Sunday, November 27, 2016

"22/11/63”, DE STEPHEN KING


—por Alberto Hernández—

“…porque el viaje en el tiempo
sólo es una interesante ficción”
S.K (pág. 847)

1.—
“JFK slain in Dallas, LBJ takes oath”, así fríamente tituló el Daily News —en una edición Extra— el día de la muerte de “Jack” Kennedy, y ese anuncio fue usado en la tapa de la novela de Stephen King publicada por el Círculo de Lectores en 2011.

En casi novecientas páginas el lector se ve obligado a viajar a través de un túnel del tiempo con la intención de tratar de salvarle la vida al otrora primer mandatario de la gran nación del Norte, John F. Kennedy. En la contraportada del mismo diario, otro titular: “JFK escapes assassination, First Lady also Ok! Panic strikes during drive through Dallas”, que niega la versión histórica, como un deseo guardado en el ánimo de quien arbitró un atentado y la víctima dejó de serlo gracias a la capacidad ficcional de quien escribe una historia.

La foto de Jackie tratando de huir de los disparos nos impulsa a entrar en este viaje alucinante.

Hace unos años leí esta novela. Hace años la comenté con Antonio López Ortega, creo que —probablemente haya sido en la boca del túnel— en Mérida, Caracas o Valencia, en un instante en que nos topamos en el pasillo de un hotel o en el de una feria literaria. Sergio Dabhar había escrito una nota en El Nacional donde hablaba de los logros de esta monumental novela de ciencia-ficción, en la que el controversial autor norteamericano lucía sus dotes narrativas e inventivas.

Stephen King es co-productor de la miniserie basada en su libro.
foto:BenMarkHolzberg/hulu
2.—
Jake Epping da clases de inglés en Maine. Epping suele recibir relatos de sus alumnos para que éstos –en este caso sus alumnos adultos del turno libre de noche- demuestren lo que han aprendido de sus enseñanzas. Un crimen horrendo es relatado por Harry Dunning. El maestro de idioma lo lee y se sorprende. Paralelo a este episodio, Al, un amigo de Epping que regenta un negocio de hamburguesas, le cuenta de una puerta que hay en su almacén, a través de la cual se puede viajar en el tiempo. Al pasado, para ser más preciso. Pero más preciso aún: al día 9 de septiembre de 1958, fecha clave porque supuestamente el destino dio la orden de darle muerte al presidente Kennedy. Al le pide a Epping que viaje a ese día, medio siglo luego de los terribles sucesos de Dallas, para tratar de evitar que Lee Harvey Oswald dispare contra la cabeza de “Jack”, como familiarmente llamaban al ocupante de la Casa Blanca.

Epping se traslada a la mencionada época con el nombre de George Amberson. Muchas fueron las peripecias del viajero en el tiempo. Muchos los cambios, las aventuras. Una larga historia que fracasa. Amberson no pudo evitar el asesinato del presidente, pero supo de muchos que lo querían muerto y de otros que lo amaban.

Esta historia la comenzó a escribir Stephen King el 2 de enero de 2009 y la terminó el 18 de diciembre de 2010 en Sarasota, Florida, y en Lovell, Maine, respectivamente.

Un epílogo da cuenta de ese fracaso. Un recuento que diseña el fracaso, el porqué de ese fracaso. De esas respuestas que no pudo ofrecerle luego a la memoria de su amigo Al, quien murió en extrañas circunstancias.
Para dejar clara su intención de hacer de esa muerte una historia sin fin, sin solución de continuidad porque el misterio continúa, King afirmó que “…las fuentes más útiles que leí en la preparación para esta novela fueron “Case Closed”, de Gerald Posner; “Legend”, de Edward Jay Epstein (una chifladura a lo Robert Ludlum, pero divertida); “Oswald: un misterio americano”, de Norman Mailer; y “Mrs. Paine´s Garage”, de Thomas Mallon. El último ofrece un brillante análisis de los teóricos de la conspiración y su necesidad de encontrar orden en lo que fue un suceso casi aleatorio”.


Para quienes niegan la calidad narrativa y literaria de Stephen King está esta novela, que servirá de gancho para no perderlo de vista como narrador, como contador de historias que nos dejan sin aliento.

En uno de los epígrafes usados por el autor norteamericano, Norman Mailer dice:

“A nuestra razón le es virtualmente imposible asimilar que un hombrecillo solitario derrumbara a un gigante en medio de sus limusinas, de sus legiones, de su muchedumbre, de su seguridad. Si una persona tan insignificante destruyó al líder de la nación más poderosa del planeta, entonces nos hallamos sumidos en un mundo de desproporciones, y el universo en que vivimos es absurdo”.

