primero fue Yolanda, de carne firme y
silencio. / Luego vinieron la abuela Arreaza, quien le vio/ el culo a todo El
Cafetal de tantos años poniendo inyecciones: Elvira, su alegría y su cigarrillo
perpetuo; / Beatriz, a quien no le tocaba realmente pero decidió / irse, y al
final Elena, impuntual…”
El poema se
decanta, asciende y desciende: quien lo escribe lo anima a ser, lo piensa y lo
premia con nombres cercanos, tanto de personajes como del lugar donde habitaban
esos espíritus que siempre regresan para convidar a quien se quedó en este
mundo entre los afanes del recuerdo. Es una elegía en la que la voz que cierra
el texto se familiariza más con sus duendes interiores.
“Todas se
han ido muriendo. Quién les habrá dicho/ que podían morirse así, como pidiendo
permiso.// Hay maneras de irse y cada una ha respetado el pacto/ que las une.
// Hay un orden de las cosas y mi madre / lo ha entendido en su silencio.// Se
le ve en el rostro, cada vez que aparece Elvira / durmiendo o fumando en la
casa, o el ascensor/ decide detenerse en el segundo piso, el de la abuela.//
Tanto apuro y nadie quiere irse de verdad, dice. // Tanto apuro y no pueden
vivir sin contarme sus/ asuntos en los sueños, comenta.// Me dejaron sola, cuidándoles
la calle y a su gente. / Yo cuento ahora los chismes, yo doy las clases, / yo
pongo las inyecciones ahora. / Aún no puedo irme, me cuenta. Ni que quisiera. /
Cada día me encomiendan cosas nuevas/ las pendejas esas”.
Morir es el
sino más próximo al exilio. Pero siempre se regresa en la voz del otro. Este
exilio, tan casero, tan de la comarca familiar, estremece en la lectura porque
así habla quien vive, quien no ha desistido de la vida, quien no se ha ido,
pero sabe que también le tocará irse algún día.
Una manera
de irse: la muerte, la sombra de quien viaja y retorna en la imaginación, en
las voces de los muertos.
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el escritor venezolano Ricardo Ramírez Requena
foto:queleer.com.ve |
2.-
El poemario
de Ramírez Requena está dividido en cuatro estaciones: Movimientos, Diásporas,
Postales y Adendas. Todos los títulos interiores son correlatos del viaje, de
la ausencia. La voz del poeta comienza con un yo neural, un yo que reclama a la
altura el azar, la suerte de andarse atrincherado, mofado por el dolor. Y desde
ese momento, el libro se mueve –mediante un discurso preciso, limpio, despojado
de brillos innecesarios- a través de un tempo en el que la voz adquiere otros
matices: “Hay una serenidad que otorga la amargura (…) Sabemos que el que
suelte su amargura pierde. / Solo el silencio la resguarda”. Ya no es la nostalgia
invocada por la muerte del otro. Ahora, un sentimiento vivo toma lugar y se
hace a la calle para decir de otros protagonistas, los que seguramente formaron
parte de la experiencia juvenil del poeta.
“Los
muchachos van al frente. Uno teme por ellos, / por su bien o por la idealización
malsana que se/ tiene de ellos. La juventud es fiel a su sangre, / a ese vigor
que desmorona conceptos. Uno solo debe/ guardar aquello que ofrecen, sus pasos
consecuentes/ en un tiempo inconsecuente, su risa. Y caminar alerta/ de que un
viento no nos los vaya a llevar”.
El
movimiento, el tránsito hacia muchos puntos del tiempo, forma parte de los
signos de este hoy amalgamado por miedos y por angustias.
La voz se
traslada de un sitio a otro. Caracas es el depósito de quienes han activado –desde
muchos destinos obligados- la pérdida, porque irse conforma una obligación.
3.-
También está
la imagen de una mujer. Describirla es desearla, pero también mantenerla
detenida o dibujada en la memoria: “Hago imperio en tu mirada mientras oteo
cada / espacio entre los pliegues de tu falda: luz oscura/ que me envuelve sin
motivos, sombra empapada/ de humedad, lugar de mi sosiego, senda clara”. El
amor y el deseo, el texto que crece dentro de quien lo lee, proteico. Y el
tiempo, los pasos del tiempo sobre la realidad, esa cosa que aturde, que
desestima los sueños: “No somos la historia de nadie”.
Y la foto
continúa en otro texto. Pero esta vez es la imagen genética de alguien que
forma parte de una búsqueda, de una historia de exilios, de una fecha anclada
en un siglo ya muerto, y que “fue el insomnio del tiempo”. No deja por fuera la
vivencia plural de un país ardido: “Susúrrale al siglo que se duerma, que deje
nacer/ otra belleza.// Préstale tu pierna mala para que al andar salga/ prudente.//
Llévate a sus muertos olvidados y cansados.// Déjanos la música y el trago. Déjanos
la llama”.
