—por Alberto
Hernández—
Me deshago de cualquier tropiezo. Vuelvo a mirarme
bastante joven en Sabana Grande. Soy un estorbo en los pasos que dirijo a la
librería Suma por mi torpeza para hacerme sentir cuando estiro el brazo y
estrecho la mano de alguien. Aún llueve sobre mí y me aletargo. Protagonizo un
instante. Me miro en la vidriera y allí están Raúl Bethencourt y Rafael
Cadenas, a quien he leído muy poco en los periódicos, en el “Papel Literario”,
para ser exacto.
Entonces entro y me deshago de mi timidez extrema,
aunque mi delgadez física diga lo contrario. Hiperquinético, con cara de
beduino, arribo al pequeño mostrador. Cadenas está de espaldas. Lee algo. El
dueño del establecimiento me sonríe con la amarga seriedad de siempre.
Me arrimo a los libros de poesía y entonces me
encuentro con el autor en la edición de Fundarte de 1979, donde habitan “Los
cuadernos del destierro”, “Falsas maniobras” y Derrota”.
Tomo el libro en mis manos y lo hojeo.
Me aproximo a Cadenas y lo saludo. Levanta los ojos
en cámara lenta y me mira: su rostro no expresa nada. Si acaso un leve gesto en
la comisura de los labios. Deja de leer. Le muestro la edición caraqueña y
ahora sí, sonríe. Pero con mucha seriedad. Se la extiendo y él la revisa. Abre el
tomo y va directo a la página 31. Saca un bolígrafo azul y corrige. Hasta ahora
no he visto lo que rasguña sobre el papel.
Masculla algo y me enseña la corrección:
—Aquí pasó algo. Me di cuenta después. Hay un error:
“hinca es con h”. Escribieron la palabra sin la h”. Y me devolvió el libro.
Nuevamente me lo quitó y colocó su firma al comienzo de la obra, exactamente
debajo de “Falsas maniobras”.
Había mucho silencio en la librería. Raúl seguía en
su faena, entre facturas y chasquidos de su boca.
Era el 10 de octubre de 1979. La fecha la anoté como
he hecho en algunos libros. 15 días después cumpliría yo 28 años y “Falsas
maniobras” arribaba a sus 37.
Relato esto porque hace 50 años fue publicado
“Falsas maniobras”, una de las escrituras renovadoras de la poesía venezolana.
Y comienzo con estos personajes porque esa experiencia revitalizó mi creencia
de que estaba frente a un poeta que había cambiado algo en mi manera de leer
poesía, de entenderla, aunque no la entendiera. Dos años antes me había
graduado en el Pedagógico de Maracay. Sabíamos de Cadenas, pero no era el
Cadenas del que no supondríamos sería después. No obstante, era ese Cadenas que
siempre ha sido. Distinto en su decir y andar. Y distinto yo en mi escribir en
este instante, toda vez que sigo siendo aquél que viajaba a Caracas cada mes a
buscar libros en la librería Suma de Sabana Grande. Entonces Venezuela era un
país, pese a que Maracay no gozaba –ni goza- de espacios para adquirir los más
recientes títulos.
Ese día conocí a Rafael Cadenas. Digo yo conocer.
Pasó lo que arriba conté. Después vino la lectura y otras veces hemos coincidido
y hablado. Poco, pero hemos hablado y algunas cosas he escrito acerca de su
obra, más para sentirme cerca de su voz que para enriquecer la crítica –que no
soy afiliado a ningún sindicato de críticos-, la que tanto hace guantes con sus
sombras en side steps.
3.-
El yo lírico de Cadenas viajó desde “Los cuadernos de
destierro” (1960) hasta este discurso que Ana Nuño califica de “…agonístico,
que pone de manifiesto la lucha del poeta por hallar el espacio más propicio a
su voz” (prólogo de la Antología de la Colección Visor de Poesía, Madrid 1999).
Y en efecto, Cadenas continúa la escritura en prosa, pero devela la “unicidad”
de su yo en el otro, en el tú que “maniobra” en este su segundo volumen (1966).
La “seductora diversidad” amplía las posibilidades expresivas de nuestro autor,
quien navega, cruza laberintos y estrechos y arriba al país amado, al país que
lo advierte sin piel, envuelto por un yo en el que
“Ni siquiera el lenguaje mitigador, que desarma,
que embota, que oculta, quitando poder a las cosas,
le sirve para nada porque vive en significados”.
Quien viene del destierro y ha logrado cruzar las
mareas del Caribe y se ve “frente a este paisaje al que protejo”, es otra voz,
un ser que se decía multiplicado, pero también un “hombre incompleto”. A la
vuelta del exilio, el hombre que es se califica de complicado, enredado,
problemático. Es otro hombre a quien
“Comienzan a llamar poeta, aunque está lejos de eso,
pues es sólo un hombre desabrigado”.
Es decir, un hombre a la intemperie, en el exilio de
su yo. Del yo del otro que retorna siempre a un “adversario”, a la angustia de
saberse envuelto por los retrasos a que lo obliga la ciudad. Es un hombre que
al sentirse amenazado por cualquier gesto, por algún rostro, “lo desdibujo
pacientemente”.
En este libro está el viaje. La recurrencia del
exilio. De Trinidad a las costas venezolanas a través de Boca de Serpiente.
Desde el “antiguo reino” hasta el “país amado”, pasando por un paisaje conocido
antes de la huida. Voz desolada, cargada de silencio por las trampas que
respira a la llegada de un alguien que exige explicaciones.
