—por Alberto Hernández—
1.—
La resistencia
polaca disparaba sus últimos tiros. Varsovia estaba en ruinas. Mientras los
alemanes remataban a los pocos rebeldes, el Ejército Rojo esperaba como una
bestia hambrienta para entrar en el país. Este resumen —sumergido en el polvo
de los muertos, en la fetidez de los cadáveres, en las miradas de los
sobrevivientes— aborda el contenido de la novela “El poder cambia de manos”, (Ediciones
Destino Colección destinolibro 124, Barcelona, España, 1980), de Czeslaw
Milosz, con la que ganara el “Prix Littéraire Européen” en 1953. Libro que fue
reconocido por un jurado compuesto por Gabriel Marcel, Gottfried Benn, Salvador
de Madariaga, Hagmund Hansen, Hans Oprecht, Denis de Rougoment e Ignazio
Silone.
Es una novela
coral, polifónica. Cada capítulo destaca el episodio de distintos personajes
que se desplazan en medio de una guerra contra los nazis y luego contra los
soviéticos, quienes al final se adueñan de Polonia y la convierten en parte del
dínamo de Moscú. Personajes a veces desconectados unos de otros. Personajes
simbólicos, invisibles. Siluetas que hablan.
El autor relata
desde la perspectiva de quien es arañado por las ráfagas de las armas, pero
también por las garras de la miseria, el paisaje en el que predominan los
escombros de la que fuera una hermosa ciudad. Los personajes se pasean como
fantasmas, pero no dejan de luchar.
Si los alemanes
diezmaron la capital de Polonia y otras ciudades, los soviéticos las sometieron
a través de sus patrones ideológicos. De manera que los polacos vivieron entre
dos tragedias, entre dos pesadillas, entre dos agonías.
2.—
El mundo judío.
El espectro del odio contra esa cultura. Los personajes que representan la
diáspora bíblica sazonan la crueldad de los alemanes, quienes mataron,
torturaron, persiguieron, ahogaron, robaron y trataron de acabar con una
comunidad que emergió de las cenizas para continuar su vida en otros lugares.
Los judíos eran
trasladados desde las ciudades a los diferentes crematorios instalados tanto en
Polonia como en Alemania. El paso de la narración nos hace saber de sus
sufrimientos. Distintas voces recorren las páginas entre diferentes perfiles
criminales: los enviados del Führer y los comunistas. Dos monstruos que
destruyeron familias, apellidos, afectos, calles, callejones, ciudades,
propiedades. Idos los alemanes se instalaron los soviéticos con la misma carga
de odio contra los hijos de Israel. Y así, los polacos asolados por quienes
arrasaron y desaparecieron patrimonios y vidas.
Dos partes
dividen esta historia revelada por el autor nacido en Vilna en 1911, quien
formó parte de una distinguida familia lituana. El escritor se marchó de
Polonia en 1951 y se exilió en Francia, luego de una pasantía como funcionario
de la embajada de su país en Estados Unidos, entre 1946 y 1950. Trabajó como
agregado cultural. Posteriormente fue primer secretario de la Embajada de
Polonia en París. En 1980 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
La primera de
esas partes, titulada “Verano de 1944”, es un paneo por el mundo polaco aún
bajo la bota alemana. La segunda, “Hasta el Elba”, narra el establecimiento
definitivo de los soviéticos en tierra polaca. Pero es Varsovia el escenario
que nos pinta el autor. Una ciudad brumosa por la ceniza y el polvo. Una ciudad
dominada por el miedo. Por los peligros, por los disparos, por las emboscadas, por
la muerte.
Esta segunda
parte concentra el título de la novela, “El poder cambia de manos”. Los
alemanes, los nazis, se marchan, derrotados. Los sóviets se apropian de las
ruinas y de los seres humanos que dejaron los primeros. Imponen su terror como
lo impusieron los germanos. Interrogatorios, ejecuciones, ideologización,
consignas, koljoses, asaltos, robos, uniformes militares: Moscú y su garra
criminal.
