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Sunday, September 25, 2016

Erótica poética vs poética erótica en Ropaje de Alberto Hernández


—reseña María Luisa Angarita;
fotografía Alberto H. Cobo—


El erotismo, esa parte de la vida que trasciende entre la ilusión, la seducción y el sentir concreto de la sexualidad, esa parte de la poesía que siempre nos deja una sensación de añoranza. En Ropaje (2012)[1] de Alberto Hernández el erotismo toma la palabra nuevamente para trasladarnos a un mundo de sensaciones, un espacio donde el encuentro y la vida misma se conjugan en el cuerpo del otro.

La poesía de Alberto ya nos ha mostrado con anterioridad cómo se puede conjugar en perfecta armonía la palabra y el acto erótico, no obstante en Ropaje divisamos un sentir nuevo. Más que la palabra reflejando lo erótico encontramos lo erótico en plena acción construyendo el poema. Octavio Paz (1993) lo expresa del siguiente modo:

“La relación entre erotismo y poesía es tal, que puede decirse, sin afectación que el primero es una poética corporal y que la segunda es una erótica verbal.”[2]

En esta poética de Hernández lo vemos condensado, una combinación perfecta de oposiciones. La poética construye la erótica a su vez que la erótica construye y se hace poema. Entre imágenes visuales verdaderamente gráficas por las fotografías de Alberto H. Cobo y la riqueza de imágenes poéticas de Hernández, este poemario se nos hace cuerpo, piel y deseo, mientras el deseo mismo y el sentir construyen cada página.

Desde el primer poema nos encontramos esta mixtura, Piel es el título y entre paréntesis, como para que no olvidemos que es un trabajo escritural nos dice: “(ejercicio para retornar a una mujer)”, como advirtiendo al lector que apenas se inicia un esbozo, un acercamiento a ese viejo arte de amar desde las letras:

“Nos hace en la medida del deseo// Crece con nosotros,/ nos descubre:// Somos piel en el tacto del juicio, en la pérdida de la memoria.// Si hablo de la tuya, //designo con el miedo los poros que te siembran.”

Realmente es un acercamiento al otro, a esa piel que describe las ansias. Encontramos un desdoblarse, un reconocerse primero piel y parte obligatoria del encuentro para luego iniciar el camino hacia ese otro cuerpo que se anhela.

Luego del primer acercamiento, sigue el primer paso hacia el encuentro, Rasgaduras lo presenta:

“Entre las almohadas /la piel estira el significado de una guerra.//La pasión, ese instante, / ese paisaje seco entre los ojos.” (p. 6)

No se trata de un desbocarse sobre el sentir, es más bien un caminar pausado hacia el goce, después de un instante nada queda más que el poema.

Hay un ritmo entre estos textos, lo iremos viendo a lo largo del libro, el caminar pausado de la pasión que se agita hasta el clímax para luego descender de nuevo pausadamente hasta el inicio del nuevo encuentro. Así lo revela el siguiente poema:

"Ombligo" ©Alberto H. Cobo
Te toco: “Te toco para empezar a vivir: // debajo de tus gritos/ del sudor que ahoga el universo/del juego/ y sus revelaciones alevosas// debajo del tiempo que te ocupa// el envoltorio de la angustia/ el barro/ el tejido de escombros/ el cuerpo en el ocaso: // Te toco para terminar de vivir.” (p.7)

La vida inicia al roce del tacto, no hay mayor certeza de estar vivo que sentirse y sentir al otro. Aquí la pasión se mantiene calma, pero se reconoce necesaria y existente, gritos, sudor, tiempo que ocupa a los que aman, todo lo propio del sentir transita este poema y con él la vida, tocar para vivir y morir, la plenitud de la existencia en el contacto físico, en la entrega de dos cuerpos.

Si bien lo erótico va más allá de la descripción exacta del hecho para centrarse en un juego metafórico y sensorial, la vida y la muerte también forman parte latente de la eroticidad, ese juego entre alcanzar la vida plena por medio de la concreción de ese acto que también, en cierto modo, conduce irrefrenablemente a la muerte. Eros y Tánatos se hacen presentes siempre en el arte erótico, no hay forma de acercarse al ser amado sin ese encuentro, que a la vez que permite reivindicar la existencia, no implique igualmente una colisión con la muerte. No necesariamente la muerte física, pero si el fin de un camino, de una sensación, de un amor, de un goce espiritual que culmina en delirio.  En el poema Pieles encontramos este morir en forma de desgaste:

“Un cuerpo grávido, tendido bajo la noche // El agua lo recorre de tentaciones // Un delta en los pliegues cercanos al deseo // La piel sabe lo que hace, nos desgasta. “ (p.11)

El cansancio, esa extraña forma de morir luego de haber experimentado intensamente el goce. La voz poética nos descubre la rudeza de amar y sus tormentos.