Una poética que se despoja de todo, que se agita
“Frente al tiempo” de sus verbos, porque Cadenas cuenta y ajusta cuentas a los
adjetivos precisos para deshacerse del otro, el que retornó y se vio en otro
espacio, en otros sonidos. De allí que
“No soy el mismo”.
Ese otro, esa otra voz se menciona en y desde el
silencio, desde la soledad sonora que contiene estos textos. El hombre que es
otro dice:
“Abandono mi caminar intrincado. Me dilato en
vastedades blancas. Sirvo en silencio a un solo rey.
(…)
Me hago a la lentitud, al gesto consciente, al rumor
del desierto”.
En “Realidad y Literatura” (Equinoccio / Editorial
de la Universidad Simón Bolívar, Caracas 1979), Cadenas afirma:
“El poeta está siempre ocupando algún otro cuerpo (is
continually in for, and filling, some other body), dice Keats; pero si se
observa bien el sentido del texto, parecería más apropiado pensar que el
ocupado por las “criaturas de impulso” es el poeta, pues si éste no tiene
identidad ¿cómo va a ocupar otro cuerpo? Siendo este poeta un viviente anodadado
por todo, un ser como la vida misma, no podría ser eso que Keats expresa. Para
ocupar otro cuerpo hay que ser “alguien”…”
Esta cita revelaría el posible origen del comienzo
de “Falsas maniobras”:
“Hace algún tiempo solía dividirme en innúmera-/ bles
personas. Fui sucesivamente, y sin que una/ cosa estorbara a la otra, santo,
viajero, equili-/ brista.
Para complacer a los otros y a mí, he conservado/
una imagen doble. He estado aquí y en otros luga-/ res. He criado espectros
enfermizos”.
El poeta y su doble. El otro en el yo fragmentado. El
que se despoja en él y en el otro. El espejo y el reflejo. Voz y silencio.
Poema.
Acerca de este mismo aspecto, Ana Nuño escribe:
“El yo poético ensaya, desde este punto de vista, un
diálogo consigo mismo, que es la única vía para entablar una comunicación con
el otro”.
Cadenas se habla a él y se hace el otro en el
lector. Una vez que el lector se ha apropiado del “corpus” poético, el autor
desaparece en el otro, en el lector. Diálogo simultáneo que puede hallarse en
“Los dos inútiles”, en el que quien usa la primera persona “enfrenta” al otro:
“Mi perturbador puntual, siempre frente a mí/ con su enjambre de reticencias,
huyéndome en su-/ surros”.
Esta “inutilidad”, este fraseo frente al espejo, es
decir frente al que se supone el otro, lo lleva al desvío del sendero que lo
conduce al fracaso.
Cito completo el poema “Mirar”:
“Veo otra ruta, la ruta del instante, la ruta de la
atención, despierta, incisiva, ¡sagitaria! Pico de víscera, diamante extremo,
halcón, ruta relámpago, ruta de mil ojos, ruta de magnificencia, ruta de línea
que va al sol, reflejo del rayo vigilancia, del rayo ahora, del rayo esto, ruta
real con su legión de frutos vivos cuyo remate es ese lugar en todas partes y
ninguna”.
El autor ha destacado tipográficamente las palabras
“vigilancia”, “ahora” y “esto”, calificadas por el “rayo”. ¿Qué quiso decir
Cadenas con este juego?: el sustantivo que indica husmear, al adverbio de
tiempo que apunta hacia el tiempo presente y el adjetivo demostrativo que
identifica. Tres instancias que entrañan un significado: el poeta colocado en
un trípode desde el “mirar”, desde el espionaje de algún ojo que lo marca. Las
“falsas maniobras” del otro, las trampas de la realidad.
Destierro, regreso, vigilancia, el paisaje revisado.
El “Fracaso”:
Con este poema, Rafael Cadenas anunció, in pectore,
la llegada triunfal de “Derrota”, uno de sus más conocidos textos. “Fracaso” es
un canto de agradecimiento. Una elegía al éxito, aspiración que muchos han
cultivado con el fin de llegar a la fama, ese personaje que tiene sus raíces en
la mitología y que se puede convertir en asidero personal
en la medida en que el fracaso asoma su hocico. Fama, éxito, fracaso y derrota
son palabras que forman parte del clima de artistas y buscadores de tesoros y
reveladores de secretos.El poeta no desperdicia para decir: “Cuanto he tomado
por victoria es sólo humo”.
Y frente al tiempo tutea al fracaso:
“Me has conducido de la mano a la única agua que me
refleja.
Por ti yo no conozco la angustia de representar un/
papel, mantenerme a la fuerza en un escalón, / trepar con esfuerzos propios,
reñir por jerar-/ quías, inflarme hasta reventar.
Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.
Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no/
me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por / haberme ceñido.
Me has brindado sólo desnudez…”
Y de allí a la “rutina”, al vivir y llegar a decir:
“Planto mi casa en medio de la locuacidad. / Me reconstruyo con un plano
inefable. / Calma. Ya está. Entro en la horma”.
El libro respira al final con “Una canción que me
acoja después de lavado, / sin tinieblas”.
En medio del sosiego que da la “Encantación”:
“Aplacado como un reflejo, llegaré a este filo”.
Rafael Cadenas frente a su tiempo, a todo el tiempo
para completar una obra que no ha terminado. Una poesía que inventa y se
reinventa.
A 50 años de “Falsas maniobras”, el poeta es uno,
pero también el otro, el lector.
.ah/