Czeslaw Milosz |
3.—
Uno de los
personajes, el profesor Gil, reflexiona acerca de la férrea presencia de los
rusos:
“¿Acaso Marx (ese
barbudo iconoclasta destructor de verdades absolutas y admirador de Esquilo)
habría podido suponer que unas generaciones, en su nombre y llamándose
marxistas, iban a marchar en cohortes disciplinadas, convencidas por los que se
habían apoderado de la fuerza de que el género humano ha logrado ya la eterna
sabiduría? Creían poseer una sabiduría absoluta, solamente por el hecho de
apoyarse en la fuerza y porque, en un círculo vicioso, este saber considera a
la fuerza como la confirmación suprema de toda sabiduría; o sea, el círculo
vicioso del genial Hegel”.
La tensión de
estas voces revela la tragedia del pueblo polaco, pisoteado por alemanes y
rusos. Cada uno hizo su trabajo forense. Cada uno creó su morgue para ensamblar
los cadáveres y construir dos regímenes que en muchas ocasiones lograron
acuerdos: eran parecidos en sus procedimientos y contenidos ideológicos. Es
decir, los dos poderes se vanagloriaron de haber elaborado una “decoración de
escombros”, pero no sólo materiales sino también espirituales.
Otra de esas
voces, la de Piotr Kwinto, usa una expresión descriptiva que conmueve al
lector: “Aunque vivan, parecen esqueletos humanos. Es la calma de la
devastación”, para referirse al paisaje humano y a las ruinas donde sobreviven
los fantasmas de Varsovia.
En dos
oportunidades el narrador menciona a Venezuela. El mayor Baruga, un comunista,
había pensado una vez dejarlo todo y marcharse en búsqueda de otra realidad:
“¡Y decir que
antes de la guerra, en un momento de duda, le había parecido que el fascismo
podía vencer, y que había estado a punto de emigrar a Venezuela”.
“Está claro que
este muchacho padece, como todo el mundo, de occidentalismo. Y lo más curioso:
carece de importancia que tenga o no intención de fugarse. Él mismo ignora lo
difícil que es decidirse por una Venezuela cualquiera”.
4.—
Como vivimos
tiempos en los que el discurso político es un reflejo del que formó parte de la
gran tragedia de más de media Europa, no quiero obviar algunos pasajes en los
que esa Venezuela, la que menciona el narrador y el mismo Baruga, es hoy un
episodio de esas voces que pasaron por tantos sobresaltos y dolores.
La madre de
Kwinto: “—Piotr, hijo mío, dime en qué va a terminar todo esto. El pueblo los
odia a muerte. Hemos rezado mucho por la Liberación y por fin la conseguimos.
Pero resulta que la Liberación no es más que una nueva ocupación. Van a
convertirnos en otra de sus repúblicas”.
“—Créeme, hijo
mío —le decía a Piotr su madre—, lo presiento: todo esto no puede acabar bien.
Ahora ponen por todas partes banderas nacionales. Pero es un engaño para que
nos callemos mientras se apoderan de todo lo nuestro. El abismo será cada día
mayor (…) Huye, porque después será demasiado tarde”.
El casi susurro
del escritor judío Bruno se deja oír pasmosamente. El narrador deja que deslice
su pensamiento hasta convertirlo en parte de un diálogo con Kwinto:
“—Mi pueblo ya no
existe: me refiero al pueblo de los judíos polacos. Tres millones. Todo lo que
era promesa incumplida, la cadena de las generaciones que habían de nacer, los
grandes sabios, artistas, escritores, todos los que hubieran podido ser y jamás
serán. Todos los mejores. ¿Y quiénes se han salvo? Algunos de los que tenían
dinero; otros que, como yo, se habían asimilado y éramos ya casi arios. Como te
decía lo que se ha salvado ha sido a costa de nuestra solidaridad (…)
—Sí, como Flavio
Josefo después de la destrucción de Jerusalén. Muy bien, pero, ¿quién se
atrevería a abordar esta tragedia partiendo de aquí? Comprenderás que estoy
demasiado cerca; aquí me sería imposible pensar. No me dejarán salir. Además,
no quiero exilarme. La lengua polaca es mi patria. Nunca podría escribir en
otro idioma”.
5.—
La presencia
absorbente del comunismo desnudaba y maltrataba toda sensibilidad. Los
soviéticos llegaron para apropiarse de todo. Se adueñaron del alma y del cuerpo
de Polonia. Por eso “Se ordenaba a los campesinos que repartieran entre ellos,
a toda prisa, las tierras de los grandes dominios. Fue un reparto realizado sin
orden ni ley (…) Las viejas se persignaban horrorizadas ante aquellos diablos
peores que la Gestapo (…) Los que se sometieron como corderos a los rusos
fueron recibidos con todos los honores, pero inmediatamente los encerraron en
campos de concentración para enviarlos poco después hacia el Este. Así trataron
los rusos a sus aliados en la lucha contra Hitler”.