El tiempo
también se larga: tiene su manera de irse. El tiempo se exilia.
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foto:el-nacional.com |
4.-
Las
ciudades también sufren destierros. Suelen irse de uno, de quien las alquila
para habitarlas. La polis es la consagración de todas las huidas. Quien habita
una calle es ciudad, cañería o patio trasero. Quien habita esos espacios se
hace esos espacios. Se hace ciudad. Abandonarlas, dejarlas ante cualquier
eventualidad implica llevarse la ciudad en un morral, en los ojos, en la piel o
en el interior de nuestras sombras. Pero quien viaja ciudades también es muchas
ciudades, pero no se desprende de la original. Es su ciudad. Sus malos olores,
sus personajes anónimos, las mujeres que desnuda y ama, sus muertos, sus
miserias, sus tragedias.
La diáspora,
las semillas esparcidas en otros suelos, la siembra en otro idioma, en otra
calle que no reconoce al recién llegado. El poeta habla de esas ciudades, las
examina, las ama o las detesta. Se hace ellas, parte de sus misterios, de sus
luces y oscuridades. A veces quien respira una ciudad no sabe si la habita o la
muere. O si ha nacido en ella. Se es extranjero la mayoría de las veces: un país
se abandona si el país deja de serlo. La ciudad se despoja.
“En ésta,
en donde vivo ahora, me siento apenas/ testigo de sus andares y mutaciones. De
las otras, / alguien que las busca siempre en sueños”.
Por eso se
entra y se sale del vientre materno. Se hurga en las vísceras de los
callejones, en las costumbres y distracciones. Una ciudad siempre nos retorna a
sus ambigüedades. Y en ella hay tantos desperdicios, tantas pérdidas. Pero
también tanta memoria:
“Hay un
televisor pasando Sábado Sensacional, mudo, / con Amador Bendayán entero; una
radio en donde/ suena Toña La Negra. Nadie baila ni se mira. Reina/ el silencio
y los murmullos de los cuatro del fondo. / De repente, una risa tuya. Una extraña
presencia/ en este final del día. Entran dos niñas ofreciéndote flores para una
mujer que no está aquí. Entra la/ policía y te requisa, para luego ofrecerte
marihuana. / Para todo giras la cabeza, negando. Te detestan. / Terminas la
cerveza y te levantas, dejas el dinero/ y haces que vas al baño. “No hay agua”,
dice/ el letrero. Bajas la cabeza y al salir, sabes que nadie / te mira. Como
si no pertenecieras ahí, y no hubieras/ bebido y pagado tu cerveza. Es que tu
cansancio/ no es el de ellos. ¿No recuerdas el extraño olor a/ cementerio, a
huesos viejos, a negra herrumbre”.
Entonces el
país, el pequeño país del sabor a cerveza, el incapaz de ocasionar resaca, ha perdido
el sentido de ser. Y es Puerto Malo, el milagro geográfico de Eugenio Montejo,
el que aparece para designar el otro destino.
Y es la
misma ausencia, sin huesos, sin palabras. El poema se instala de nuevo en la
muerte.
Son las
ciudades del escape. Son tantas ancladas en el poema. Tantas que se han quedado
desterradas, solas, lejanas. La experiencia sofoca: se ha viajado. Pero nunca
se abandona la tierra bajo las uñas. Una manera de irse es no irse nunca. O
quedarse para irse de otra manera.
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foto:culturaurbana.org |
5.-
Desde La
Guaira, desde la tierra que una vez fue la prometida, se escribe una postal.
Orlando se dirige a Angélica. Referencias culturales, nombres de la vieja
Europa. Italia. Los saludos a amigos y familiares. Y también una especie de
Aquiles engendrado por Afrodita. La cólera. El viaje. La Odisea o la Ilíada. Y
el hombre que escribe traza su propio carácter, sus cambios, sus trastornos. El
poema, la prosa en la que viaja el personaje se aleja con el nombre: “Toma mis
palabras, Angélica, no creo que escriba más. // Menos tuyo y cómo lo agradezco”.
Otra forma de irse.
