Friday, April 22, 2016

reseña: La soledad de los números primos de Paolo Giordano


—por Alberto Hernández—

I.
Ninguna obra es perfecta. La misma palabra indica que se sigue construyendo en la plenitud de sus vacíos, de sus blancos y grises. En literatura el género más abierto, más libre, es la novela, de allí que sea el artificio menos allegado a la perfección, aunque ningún artificio lo es. Y mucho menos la realidad. Nada es perfecto. Suele decirse lo contrario del tiempo, sin embargo, los relojes se atrasan y la Tierra a veces gira más lento.

Los matemáticos han insistido en la precisión de su oficio. Un número es un número, que sumado a otro crea otro número mayor. De modo que la suma es creativa, como las tres restantes operaciones aritméticas: maneras de hacerse de los números y convertirlos en un juego de abalorios. Pero la matemática —esa pureza que reniega muchas veces de nuestra comprensible irrealidad— no es un verbo, no es una descripción, no es una anécdota, no es ilusión, aunque con ella se pueda fabricar la más intrincada de las novelas de ciencia-ficción. Sabemos de novelas científicas. De historias que cuentan desde la precisión de la física, la química y los números. De historias simbólicas adosadas a teorías y comprobaciones, tesis y antítesis, abstracciones sólo comprendidas por quienes se han preparado para entenderlas y desarrollarlas.

Pero la obra no es perfecta, porque se trata de literatura. La geometría puede explicar la perfección del círculo. O la presencia de diversas formas en un átomo. ¿Qué podríamos decir de un triángulo abastecido por la ensoñación? Picasso, en la plástica, diseñó geométricamente los sueños.

el escritor italiano Paolo Giordano
II.
Un hombre de 27 años escribe una novela. Paolo Giordano desarrolla una historia basada en su experiencia como físico teórico. Un tipo que sólo trabaja con cálculos, trazos geométricos y fórmulas ha escrito La soledad de los números primos (Editorial Salamandra, Barcelona, España, 2011) para revelarnos la vida de una pareja que no logra acoplarse, de una suma que se resta. De un par de seres que no logra anudarse y se mantiene mientras crece en medio de la incertidumbre, de la ingrimitud producto de sus personales tragedias.

Alice y Mattia, rodeados de sus fantasmas, se fragmentan mientras el tiempo los acorrala. Se pasean por la infancia, crecen y finalmente entienden que la soledad es su don protagónico. Dos seres, un par, el número dos que no alcanza a desarrollarse como número primo. Mattia es una suerte de alter ego del autor: matemático, profesor en una universidad británica, italiano que ha dejado atrás, en medio de sus tribulaciones, a Alice, quien vive un corto matrimonio.

La narración es impecable. Giordano cuenta con soltura y claridad. El lector, ese yo que intenta soltarse de la realidad, no se despega de las páginas hasta el último capítulo, hasta la última página.

III.
El referente temático de esta novela está concentrado en “almas tímidas, pero gemelas” (p. 252) y “dos soledades que se reconocían” (p. 253). Mientras Alice quedaba coja mientras esquiaba, Mattia perdía a su hermana gemela en un parque invernal. Se trataba de una niña, Michela, una discapacitada mental que se extravió y convirtió al personaje (hermano) en un retraído cuya vida se concentró en las matemáticas, en la demostración de ecuaciones y el descubrimiento de nuevas fórmulas que lo alejaron del mundo real.

La concentración de Mattia se mueve en función del teorema fundamental de la aritmética, a través del cual todo número “se expresa de forma única como producto de números primos”. Es decir, el número primo “es aquel número natural mayor que 1 que admite únicamente dos divisores distintos: el mismo número y el 1”. Alice y Mattia son un número primo que nunca logró enlazarse. La soledad lo deshizo.

La única manera de ir más allá de la perfección es la soledad, lo que traduce que la perfección es un asunto matemático que navega en una novela: trasunto imperfecto como la vida.





Saturday, April 9, 2016

Asesinato en la gran ciudad del Cuzco de Luis Nieto Degregori


—por Luis Fernández-Zavala Ph.D. (*)—

Quien haya visitado Cuzco y admirado sus angostas calles empedradas, atrapadas en el tiempo, sus múltiples plazas escondidas acompañadas de iglesias barrocas, su arquitectura de rocas majestuosas entrelazándose con los edificios castellanos, rápidamente es absorbido por el misterio que este paisaje urbano-andino cobija. Más de uno, estoy seguro, empieza  a querer palpar la Historia de esta ciudad o a tratar de imaginarla, preguntándose ¿qué pasó aquí? Esto es inevitable porque de cada rincón de la ciudad emergen historias y ficción que los cuzqueños amablemente quisieran contarnos.  Sin embargo, las ciudades como Cuzco con gran impacto histórico, no solo albergan edificios, monumentos y plazas, sino que son el espacio del desenvolvimiento de poblaciones que son los verdaderos protagonistas de la Historia y también de la ficción.

Luis Nieto Degregori es uno de estos cuzqueños ilustres que con su filigrana literaria logra hacernos sentir la historia de la ciudad desde adentro dándole vida a calles y plazas, algo que apenas podríamos acariciar como transeúntes o turistas. Sin ánimo de comparar, se me viene a la mente,  las pinceladas de la Barcelona gótica dadas por Luis Ruiz Zafón cuando nos cuenta sus historias de pasión, venganza y misterio.

