—por Luis Fernández-Zavala Ph.D. (*)—
Quien haya
visitado Cuzco y admirado sus angostas calles empedradas, atrapadas en el
tiempo, sus múltiples plazas escondidas acompañadas de iglesias barrocas, su
arquitectura de rocas majestuosas entrelazándose con los edificios castellanos,
rápidamente es absorbido por el misterio que este paisaje urbano-andino cobija.
Más de uno, estoy seguro, empieza
a querer palpar la Historia de esta ciudad o a tratar de imaginarla,
preguntándose ¿qué pasó aquí? Esto es inevitable porque de cada rincón de la
ciudad emergen historias y ficción que los cuzqueños amablemente quisieran
contarnos. Sin embargo, las
ciudades como Cuzco con gran impacto histórico, no solo albergan edificios,
monumentos y plazas, sino que son el espacio del desenvolvimiento de
poblaciones que son los verdaderos protagonistas de la Historia y también de la
ficción.
Luis Nieto
Degregori es uno de estos cuzqueños ilustres que con su filigrana literaria
logra hacernos sentir la historia de la ciudad desde adentro dándole vida a
calles y plazas, algo que apenas podríamos acariciar como transeúntes o
turistas. Sin ánimo de comparar, se me viene a la mente, las pinceladas de la Barcelona gótica dadas
por Luis Ruiz Zafón cuando nos cuenta sus historias de pasión, venganza y
misterio.
En
Asesinato en la gran ciudad del Cuzco (Grupo Editorial Norma, 2007) el autor
nos introduce a la realidad social subyacente en una ciudad de indios,
mestizos, criollos y españoles dentro de la intrincada telaraña social del
Cuzco colonial del siglo XVIII. El
relato empieza cuando el joven Diego Esquivel encuentra el cadáver del
comerciante español Pedro Romero en el cementerio de la Catedral. Todo hace
pensar que su asesinato fue un ajuste de cuentas porque no le habían robado sus
pertenencias y sí le habían cortado la lengua y castrado. El hecho que el
cuerpo apareciera en un lugar público y céntrico, indicaba que los
perpetradores querían que su muerte fuese algo conocido por la población. Este
hecho impacta profundamente al muchacho de catorce años, no solo por lo macabro
de la situación sino porque el encargado de la investigación era el Corregidor
don Diego de Esquivel y Navia, Segundo marqués de Valleumbroso, de quien se
rumoreaba, era sospechoso del crimen y del cual el joven Diego, es su hijo ilegítimo.
Ya más
tranquilo, Diego pensó que seguramente el rumor que culpaba a su padre no
pasaba de ser una vil calumnia, una más de las tantas que los envidiosos hacían
circular contra los Esquivel.
Años más
tarde, Diego es ordenado sacerdote y decide escribir una crónica de la ciudad
del Cuzco como una forma de dejar constancia de la inocencia de su padre sobre
los crímenes que le atribuían. La relación con su padre será siempre tensa y
ambivalente: lo respeta, lo teme, lo quiere agradar, pero a veces duda de su
inocencia y benevolencia por el trato despótico, especialmente cuando le
recuerda que es su hijo ilegítimo. A través de sus pesquisas poco a poco
descubre las ambiciones, mentiras, manipulaciones de su padre, para dejar por último
abandonado el manuscrito de la crónica, no sin antes añadir una nota en el acápite
referido a la muerte del comerciante Pedro Romero.
Causó
bastante horror y escándalo este cruel insulto, sin que se supiese de sus
autores ni se hubiesen hecho aquellas diligencias exactas que suelen hacerse en
semejantes casos.
A través de
las indagaciones de Diego el lector aprenderá de la existencia de una red
intricada de relaciones de poder en el Cuzco colonial donde las familias
criollas más importantes —las que nacen para gobernar— son las que manipulan la
adherencia de la población de
indios y mestizos porque hablan su
lengua, conocen sus costumbres y son los que se presentan como sus protectores
cercanos, mientras engrandecen sus propiedades y riquezas. El poder central (el
virrey y la Corona Española) necesitan de estas familias para poder mantener la
paz social y el flujo de riquezas hacia sus arcas. Si bien hay leyes y reglas
de juego, un burócrata peninsular poco podrá hacer sin la alianza con estas familias.
El poder de las familias, como los Esquivel, se basa en ostentar que tienen
poder, siendo parte de esto, tener
concubinas a las que ningún otro hombre puede acceder sin correr el riesgo de
arruinarse económicamente, ir a la cárcel o ser asesinado. No importan los
rumores, hay que mostrar que se tiene poder.
Sin
embargo, esto no sucedería si ciertos mitos y narrativas de la colonia no se
hubieran enraizado en la cultura de la población. Este es el caso de Leandra,
la bella y alegre mestiza que queda impresionada con la apoteósica pintura de
la boda del poderoso capitán español García de Loyola y la princesa inca Clara
Coya. Esta pintura que se encuentra en la iglesia de la Compañía de Jesús es la representación de la de Conquista no
como hecho violento sino un acto de amor con tintes religiosos. No es casual
que la pintura se guarde en una iglesia para así recordar a los feligreses que
el famoso capitán es sobrino de un santo, San Ignacio de Loyola. El capitán no
es dios, pero es alguien muy cercano
a la nueva divinidad. Esta narrativa se convierte en celebración
popular-religiosa y cada año se rememoraba
la famosa boda escogiendo una
joven mestiza de linaje incaico para representar a Clara Coya.
Don Diego
Esquivel, quien financiaba este festejo, le ofrece a Leandra que vive en el
barrio de San Blas (predominante quechua, pero no necesariamente noble), ser la
princesa inca como parte de su apretado camino a la seducción. Ella acepta, no
sin dudas, para luego vivir la propuesta como la realización de su sueño
ceniciento y hasta confunde la representación con la realidad.
Mientras el
séquito nupcial se retiraba lentamente por el centro de la nave con el acompañamiento
de clarines y cajas y en medio de una general algarabía de aplausos y vítores,
Leandra empezó a creer que estaba ocurriendo un milagro, que ella era ya no más la muchacha de San Blas sino la
reina del Perú, una mujer que por su condición misma estaba llamada a tener un
destino fuera de lo común.
En
Asesinato… el lector encontrará misterio (¿quién mató al comerciante español y
por qué?), luchas intestinas por el poder local, leguleyos ilustrados,
mercenarios mestizos, turbas de indios con cambiantes lealtades y burócratas
españoles sin conocimiento de las alianzas internas y amantes mestizas ingenuas
con derrotas personales que las marcarán de odio y revancha para toda la vida. Al final de la novela, el lector dejará
de ver Cuzco como una sumatoria de estilos arquitectónicos con barrios y calles
congeladas en el tiempo para imaginar vivamente la sociedad colonial del siglo
XVIII moviéndose complejamente entre las bisagras del poder colonial, sus mitos
y representaciones.
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(*) Autor
de El guerrero de la espuma y otras
tantas despedidas, (Pukiyari Editores, 2104) disponible en Amazon.com
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