—por Alberto Hernández—
Unos dicen sí.
Otro dicen no. Y algunos se mantienen en el medio. Eclécticos. Con la mirada
puesta en el rostro de Bob Dylan. Con la mirada sesgada hacia Philip Roth. En El mal de Portnoy, en Mi vida como hombre, en Patrimonio…bueno, en la acidez del
judío que abjura de los judíos y de Norteamérica. En el excelente narrador que
se ha retirado de la escritura y de la vida.
Escondido. A la
espera de algo.
Para muchos, Bob
Dylan no es Dylan Thomas. Y en eso tienen razón. Tampoco es Haruki Murakami, o
Marías. O el africano. O quien quiera que esté asomado a la ventana del Nobel
de Literatura desde hace décadas. Nadie duda de la calidad de Vila-Mata. Pero
le dieron el premio a un hombre que toca la guitarra, canta y llena los
estadios de gente. Nada que ver con el Nobel de Literatura.
Para unos sí,
para otros no.
Pero, siempre uno
o muchos pero: Bob Dylan también ha escrito libros. Claro, nadie podría
comparar los poemas y canciones de Robert Allen Zimmerman con la escritura de
Adonis, Joyce Carol Oates, DeLillo, McCarthy, Borges, Ngugi wa Thiongo,
Montejo, Cadenas, Nicanor Parra, Cisneros…pero le dieron el Nobel. Entonces,
sin ánimo de colocar la balanza en el mismo nivel, destaquemos qué ha hecho,
más allá de cantar y tocar la guitarra, este controversial artista, que desde
1996 ha sido nominado al ahora espinoso premio que acaba de ser anunciado como
suyo en este 2016 quejumbroso y también difícil de tragar.
Bob Dylan nació
en Minnesota en 1941. El 2 de mayo. Llevó una vida agitada, exagerada como la
de Romaña, el personaje de Bryce Echenique, hasta que encontró el caminó que lo
llevaría a ser lo que es: un compositor y escritor que ha sido celebrado en
muchos espacios. Callejero, putañero, bebedor, hippie. Nada de esto le agrega a
lo que pasaría después. Nada de eso acumula fichas para ganarse el premio en un
salón de Las Vegas. No obstante…
Ha publicado dos
libros: Tarántula, editado
inicialmente en 1966 y luego reeditado en 1971. Se trata de un monólogo
interior en el que el autor se desnuda y se viste con el polvo de lo que le ha
pasado y le pasa a otros. Posteriormente, da a conocer Crónicas volumen 1: un material autobiográfico publicado en 2004,
donde sigue hablando de lo que acontece en el medio social y lanza notas
filosóficas que se anudan a esa misma realidad norteamericana. Un guiño que
muchos celebran, por aquello de haberle metido cuña a Lennon y a Los Beatles para
que dejaran de componer canciones insulsas y hablaran de la gente, de sus sufrimientos,
de la riqueza de otros, de imaginar el mundo de otra manera, de ser reales.
Para muchos, este cambio en los muchachos de Liverpool reveló que se puede
luchar por la “revolución” desde la entrañas del monstruo. El parpadeo es
visible.
En el año 2001,
Bob Dylan publica Letras y canciones: Lyrics
o Writings and Drawings
(Escritos y dibujos).
En mayo del año
2016 publica el álbum Fallen Angels.
De su producción
musical poco o nada diremos aquí.
Pero mientras
escribe y publica poemas sueltos en revistas y periódicos, el mundo lo oye
cantar.
Este hombre del
espectáculo ha recibido doctorados honorarios de las universidades de
Princeton, New Jersey y St. Andrews. Igualmente, la Orden de las Artes y las
Letras de Francia en 1990. Ha sido merecedor del Premio Príncipe de Asturias de
las Artes en 2007. Premio Pulitzer Special Citation en el 2008 y también ha
recibido la National Medal of Arts de Estados Unidos en 2009.
Para muchos y
para otros, esto no lo hace visible en el Nobel de Literatura. A juicio de este
cronista, vale poco o vale mucho que se lo hayan dado. En todo caso, sin entrar
en polémica, el hombre ha escrito poesía, unas buenas, otras flojas. Ha cantado
poemas y ha hecho poesía con sus canciones.
¿Mereció el
Premio Nobel de Literatura? ¿Por qué no Roth? ¿Por qué no Murakami? ¿Por qué no
cualquiera de los fichados de Estados Unidos, África o España? Habría que
preguntarle a la gente del Nobel en Suecia.
El veredicto del
jurado del Nobel reza: “…por haber creado una nueva expresión poética dentro de
la gran tradición de la canción americana”. Eso es cierto.
Dijeron los
miembros del jurado a través de la secretaria general de la Academia Sueca, que
Dylan hace “poesía para el oído”. Bueno, toda poesía es para el oído, como para
el alma. Aunque creo que quiso decir: poesía para ser cantada.
En todo caso,
allí está la polémica. Allí está el resumen de quienes una vez cantaron poesía
en las calles. Escribieron como Quevedo para leer en los bares y hacer trampas
con la existencia. O Villon, delincuente común dueño de una extraordinaria
poesía. Ahí están los juglares, los trovadores, los dramaturgos, los payasos,
los malabaristas, los escritores mediocres que han recibido el Nobel, los que
no son leídos ni cantados. Los que pasaron sin pena ni gloria. Los que no
forman parte del gran mercado. Los que sí. Los que se esconden luego de
recibirlo. Los que se acaban de morir, como Darío Fo, un día después de
anunciado el premio a Dylan.
Paradojas,
aplausos o silencios.
El premio Nobel
de Literatura es un escándalo. Qué bueno. Pero el de la Paz es una vergüenza.
Así andamos. La
discusión sigue abierta.
Dylan Sí. Dylan
No. Usted escoge.
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