La teoría de la
neolengua. La acumulación de vocablos, el amontonamiento y la definición de
nuevas inclinaciones lingüísticas encuentran imagen en ésta que el narrador
expone ante el lector: “Por debajo de cada discurso se ocultaba otro discurso”.
El saqueo por
parte de los militares, por las fuerzas de la NKVD, que “se lleva los pollos y
se harta de vino. Son unos bandidos, unos antisemitas y malhechores”, en la voz
del tío Isaak.
Los enchufados de
la época, palabra que también aparece en la novela, forman parte de una ironía
que sale de la boca de Friedman: “Entonces le pregunté qué tal le iba con la
nueva vida socialista. Me respondió: “No está mal. El dos por ciento vive bien
(…) Sólo permanecerán aquí los enchufados, los que se pongan al servicio de la
NKVD y se coloquen en buenos puestos del Partido”.
6.—
La diversidad de
asuntos tratados en esta pieza narrativa, nos conduce a ser cuerpo de ella
misma. El país que hoy habitamos, el gobernado por una élite que sofistica la
crueldad a través de la tortura psicológica o corporal, se dibuja en este
espejo:
“El
interrogatorio se hacía, pues, mediante un intérprete. Miguel había decidido
jugárselo todo. Se fiaba de su sentido de la situación y éste le inspiraba la
idea de que su única posibilidad de salvación estaba en sorprender. ¿Qué si era
un fascista? Sí, un fascista. ¿Qué si publicaba un semanario? Sí, lo publicaba.
Prefería exagerar su papel, pintando a brochazos un cuadro lo más demoníaco
posible”.
El “sapeo”, el
espionaje, la creación de batallones de chismosos y esbirros se traducen en
esta clara perversión que a diario observamos en Venezuela, no sólo en las
amenazas de los colectivos sino en las de diputados y funcionaros, sin dejar de
mencionar las del Presidente de la República:
“Sabemos todo lo
referente a usted”.
Consolidada la
invasión, fabricada toda la parafernalia verbal, una voz: “El poder está ya en
manos de estos hombres”. Y es tanto ese poder que la “inteligencia” del país,
los artistas, fascinados, también se aliaron con los invasores comunistas: “Los
cazadores de quimeras, que antes eran inofensivos, los poetas malditos, tenían
ahora la mano en un guante de hierro. La Polonia del porvenir se extendía ante
ellos el sol. Por encima de los verdugos, en las claras estancias de los aéreos
castillos, un grupito de intelectuales emprendía la tarea de realizar el sueño
de Fausto”.
Y así como
vendieron su alma al diablo, abrieron sus brazos a la lisonja para colocarse,
enchufarse y ser parte de la tragedia: “—Estas con nosotros, y el que está con
nosotros tendrá cuanto quiera: dinero…que, como sabes, no puede interesarnos a
gente como nosotros…, libros, viajes…Ya lo estás viendo, puedes viajar; nadie
te lo impide…”
Como el tiempo es
redondo, la novela de Milosz termina con el profesor Gil, quien no deja de
reflexionar, de pensar y decir acerca de todo lo que sus ojos han visto, acerca
de sus miedos, pero también acerca de la seguridad de que ha sido testigo de un
proceso que se decía interminable.
El periódico del
gobierno recoge un titular, nada alejado de lo que acontece en este lado del
mundo. Uno de los importantes funcionarios del régimen logró escabullirse de
Polonia mientras otros eran juzgados:
“La primera
página estaba ocupada por un gran proceso de “traidores a la Patria e innobles
lacayos del imperialismo”. Gil admiraba siempre la minucia con que eran
preparados estos procesos. Creía que las fechas, los incidentes, los encuentros
de unas personas con otras, eran por lo general exactos. El arte soviético
consistía en elaborar de tal forma estos datos, que, una vez relacionados, los
hechos más inocentes y casuales acabaran formando la imagen de un crimen”.
Coda:
Una novela
escrita en la década de los 50 del siglo pasado nos hace viajar por la
Venezuela en la que algunos creen todavía que el socialismo es la panacea para
acabar con la injusticia, cuando en verdad la injusticia reposa en el fondo
cenizoso de esa fe fracasada.
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