En Asesinato en la gran ciudad del Cuzco (Grupo Editorial Norma, 2007) el autor nos introduce a la realidad social subyacente en una ciudad de indios, mestizos, criollos y españoles dentro de la intrincada telaraña social del Cuzco colonial del siglo XVIII.  El relato empieza cuando el joven Diego Esquivel encuentra el cadáver del comerciante español Pedro Romero en el cementerio de la Catedral. Todo hace pensar que su asesinato fue un ajuste de cuentas porque no le habían robado sus pertenencias y sí le habían cortado la lengua y castrado. El hecho que el cuerpo apareciera en un lugar público y céntrico, indicaba que los perpetradores querían que su muerte fuese algo conocido por la población. Este hecho impacta profundamente al muchacho de catorce años, no solo por lo macabro de la situación sino porque el encargado de la investigación era el Corregidor don Diego de Esquivel y Navia, Segundo marqués de Valleumbroso, de quien se rumoreaba, era sospechoso del crimen y del cual el joven Diego, es su hijo ilegítimo.

Ya más tranquilo, Diego pensó que seguramente el rumor que culpaba a su padre no pasaba de ser una vil calumnia, una más de las tantas que los envidiosos hacían circular contra los Esquivel.

Años más tarde, Diego es ordenado sacerdote y decide escribir una crónica de la ciudad del Cuzco como una forma de dejar constancia de la inocencia de su padre sobre los crímenes que le atribuían. La relación con su padre será siempre tensa y ambivalente: lo respeta, lo teme, lo quiere agradar, pero a veces duda de su inocencia y benevolencia por el trato despótico, especialmente cuando le recuerda que es su hijo ilegítimo. A través de sus pesquisas poco a poco descubre las ambiciones, mentiras, manipulaciones de su padre, para dejar por último abandonado el manuscrito de la crónica, no sin antes añadir una nota en el acápite referido a la muerte del comerciante Pedro Romero.

Causó bastante horror y escándalo este cruel insulto, sin que se supiese de sus autores ni se hubiesen hecho aquellas diligencias exactas que suelen hacerse en semejantes casos.

A través de las indagaciones de Diego el lector aprenderá de la existencia de una red intricada de relaciones de poder en el Cuzco colonial donde las familias criollas más importantes —las que nacen para gobernar— son las que manipulan la adherencia de la  población de indios y mestizos porque hablan  su lengua, conocen sus costumbres y son los que se presentan como sus protectores cercanos, mientras engrandecen sus propiedades y riquezas. El poder central (el virrey y la Corona Española) necesitan de estas familias para poder mantener la paz social y el flujo de riquezas hacia sus arcas. Si bien hay leyes y reglas de juego, un burócrata peninsular poco podrá hacer sin la alianza con estas familias. El poder de las familias, como los Esquivel, se basa en ostentar que tienen poder, siendo parte de esto,  tener concubinas a las que ningún otro hombre puede acceder sin correr el riesgo de arruinarse económicamente, ir a la cárcel o ser asesinado. No importan los rumores, hay que mostrar que se tiene poder.

Sin embargo, esto no sucedería si ciertos mitos y narrativas de la colonia no se hubieran enraizado en la cultura de la población. Este es el caso de Leandra, la bella y alegre mestiza que queda impresionada con la apoteósica pintura de la boda del poderoso capitán español García de Loyola y la princesa inca Clara Coya. Esta pintura que se encuentra en la iglesia de la Compañía de Jesús es  la representación de la de Conquista no como hecho violento sino un acto de amor con tintes religiosos. No es casual que la pintura se guarde en una iglesia para así recordar a los feligreses que el famoso capitán es sobrino de un santo, San Ignacio de Loyola. El capitán no es  dios, pero es alguien muy cercano a la nueva divinidad. Esta narrativa se convierte en celebración popular-religiosa  y cada año se rememoraba  la famosa boda escogiendo una joven mestiza de linaje incaico para representar a Clara Coya.

Don Diego Esquivel, quien financiaba este festejo, le ofrece a Leandra que vive en el barrio de San Blas (predominante quechua, pero no necesariamente noble), ser la princesa inca como parte de su apretado camino a la seducción. Ella acepta, no sin dudas, para luego vivir la propuesta como la realización de su sueño ceniciento y hasta confunde la representación con la realidad.

Mientras el séquito nupcial se retiraba lentamente por el centro de la nave con el acompañamiento de clarines y cajas y en medio de una general algarabía de aplausos y vítores, Leandra empezó a creer que estaba ocurriendo un milagro, que ella era ya no  más la muchacha de San Blas sino la reina del Perú, una mujer que por su condición misma estaba llamada a tener un destino fuera de lo común.

En Asesinato… el lector encontrará misterio (¿quién mató al comerciante español y por qué?), luchas intestinas por el poder local, leguleyos ilustrados, mercenarios mestizos, turbas de indios con cambiantes lealtades y burócratas españoles sin conocimiento de las alianzas internas y amantes mestizas ingenuas con derrotas personales que las marcarán de odio y revancha para toda la vida.  Al final de la novela, el lector dejará de ver Cuzco como una sumatoria de estilos arquitectónicos con barrios y calles congeladas en el tiempo para imaginar vivamente la sociedad colonial del siglo XVIII moviéndose complejamente entre las bisagras del poder colonial, sus mitos y representaciones.


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(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, (Pukiyari Editores, 2104) disponible en Amazon.com