—por Alberto Hernández—
Tres
prólogos para iniciar una larga caminata por el oficio que ha sido digerido
durante años. Tres prólogos para comenzar a relatar su experiencia como
escritor, sus inicios, sus cuentos y novelas, sus tropiezos y éxitos, sus
recomendaciones. Total, “Mientras escribo”
revela otra faceta de Stephen King: docente, maestro, consejero, íntimo y hasta
paciente grave de un hospital.
¿Para
qué sirve este libro? Como todos los libros sirve para agonizar. Digo, para saber de alguien que ha escrito mucho y que ha logrado,
mientras escribe, el rechazo y luego el reconocimiento de un público que lo
sigue y persigue. Sirve para que descarguemos algunas opiniones acerca de un
hombre que vende muchos libros cuyas historias se convierten en películas.
Sirve para quitarnos de encima muchos tabús, para deslastrarnos de ñoñerías
sobre el hecho de escribir y ser vistos como escritores o como bichos raros.
Sirve para reconocer que Stephen King es un hombre culto que se burla muchas
veces de los académicos, pero que los respeta mientras él sigue su curso.
“Mientras escribo” es un largo peregrinar por una existencia en la que no
han faltado las asperezas de quienes lo ven desde lejos como si se tratara de
un vendedor de salchichas. Pero más, como un sujeto que escribe y no logra
convencer a los muy adecuados narradores cuyos cánones mortifican a los menos
asistidos como King. Asistido en tanto en cuanto escribe para divertirse, para
saberse vivo, para inventar historias que a veces son truculentas como algunas
vidas que lo son en verdad.
Luego
de leer la extensa novela “22/11/63”,
el libro sobre la muerte de Kennedy en la que un personaje atraviesa el tiempo
e intenta evitar el magnicidio, se me quedó en la garganta el bocado del título
que hoy frecuento: “Mientras escribo”
era una obligación para algunas horas, para develar una suerte de misterio,
para alejarme de la opinión a veces perversa de quienes no han leído a un
sujeto pero sí consideran que el tipo es mediocre o falso, feo o cojo.
Me
dio por hacerlo como me dio con Isabel Allende, a quien leí toda para
convencerme de que es dueña de algunas novelas que sí formarán parte de la
historia de la literatura latinoamericana. En este caso desecho totalmente al
señor Coelho.
Y
menciono a la chilena para decir que “Inés del alma mía” es una bella
experiencia narrativa donde Isabel Suárez se convierte en la pasión de Pedro de
Valdivia, uno de los grandes conquistadores y fundadores de Chile. Por esa y
otras páginas de Allende la incluyo entre mis gustos. ¿Sabían ustedes que esta
mujer había escrito una versión del “Zorro”,
tan histórica como de ficción?
Así
me está pasando con este “sangriento y aterrador” norteamericano llamado
Stephen King. Sobre todo con estos dos libros: uno de ciencia-ficción donde la
historia de un asesinato real es la médula narrativa, y el otro donde el
escritor teoriza basado en su experiencia como hombre de letras, como profesor
universitario, como creador de personajes e historias que han invadido las
pantallas del mundo.
“Mientras escribo” podría servir de herramienta de trabajo para quienes
quieran aprender a escribir viviendo, muriendo o soñando. O Para pasar unas
horas conociendo el mundo de un tipo que escribe. Así de sencillo. Lo toma o lo
deja, como todo.
Es
una travesía animosa. Es una lectura feliz, alegre, honda, a veces, cotidiana y
casera, otras. No deja de mencionar a quienes han construido teorías literarias
o a los escritores que lo han influido.
Quien
lea esta nota pensará —y lleva razón— de que estoy descubriendo una isla. Pues
sí, ciertamente: es una isla como aquella que muchos venezolanos no han
descubierto en “Cubagua” de Enrique
Bernardo Núñez, salvando las distancias, toda vez que Núñez es el iniciador de
una corriente anterior a Jorge Luis Borges y a muchos que han sido calificados
de fundadores o creadores de técnicas o de edificios con peligrosos laberintos.
Pues
bien, el señor King deja en los lectores un libro para leer mientras se
escribe. Tampoco es que se me revuelva el alma y descosa mi admiración por
Cervantes o por Guimaraes Rosa. O por Cabrera Infante, John Dos Passos, Onetti
o Vargas Llosa. Por este último he recibido uno o dos insultos de alguien que
supongo adora a Paulo Coelho.
Digo
de tres prólogos: en uno habla de su afición por la música y del grupo de rock
donde participa como guitarra rítmica. Y en el que se devana los sesos con la
idea de lo que quería escribir acerca del tema de la escritura, de su forma de
abordar la escritura, entre otros puntos. El segundo prólogo, mucho más corto,
habla de la mucha paja que se escribe en los libros. Así lo dice, “paja”
(imagino que la traducción no tiene nada que ver con nuestra paja criolla).
Nombra el libro de William Strunk Jr., “The
Elements of Style”, en el que una máxima lo dice todo: “Omitir palabras
innecesarias”. Y el tercero, dedicado a su corrector Chuck Verrill, quien
“siempre tiene razón”.
De
ahí en adelante, el libro se abre con su “Curriculum vitae”, especie de
autobiografía en la que destaca su acercamiento a ese silencioso oficio de
inventar historias. Aunque todo el libro cuenta su vida. Su niñez, algunas
aristas, etc. El nacimiento de “Carrie”.