Y ahora más absurdo es, cuando las naciones son gobernadas (¿?) por intrusos, por mensajeros sombríos, por criminales y traficantes de toda indigestión.





Thursday, November 24, 2016

NO RESIGNACIÓN (Antología del Mundo por la no violencia contra la mujer)


—por Alberto Hernández—

1.—
“No resignación” es un poemario mundial. La No resignación es el rostro macerado de una mujer. El cuerpo mancillado de una mujer de cualquier parte del mundo. Resignarse es dejarse vencer. Vencerse a sí misma. Desde la convicción contraria, la de no dejarse vencer, nació este libro con el apoyo del Ayuntamiento de Salamanca (Talleres de Gráficas Lope, 2016) en el que aparecen los nombres de 136 poetas y sus textos, provenientes de 35 países.

“No resignación” es un poema global contra quienes practican la violencia contra la mujer. Son textos dolorosos, duros unos, otros frágiles como la mirada inocente de una muchacha. Son textos de una calidad indiscutible. Poemas que oyen el quejido de quien ha sido maltratada por mano indolente, por mano criminal.

NO RESIGNACIÓN (Antología del Mundo por la no violencia contra la mujer) es una Antología de Salamanca, congregada en Salamanca, en el espíritu afectivo y cultural de Salamanca, la hermosa ciudad universitaria de donde emergen voces de distintos colores y tonos. Y donde el poeta peruano/ español Alfredo Pérez Alencart se dedicó a recoger y a seleccionar los poemas que en él ahora están, ilustrados por Miguel Elías.

El alcalde de la villa de Salamanca, Alfonso Fernández Mañueco, escribió un pórtico en el que destaca la labor solidaria de la comarca cervantina y el significado de un libro como éste, en el que la mujer es la protagonista.

Hablar de la poesía que aquí se congrega es hacer un viaje inacabable. El tema suma tanta fuerza, tanto dolor, pero también tanta belleza con el propósito de descubrir el sufrimiento y a la vez el apoyo para quienes han sido víctimas de maltrato físico y sicológico.

Voces de hombres y mujeres son aquí voces de mujeres con acento de hombres que se acercan a aquéllas que no tienen voz, que han sido enmudecidas por los golpes y el odio, por los celos y la amargura de un macho enfermo de poder y locura.

Para eso también sirve la poesía. Para dejar una marca, una huella, una señal.

2.—
Poetas de España, como Enrique Gracia Trinidad, Alfredo Pérez Alencart, Carlos Aganzo y Jorge de Arco. De Nicaragua, como Isolda Hurtado y Gioconda Belli; de India, como Mainak Adak; de Inglaterra, como Leya Tierney; de Irak, como Abdul Hadi Sadoun; de Chile, como José Antonio Massone; de Colombia, como Luz Mary Giraldo; de Italia, como Beppe Costa, Igor Costanzo y Stefania Battistella; de Ecuador, como Ana Cecilia Blum; de Israel, como Margalit Mattiahu; de Kosovo, como Xhevdet Bajraj; de Croacia, como Tomislav Marijan Bilosnic; deArgentina, como José Luis Najenson y Marga Mangione; de Ghana, como Kwame Dawes; de México, como Miguel Aguilar Carrillo; de Bulgaria, como Kerana Angelova; de Turquía, como Müesser Yeniay; de Indonesia, como Yohanes Manhitu; de Panamá, como Javier Alvarado; de Estonia, como Jüri Talvet; de Cuba, como Nancy Morejón; de Brasil, como María Barroca; de Bolivia, como Pablo Carbone; de Perú, como Miguel Idelfonso; de Estados Unidos, como Rita Dove; de Costa Rica, como Nidia Marina González; de Portugal, como Albano Martins y Antonio Salvado; de Puerto Rico, como Jonatán Reyes; de Japón, como Hiroshi Tomita; de Australia, como John Horner; de Rumanía, como Carmen Bulzan; de Guatemala, como Ana María Rodas; de Grecia, como Dyionisia Karpouzis, de Paraguay, como Jacobo Rauskin, y de Venezuela, como Ernesto Román, Alberto Hernández, Laura Cracco, Carmen Cristina Wolf, Enrique Viloria Vera y Catalina Martínez Estévez.

