—reseña María
Luisa Angarita;
fotografía
Alberto H. Cobo—
El erotismo, esa parte de la vida que trasciende
entre la ilusión, la seducción y el sentir concreto de la sexualidad, esa parte
de la poesía que siempre nos deja una sensación de añoranza. En Ropaje (2012)[1] de Alberto Hernández el
erotismo toma la palabra nuevamente para trasladarnos a un mundo de
sensaciones, un espacio donde el encuentro y la vida misma se conjugan en el
cuerpo del otro.
La poesía de Alberto ya nos ha mostrado con
anterioridad cómo se puede conjugar en perfecta armonía la palabra y el acto
erótico, no obstante en Ropaje
divisamos un sentir nuevo. Más que la palabra reflejando lo erótico encontramos
lo erótico en plena acción construyendo el poema. Octavio Paz (1993) lo expresa
del siguiente modo:
“La relación entre erotismo y poesía es tal, que
puede decirse, sin afectación que el primero es una poética corporal y que la
segunda es una erótica verbal.”[2]
En esta poética de Hernández lo vemos condensado,
una combinación perfecta de oposiciones. La poética construye la erótica a su
vez que la erótica construye y se hace poema. Entre imágenes visuales
verdaderamente gráficas por las fotografías de Alberto H. Cobo y la riqueza de
imágenes poéticas de Hernández, este poemario se nos hace cuerpo, piel y deseo,
mientras el deseo mismo y el sentir construyen cada página.
Desde el primer poema nos encontramos esta mixtura, Piel es el título y entre paréntesis,
como para que no olvidemos que es un trabajo escritural nos dice: “(ejercicio
para retornar a una mujer)”, como advirtiendo al lector que apenas se inicia un
esbozo, un acercamiento a ese viejo arte de amar desde las letras:
“Nos hace en la medida del deseo// Crece con
nosotros,/ nos descubre:// Somos piel en el tacto del juicio, en la pérdida de
la memoria.// Si hablo de la tuya, //designo con el miedo los poros que te
siembran.”
Realmente es un acercamiento al otro, a esa piel que
describe las ansias. Encontramos un desdoblarse, un reconocerse primero piel y
parte obligatoria del encuentro para luego iniciar el camino hacia ese otro
cuerpo que se anhela.
Luego del primer acercamiento, sigue el primer paso
hacia el encuentro, Rasgaduras lo presenta:
“Entre las almohadas /la piel estira el significado
de una guerra.//La pasión, ese instante, / ese paisaje seco entre los ojos.”
(p. 6)
No se trata de un desbocarse sobre el sentir, es más
bien un caminar pausado hacia el goce, después de un instante nada queda más
que el poema.
Hay un ritmo entre estos textos, lo iremos viendo a
lo largo del libro, el caminar pausado de la pasión que se agita hasta el clímax
para luego descender de nuevo pausadamente hasta el inicio del nuevo encuentro.
Así lo revela el siguiente poema:
"Ombligo" ©Alberto H. Cobo |
Te toco: “Te toco para empezar a vivir: // debajo de
tus gritos/ del sudor que ahoga el universo/del juego/ y sus revelaciones
alevosas// debajo del tiempo que te ocupa// el envoltorio de la angustia/ el
barro/ el tejido de escombros/ el cuerpo en el ocaso: // Te toco para terminar
de vivir.” (p.7)
La vida inicia al roce del tacto, no hay mayor
certeza de estar vivo que sentirse y sentir al otro. Aquí la pasión se mantiene
calma, pero se reconoce necesaria y existente, gritos, sudor, tiempo que ocupa
a los que aman, todo lo propio del sentir transita este poema y con él la vida,
tocar para vivir y morir, la plenitud de la existencia en el contacto físico,
en la entrega de dos cuerpos.
Si bien lo erótico va más allá de la descripción
exacta del hecho para centrarse en un juego metafórico y sensorial, la vida y
la muerte también forman parte latente de la eroticidad, ese juego entre
alcanzar la vida plena por medio de la concreción de ese acto que también, en
cierto modo, conduce irrefrenablemente a la muerte. Eros y Tánatos se hacen
presentes siempre en el arte erótico, no hay forma de acercarse al ser amado
sin ese encuentro, que a la vez que permite reivindicar la existencia, no
implique igualmente una colisión con la muerte. No necesariamente la muerte
física, pero si el fin de un camino, de una sensación, de un amor, de un goce
espiritual que culmina en delirio. En el poema Pieles encontramos este morir en forma de
desgaste:
“Un cuerpo grávido, tendido bajo la noche // El agua
lo recorre de tentaciones // Un delta en los pliegues cercanos al deseo // La
piel sabe lo que hace, nos desgasta. “ (p.11)
El cansancio, esa extraña forma de morir luego de
haber experimentado intensamente el goce. La voz poética nos descubre la rudeza
de amar y sus tormentos.
