-por Alberto
Hernández-
"La avería" dirigida por Blanca Portillo (RevistaTeatros.es) |
1.-
¿Metáfora de la justica? ¿Paradoja?
“El desperfecto” es una novela corta, que nació como
un guión para la radio, escrita por el dramaturgo Suizo Friedrich Dürrenmatt
(1921-1990). Obra poco conocida en nuestro ambiente.
La pieza que me desveló, publicada por la editorial
Los Libros del Mirasol, Buenos Aires, 1969, era una lectura pendiente que
reposaba en los archivos del grupo teatral “La Misére” (Maracay, Venezuela), de
donde emergió gracias a la bondad del actor y director Roger Rodríguez. Esta
historia fue puesta en escena por el grupo teatral La Rueca, en 1990, en
Argentina, dirigida por Fernando Medina, con las actuaciones de Alejandro
Borgatello, Guillermo Lemos, Marcelo Luchetti, Ariel Osiris, Hilda Rivas y
Daniel Silveira.
Dürrenmatt es más seguidor que heredero de Brecht,
de los planteamientos de uno de los dramaturgos más emblemáticos de la escena
occidental contemporánea. Su poética se enmarca en la temática del poder, la
justicia y las contradicciones del ser humano. La obra de este autor es muy extensa.
Publicó drama, novela, ensayos, guiones para el cine y la radio, entre otras
aventuras literarias.
Dürrenmatt |
2.-
Cuatro ancianos jubilados, un ex juez, un ex fiscal,
un ex abogado y un ex verdugo, se reúnen en la casa del primero para beber y
comer frugalmente. Pero esta escena no es más que parte de un juego en el que
intervendrá un acusado, porque los personajes –forzados por el retiro- no han
querido abandonar sus costumbres profesionales, razón por la cual la casa del
ex juez ha sido convertida en una especie de fonda, de refugio para gente que
no tiene donde pasar la noche.
Una posada en la que se escenifica un juego para
aplicar “justicia”. El invitado, el que por accidente o casualidad entra a la casa,
se convierte en acusado: inocente o culpable.
Generalmente es culpable, porque el tribunal
escudriña en los secretos del acusado hasta hacerlo reo producto de sus
argucias y peripecias “profesionales”.
El viejo juez, porque ya ejerce de nuevo el oficio,
así como el fiscal Zorn, el abogado defensor Kimmer y el verdugo Pilet sientan
ante la mesa a Alfredo Traps.
Mesa abarrotada de bebidas y apetitosos platos,
servidos por Simone, personaje que hace de ama de llaves, pero que participa
desde lejos como público.
Pero ¿cómo llegó Traps a la casa del anciano ex
juez, quien vive solo porque su hijo se marchó a Norteamérica? El vehículo del
personaje (futuro acusado), un Studebaker, sufrió un percance mecánico, un
desperfecto, que lo obligó a dejar el carro en un taller mecánico. Y por el
gusto de quedarse en el sitio, un pueblo “amable, desperdigado en dirección a
colinas pobladas de bosques, con una pequeña elevación…”, comenzó a buscar una
habitación para pasar la noche, pero antes había pensado en un bar con la muy
deseada intención de encontrarse con alguna chica fácil, pero nada…mientras
conocía el poblado se encontró con un viejo parado frente a una casa con
jardín. Aquí comenzó la historia, aquí los personajes se revelan como tales e
inician el diálogo que llevará a Alfredo Traps a una aventura que terminó muy
mal.
3.-
¿Qué contiene esta historia del dramaturgo suizo,
qué quiere decirle a los espectadores o a los lectores? La conclusión: el poder
hace marionetas de los ciudadanos, el poder envilece, provoca situaciones a
veces inesperadas. El poder, el mismo que criticaba su antecesor Brecht, anula,
ciega y convierte la mentira en una verdad. O la verdad en una mentira. Hace de
la burla una tragedia.
“El desperfecto” es una oportunidad para decirle a
quien recurre a ella, que somos manejados por quienes saben usar argumentos –en
este caso orales- que pueden conducir a un sujeto o a un país a la
desaparición, a la muerte. El poder es un juego de tentaciones. El poder es un
intercambio de sospechas, de venganzas. Pero también es un artilugio para aplicar
justicia al gusto de quien la maneja.
El
desperfecto es una metáfora de la aplicación de la ley. El percance con el
vehículo define lo que viene: un incidente sin importancia se convierte en toda
una trama que termina en drama, que abre una puerta para descubrir una tragedia
inducida.
El poder ejercido por los cuatro ancianos, quienes
juegan a enjuiciar a Alfredo Traps mientras beben y comen hasta reventar, no es
más que la escenografía de la realidad: desde las trapisondas de un régimen,
sea político, judicial, parlamentario o económico, se juega con quien cree
puede derrotar la complicidad. Cuatro conciencias solitarias, enfermizas,
construyen un ambiente para enjuiciar a un hombre que creyó que el juego era
sólo un juego, cuando en realidad lo era. No obstante, el juego lo llevó a
descubrir una verdad que no debió revelar a nadie: había provocado la muerte de
su jefe de la empresa textil donde trabajaba para poder ascender en el cargo
que lo ayudó a comprar el carro que ahora está accidentado, un Studebaker de
último modelo, que sustituyó a la chatarra que antes conducía a empellones.
En la medida en que el juicio avanza se evidencia la
embriaguez de los personajes. La gula como símbolo de ese poder. Toda la noche,
todas las horas al frente de un hombre que no dejó de decir lo que había
guardado como un secreto. El acusado es celebrado, adobado, colmado de elogios.
El fiscal Zorn lo maneja como en el juego del gato con el ratón. Traps festeja
el juego y habla, se confiesa. El abogado le advierte que no debe hacerlo, pero
más pudo la arrogancia del acusado y destapó toda una historia que él mismo
había convertido en épica. Provocó la muerte de un hombre al hacerle saber que
se acostaba con su mujer: “dolo malo”, calificó el juez. Homicidio premeditado
a sabiendas de que el jefe era cardiópata.
El veredicto: la pena capital. Las risas, la
celebración por el final redondo del juego. El acusado Alfredo Traps, en medio
de una terrible borrachera que lo hizo rodar por las escaleras, fue conducido “por
el calvo taciturno” a la habitación para que durmiera, mientras los demás
redactaban la sentencia.
Traps entró y cerró la puerta.
Un poco más tarde, todo el tribunal la abrió y halló
ahorcado a Traps.
El poder, un poder ortopédico, cumplió con la
paradoja de su función. En este caso, iluminó la conciencia de un hombre que
creyó cruzar la vida sin tropiezos luego de cometer el crimen perfecto.
El final:
“El juez
abrió la puerta, y el solemne grupo se quedó pasmado en el umbral, el fiscal
con la servilleta anudada todavía. En el marco de la ventana estaba colgado
Traps, inmóvil. Una silueta oscura sobre el fondo de plata apagado del cielo,
envuelta en el aroma pesado de las rosas, tan definitiva y tan absoluta, que el
fiscal, en cuyo monóculo se reflejaba la mañana, cada vez más poderosa,
perplejo y apenado por su amigo perdido, exclamó con verdadero dolor:
-Alfredo,
mi buen Alfredo, ¿cómo se te ha podido ocurrir, por el amor de Dios? ¿Nos has
estropeado la más hermosa de todas las veladas.”
El humor negro también tiene su lado tierno.
El juego de la verdad contra la mentira. La mentira
transformada en ahogo.
El juego, traducción de una verdad que ahora es la
representación de un hombre que no pudo regresar a buscar su anhelado vehículo.