Ahora es
Orfeo quien le escribe a Eurídice. El hijo de Apolo y Calíope, desposa a la
ninfa de los valles de Tracia. En un evento donde participa Aristeo, la mujer
es mordida por una serpiente. Muere y Orfeo se dedica al llanto y a musicalizar
su pena. Los dioses le permiten bajar al infierno del que intenta sacar a su
amada. El retorno es extenuante. Como en el caso de la mujer de Lot, Orfeo
pierde a Eurípides al no obedecer a los dioses: volteó y la mujer desapareció
en las sombras. Desde este mito, Ramírez Requena escribe “Postal desde la
autopista”.
Un segmento
nos permite sentir la presencia de ambos personajes en la actualidad. Dos
sujetos que forman parte del destierro, de la pérdida, pero también del rencor.
El poeta recrea el mito y lo transforma.
“Esa casa,
ese rostro mediterráneo llega al alba hecho/ certeza y es el mejor de los
insomnios: te despides/ de mí desde otra orilla; estás de espaldas ofreciendo/
tu cabellos a mis dedos y sin verme nunca, / estallando en luz por la ceguera
de cualquier otro sol/ en tus almendras, alejándote me besas desde el más/
nuevo y último de sus exilios”.
La ciudad,
la Caracas de quien la vive y la desvive, aparece en escena en otra postal.
Esta vez desde un espacio específico: el café Rajatabla del Ateneo de Caracas. Y
he allí que la ciudad se angosta y se descubre. Se manifiesta extraña “en una
mesa, / sentado uno al frente de otro, a un punketo y un/ Guardia Nacional”.
La “Carmen”
de Merimée, la cigarrera de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, donde también
trabaja el sargento vasco José Lizarrabengoa, se hacen presencia en Chacao.
Esta traslación, esta suerte de manera de irse de un lugar a otro, de ser traídos
por la imaginación del poeta, comporta un exilio recreado donde el Nuevo Circo
de Caracas, las manifestaciones religiosas de la urbe capitalina habilitan las
imágenes que hacen de este libro una manera de leerlo, de irse con él en exilio
obligado hacia las páginas del novelista y hacia los sonidos de Bizet.
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foto:RubénDaríoCarrero/rubencarrero.blogspot.com |
La historia
es harto conocida. La anécdota de la novela corta de Merimée es un retrato de época.
Una retrospectiva amorosa que empujó a Ramírez Requena a decir:
“No tengo
nada porque darte las gracias, solo/ desearte la mayor de las felicidades en
tus labores/ de puta. // En este lado del Atlántico, en donde me he asumido uno
más de los de aquí, bregamos la primavera arde/ en los ojos y lo que no otorgue
vida lo despedazamos”.
Y desde Las
Palmas, Isolda y Tristán. La postal sale de la ciudad. Lleva el mensaje de las
horas y deshoras de la polis. De los ajetreos urbanos. Habla el poema de la
presencia del personaje en Puerto Malo, y su no regreso a Cornualles por
instrucciones de Mark. Exilio. Destierro. Finalmente es Manoa la tierra que lo
acoge. La tierra que le advierte de la distancia de su origen.
6.-
El largo
aliento del poema “Cuerpo de mujer” descifra a un personaje. El texto narra,
toca y recorre la topografía de un cuerpo. Se hace de sus ojos, de su frente,
de todas sus formas. Lo convierte en un país, en un lugar habitable. Lo
desposa.
Es un poema
de amor donde cada parte del cuerpo es un muelle de sorpresas, de sabores.
Texto del deseo que no se agota:
“Te
desgranas, mujer mía, ahora, en la mañana. / Intento descifrarte y no me dejas
ya. Más que un/ sabio, soy ahora tu esposo. Es un círculo en donde/ lanzo la
atarraya en cada calle y espero.// Del averno a tu olor, y de tu olor al averno”.
Ella también
es un destino. Ella forma parte de esas maneras de irse, de ir y venir.
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foto:ArnaldoUtrera/digopalabratxt.com |
Cierra el
libro con un cuadro de ambientes. Es un poema cuya intimidad se abre al mundo.
Los retos de la casa, la nimiedad de las labores del hogar hasta el viaje
verbal por Chile, Colombia, Praga, Barcelona, Turín…pero también está la mirada
al paisaje local. Esa forma de establecer un espacio para explayar una manera
de desplazarse en el futuro, los hijos que vendrán, los idiomas aprendidos. Y
así, desde una ventana la contemplación del Jardín Botánico, la Universidad, el
Ávila: vistos desde Berlín, México o Liverpool.
Con este
libro, ópera prima de Ricardo Ramírez Requena, se confirma la calidad de una
voz que seguirá aportando títulos para gusto de quienes
tienen en la poesía una manera de irse y de recurrir al exilio y auxilio de sus
imágenes.
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Ricardo Ramírez Requena (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1976). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Es, además de escritor, gran lector, librero y profesor universitario.
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