La poesía erótica contiene siempre una dura carga de
tormentos, el anhelo marcado por el deseo del que observa, la tentación como
forma de lucha y seducción constante, el encuentro, esa cercanía con el cuerpo
amado aun cuando quizás sólo sea imaginaria, y el olvido, esa especie de limbo
al que se reduce todo una vez concluye la experiencia. El poema Olvido retrata esta sentencia:
“Una vez fuimos piel/ Rotos por el tiempo; arena y
olvido // En la memoria, en lo que nos queda de silencio/ El cuerpo levita
entre las manos// Escritura, dedos para el revuelo// La piel es la vigencia de
la memoria.” (p. 13)
"Oculta" ©Alberto H. Cobo |
La piel se vuelve aquí el centro del recuerdo,
impresa en un olvido que sabe a
tinta y por lo tanto inolvidable. La piel es la representación de esa vida que
somos y que nos contiene, no hay otro modo de existir si no es desde la piel,
esa piel que se hace también lienzo y palabra. En este poema vemos también como
la voz poética siempre retorna al juego escritural, esa especie de arte poética
que nos recuerda que todo en la vida surge y vuelve a la palabra.
La vida va y viene entre los versos, en el cuerpo
desnudo de esa mujer que se hace poema. El poema Muelle dibuja esta realidad,
el espacio perfecto de resguardo y auxilio, la razón misma de sobrevivencia
radica en ese cuerpo:
“Esta semana/ el país atracó entre tus piernas// te
toco y te compruebo// aún quedan trincheras donde salvar la vida.” (p. 17)
no hay nada más, no importa nada más, entre esas
trincheras se resguarda la vida, no se necesita de otro tiempo ni espacio, ese
cuerpo es el lugar perfecto para todo, para contener la existencia.
No puedo evitar encontrar en la poesía de Alberto la
constante presencia de lo femenino ligado a la poética, mujer y palabra
confluyen siempre entre sus líneas, más que un juego, es una constante de su
creación, la mujer musa u objeto del deseo, termina siempre por volverse
palabra, se inscribe en el poema para crearlo, lo hace suyo mientras se
entrega. De tal modo lo apreciamos en Ardiente:
“Imagino el instante: la mujer que camina / Bajo la
luna insomne. // La imagen dormida / Envuelta entre mis sueños. // Pero la
siento imposible, alejada. // Sólo cuerpo que miro y anhelo. // Imagino el
instante: ella se deshace en mi boca / Y vuelve a ser cuerpo // Y después la
muerdo y en la lengua la pierdo. // Ella se abre en las páginas. Vibra en el
poema. // La nombro ardiente sin nombre. // La imagino y la regreso al papel / Sorbida
por la noche.” (p. 34)
Mujer y palabra se conjugan, se hacen una en el
poema que las absorbe, son a la vez lo creado y lo que le crea, en un confluir erótico
que las humaniza.
Lo erótico es constructo de la imaginación, aunque
remite directamente al amor de pareja, se enlaza con la forma como los amantes
imaginan y ejecutan su encuentro, Octavio Paz nos lo recuerda:
“El erotismo es la dimensión humana de la
sexualidad, aquello que la imaginación añade a la naturaleza.”[3]
y de ese modo lo encontramos en la poesía de
Alberto, mujer y poema, erotismo e imaginación, en un arte poética que
transciende a la palabra y a la sexualidad para volverse meramente imagen,
creación literaria, esencia de aquello que se condensa en los versos. En este
construir de lo erótico desde la palabra encontramos el poema Pecado, de por sí ya su título nos
prefigura su sentido:
“Será una herejía no tocarte. / No desearte. / No
tenerte en la mira. / No calumniarte. / No ofender tu silencio. / No naufragar
en medio de ti. / No andar de puntillas sobre tus pezones. // Sería un pecado
dejar de mojarme en tus pliegues. / No comerte.” (p. 58)
Lo erótico se hace presente aquí desde lo prohibido,
o desde lo que sería un absurdo dejar de hacer, la voz poética no vislumbra
otro modo de existencia que el encuentro con el ser objeto de sus afanes. La
imagina y construye en su realidad, en el mismo espacio donde le palpa y le
aprisiona.
Poesía y erotismo se bifurcan en este poemario de
Alberto Hernández, una depende de la otra en una relación dicotómica y
armónica, la palabra poética construye y erotiza al encuentro y la imagen que
se transfunden en el poema. En el poema Poética vislumbramos una vez más este
converger de realidades:
"Espera" ©Alberto H. Cobo |
“Desde cualquier ángulo / Desatas el deseo. // Las
palabras se ahogan en la almohada / Y el perfil de tu rostro define / La frase
que nos une: / Alguien nos observa y se retira. / El espejo cierra los ojos y
nos oscurece.” (p. 71)
Los amantes y su encuentro recrean la realidad del
poema ¿o es el poema quien los recrea?, igualmente el que observa y se retira
pareciera ser el lector, que de tanto andar por estos versos, cierra el libro y
se aleja con la reminiscencia de las imágenes grabadas en su alma.
Así transcurre Ropaje de Alberto Hernández, cargado
de una eroticidad única, lleno de imágenes que se construyen a sí mismas en la
intimidad de los versos, en la imaginación de aquél que escribe en complicidad
con quien lee. La constante de lo femenino y lo erótico amatorio, junto al arte
poética como objeto de recreación de lo imaginario, confluyen en este poemario
sin temor alguno a descubrir lo que hay más allá de lo amoroso.
_________________________
1 Alberto Hernández
(2012) Ropaje. Ediciones Presagios. Cancún. México.
2 Octavio Paz (1993)
La llama doble. Amor y Erotismo. Seix Barral. Biblioteca Breve. Colombia. (p.
10)
3 Octavio
Paz (1993) La llama doble. Amor y Erotismo. Seix Barral. Biblioteca Breve.
Colombia. (p. 117)
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