El rechazo de sus cuentos. La llegada a una meta. Cuentos publicados. Un tramo
largo más adelante, un intertítulo: “¿Qué es escribir” y lo asume como
“telepatía”. Los nervios, el entusiasmo, la esperanza y hasta la desesperación
podrían ser manuales para escribir. “Todo es lícito mientras no se tome a la
ligera. Repito: no hay que abordar la página en blanco a la ligera”.
“Caja
de herramientas” habla de las palabras, de las que usa o no usa el escritor.
Aconseja no ser tan farragoso. Habla de los escritores de estilo sencillo y
poco rebuscado. Es decir, una tabla de consideraciones metidas en una caja de
herramientas que heredó de su abuelo, claro, en términos hipotéticos,
imaginados. Pero que sirve para trabajar. Un martillo podría ser una buena
herramienta para romper una pared. Una palabra mal empleada podría tumbar un
buen párrafo. No ser miembro del club de las afectaciones, de esa fineza que a
veces hace que Proust sea difícil de ser abordado, más allá de que sea leído
por quienes consideran que Proust debe ser leído. No hay objeción, pero siempre
hay alguna.
En
“Escribir” aconseja lo que muchos
hacen en los talleres literarios: leer mucho y escribir mucho. Hacer
ejercicios. Digamos que planas, como llamamos en nuestras aulas de clases. O lo
hacíamos. Borradores. Pero sobre todo leer. Critica a quien tiene a Raymond
Chandler como un escritor de segunda. Aunque admite algunos pequeños deslaves
en el autor de novelas negras.
Pero
el punto es leer mucho y escribir también mucho. Y evitar la voz pasiva, así
como los adverbios de modo, entre otras tantas recomendaciones.
No
deja de mencionar las tres patas de la mesa: la narración, la descripción y los
diálogos. Abunda en ellos. Una clase magistral que podría convertirse en una
clínica para no iniciados. Tiene a Harry Potter como una de sus lecturas,
aunque al final deja colar una larga lista de libros que lo han influido, entre
ellos los de la señora Rowling.
Y
para casi finalizar: “Vivir”. Sí, vivir mucho, vivir a plenitud, hasta poner la
vida en peligro. Vivir para respirar las novelas, para escribirlas. El hogar,
la mujer, los hijos, los amigos, el mundo. Y un terrible accidente que casi lo
mata. Es atropellado por una camioneta que le fractura casi todo el esqueleto.
Pasa meses en terapia hasta que logra caminar de nuevo. Eso es vivir, para no
morir, por supuesto. Deja para el final unas coletillas en las que muestra
gráficamente las correcciones sobre lo ya escrito. Muestra borradores con
tachaduras. Una suerte de taller que resume todo lo dicho anteriormente.
3.-
En
conclusión: “Mientras escribo” es un
libro autobiográfico. Un libro de aventuras personales, tan literarias como
callejeras. Tan musicales como de viajes a editoriales que dejaban sus rechazos
en papelitos que él luego coleccionaba. Y así ejemplos de autores que también
pasaron por lo mismo.
Disfruté
este libro de King más por la manera cómo lo escribió que por su contenido,
porque lo afirmado por el conocido autor forma parte de las propias travesuras
personales, tanto las logradas como las no logradas. Es una lectura, repito,
feliz, alegre, con los arrebatos muy castizos del traductor.
Durante
este viaje de 318 páginas aparecen los distintos títulos del autor de Maine: “Carrie”, “Misery”, “Saco de huesos”,
“La larga marcha”, “Rabia”, “El fugitivo”, “El resplandor”,
entre otros. Sin olvidar sus primeros cuentos publicados en diversas revistas.
Luego
de que la medicina logró soldar sus huesos, King retomó la escritura.
Atrás,
muy atrás, quedaron el alcohol y las drogas, pero esa es otra historia.
Hola Alberto, como siempre, sorprendes y con buen gusto que deja sabores buenos también. Como soy tan miedosa, aunque me he leído, no sin terror a Bran Stocker, Poe y el mismo Horacio Quiroga, he evitado a Stephen King. pero,al único que me he acercado es a ese que comentas (Mientras escribo), entretejes y nos laberínticas y me pareció muy bueno, buenas lecciones, inimaginables; especialmente para aquellos que quisieran escribir.¡Vaya!, Entre Alberto Hernández y Stephen King
ReplyDeleteHola Alberto, como siempre, sorprendes y con buen gusto que deja sabores buenos también. Como soy tan miedosa, aunque me he leído, no sin terror a Bran Stocker, Poe y el mismo Horacio Quiroga, he evitado a Stephen King. pero,al único que me he acercado es a ese que comentas (Mientras escribo), entretejes y nos laberínticas y me pareció muy bueno, buenas lecciones, inimaginables; especialmente para aquellos que quisieran escribir.¡Vaya!, Entre Alberto Hernández y Stephen King
ReplyDelete¡Hola, por ahí! ¿Qué tal?
ReplyDeleteVengo a informarles que los he nominado al Tag Liebster Award, aquí les dejo el link que los lleva directo a la entrada de mi blog dónde viene todo lo que hay que hacer :) ---> https://l-es-de-libros.blogspot.mx/2016/12/tag-liebster-award.html
¡Nos leemos!