La poesía erótica contiene siempre una dura carga de tormentos, el anhelo marcado por el deseo del que observa, la tentación como forma de lucha y seducción constante, el encuentro, esa cercanía con el cuerpo amado aun cuando quizás sólo sea imaginaria, y el olvido, esa especie de limbo al que se reduce todo una vez concluye la experiencia. El poema Olvido retrata esta sentencia:

“Una vez fuimos piel/ Rotos por el tiempo; arena y olvido // En la memoria, en lo que nos queda de silencio/ El cuerpo levita entre las manos// Escritura, dedos para el revuelo// La piel es la vigencia de la memoria.” (p. 13)

"Oculta" ©Alberto H. Cobo
La piel se vuelve aquí el centro del recuerdo, impresa  en un olvido que sabe a tinta y por lo tanto inolvidable. La piel es la representación de esa vida que somos y que nos contiene, no hay otro modo de existir si no es desde la piel, esa piel que se hace también lienzo y palabra. En este poema vemos también como la voz poética siempre retorna al juego escritural, esa especie de arte poética que nos recuerda que todo en la vida surge y vuelve a la palabra.

La vida va y viene entre los versos, en el cuerpo desnudo de esa mujer que se hace poema. El poema Muelle dibuja esta realidad, el espacio perfecto de resguardo y auxilio, la razón misma de sobrevivencia radica en ese cuerpo:

“Esta semana/ el país atracó entre tus piernas// te toco y te compruebo// aún quedan trincheras donde salvar la vida.” (p. 17)

no hay nada más, no importa nada más, entre esas trincheras se resguarda la vida, no se necesita de otro tiempo ni espacio, ese cuerpo es el lugar perfecto para todo, para contener la existencia.

No puedo evitar encontrar en la poesía de Alberto la constante presencia de lo femenino ligado a la poética, mujer y palabra confluyen siempre entre sus líneas, más que un juego, es una constante de su creación, la mujer musa u objeto del deseo, termina siempre por volverse palabra, se inscribe en el poema para crearlo, lo hace suyo mientras se entrega. De tal modo lo apreciamos en Ardiente:

“Imagino el instante: la mujer que camina / Bajo la luna insomne. // La imagen dormida / Envuelta entre mis sueños. // Pero la siento imposible, alejada. // Sólo cuerpo que miro y anhelo. // Imagino el instante: ella se deshace en mi boca / Y vuelve a ser cuerpo // Y después la muerdo y en la lengua la pierdo. // Ella se abre en las páginas. Vibra en el poema. // La nombro ardiente sin nombre. // La imagino y la regreso al papel / Sorbida por la noche.” (p. 34)

Mujer y palabra se conjugan, se hacen una en el poema que las absorbe, son a la vez lo creado y lo que le crea, en un confluir erótico que las humaniza.

Lo erótico es constructo de la imaginación, aunque remite directamente al amor de pareja, se enlaza con la forma como los amantes imaginan y ejecutan su encuentro, Octavio Paz nos lo recuerda:

“El erotismo es la dimensión humana de la sexualidad, aquello que la imaginación añade a la naturaleza.”[3]

y de ese modo lo encontramos en la poesía de Alberto, mujer y poema, erotismo e imaginación, en un arte poética que transciende a la palabra y a la sexualidad para volverse meramente imagen, creación literaria, esencia de aquello que se condensa en los versos. En este construir de lo erótico desde la palabra encontramos el poema Pecado, de por sí ya su título nos prefigura su sentido:

“Será una herejía no tocarte. / No desearte. / No tenerte en la mira. / No calumniarte. / No ofender tu silencio. / No naufragar en medio de ti. / No andar de puntillas sobre tus pezones. // Sería un pecado dejar de mojarme en tus pliegues. / No comerte.” (p. 58)

Lo erótico se hace presente aquí desde lo prohibido, o desde lo que sería un absurdo dejar de hacer, la voz poética no vislumbra otro modo de existencia que el encuentro con el ser objeto de sus afanes. La imagina y construye en su realidad, en el mismo espacio donde le palpa y le aprisiona.

Poesía y erotismo se bifurcan en este poemario de Alberto Hernández, una depende de la otra en una relación dicotómica y armónica, la palabra poética construye y erotiza al encuentro y la imagen que se transfunden en el poema. En el poema Poética vislumbramos una vez más este converger de realidades:

"Espera" ©Alberto H. Cobo
“Desde cualquier ángulo / Desatas el deseo. // Las palabras se ahogan en la almohada / Y el perfil de tu rostro define / La frase que nos une: / Alguien nos observa y se retira. / El espejo cierra los ojos y nos oscurece.” (p. 71)

Los amantes y su encuentro recrean la realidad del poema ¿o es el poema quien los recrea?, igualmente el que observa y se retira pareciera ser el lector, que de tanto andar por estos versos, cierra el libro y se aleja con la reminiscencia de las imágenes grabadas en su alma.

Así transcurre Ropaje de Alberto Hernández, cargado de una eroticidad única, lleno de imágenes que se construyen a sí mismas en la intimidad de los versos, en la imaginación de aquél que escribe en complicidad con quien lee. La constante de lo femenino y lo erótico amatorio, junto al arte poética como objeto de recreación de lo imaginario, confluyen en este poemario sin temor alguno a descubrir lo que hay más allá de lo amoroso.



_________________________
1 Alberto Hernández (2012) Ropaje. Ediciones Presagios. Cancún. México.
2 Octavio Paz (1993) La llama doble. Amor y Erotismo. Seix Barral. Biblioteca Breve. Colombia. (p. 10)
3 Octavio Paz (1993) La llama doble. Amor y Erotismo. Seix Barral. Biblioteca Breve. Colombia. (p. 117)





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