Son sólo algunos de los nombres que respiran en estas páginas dedicadas a la mujer víctima, a la mujer humillada.

Incluye el libro poemas en bengalí, estonio, árabe, indonesio, catalán, italiano, croata, griego, rumano e inglés.

Universidad de Salamanca
3.—
El trabajo realizado por Pérez Alencart merece todo el reconocimiento de quienes tendrán en sus manos esta aventura solidaria, estética y artística.

Salamanca es hoy día uno de los centros culturales más importantes del mundo. Siempre lo ha sido. Desde sus autoridades, pasando por las de la Universidad de Unamuno, sus calles y Plaza Mayor, sus viejos edificios y profunda fe en la creación, la ciudad no se despega de su humanidad, de su afecto por quienes le agregan a la existencia afecto y calidad creativa.





Saturday, November 12, 2016

EL AUTOBÚS DE LEONARD COHEN


—por Alberto Hernández—

1.-
Ayer salió de casa Leonard Cohen. Ayer se detuvo bajo un árbol. Cohen, el de “Aleluya”, el del sombrero, el de la nariz picuda, el de rodillas mientras susurraba su alma sobre el público.

Ayer salió con su paraguas y se detuvo bajo una sombra mientras esperaba el autobús.

No se enteró si alguna lluvia sería el próximo poema.
O la próxima canción hecha poema. O el poema que siempre fue canción.

Y lo oí cantar por última vez en la voz de un sacerdote, en las voces de Elvis, Il Divo. En las de unos ángeles que dormían en ese árbol desde donde Leonard sentía que su muerte estaba cerca.

Y así dijo para no olvidarse:

“Fui el último pasajero del día.
Estaba solo en el autobús.
Me sentía contento de que se estuvieran gastando tanto dinero
sólo para llevarme por la Octava Avenida arriba”.

Y se hizo a un lado cuando pasó la sombra de otro bus a toda velocidad y pujando su peso.

2.-
Alguien lo saludó desde la calle. Creo haberlo adivinado una vez en Montreal, ciudad a la que nunca he ido, pero digo que estuve en el sollozo de una mujer que amé y nunca me amó. En una calle sin nieve, en una calle de sol frío con el señor Cohen a la vista, mientras del cielo caía un relámpago helado.

Y él sacó la mano y sonrió, porque no le costaba mucho hacerlo. Reía y sonreía. Cantaba mientras hablaba. Mostraba su perfil con gran desempeño. Y en el descuido de un acorde, en un salto de llantas en esa rúa solitaria, se dirigió a un sujeto que llevaba el volante del armatoste metropolitano:

“¡Conductor! Grité, estamos usted y yo esta noche.
huyamos de esta gran ciudad
a una ciudad más pequeña más propia para el corazón,
conduzcamos más allá de las piscinas de Miami Beach,
usted en el asiento del conductor, yo varios asientos más atrás,
pero en las ciudades racistas cambiaremos de lugar
para mostrar lo bien que le ha ido arriba en el norte”,

Hizo una pausa para respirar el aire monótono de la ciudad. Y retomó el aliento con estos versos:

“y busquemos para nosotros alguna diminuta villa pesquera americana
en la Florida desconocida
y aparquemos justamente al borde de la arena,
un enorme autobús como una señal,
metálico, pintado, solitario,
con matrícula de Nueva York”.

Y terminó el poema de un tirón. De nada valió mirarlo de frente. Yo estaba a su lado, en silencio. Él hablaba, recitaba, cantaba el poema. Lo dejaba en la portezuela del bus estacionado en una playa de Los Ángeles, un poco antes de enrumbar a otro mundo, donde era menos pesado respirar como humano.

Y ese mismo día, un domingo, murió Allen Ginsberg.

Yo andaba por esos lados, sumido en un sueño interminable, con un periódico bajo el brazo.

Al abrigo de su mirada detenida en un nido de ruiseñores, el señor Cohen sacó de un bolsillo un lápiz y un trozo de papel.

Describió la calle, describió el universo. Y sonrió.

Me extendió la mano. Y yo exagerado la sacudí como una rama. Sin embargo, no se molestó. Volvió a sonreír. Se alejó lo más que pudo, hasta que sólo vi su gabardina azotada por un viento inmediato.

Unos tipos grandes y forzudos empujaron el bus hacia un recodo de la avenida.

Leonard Cohen silbó una canción y se fue. Se alejó y se detuvo bajo otra sombra.

Yo me quedé con la felicidad de su Aleluya bajo el mismo árbol de su poesía.