el escritor venezolano Rubi Guerra. Foto:Dagne Cobo Buschbeck/elestimulo.com |
“Toda habla es mandamiento,
terror, seducción, resentimiento,
elogio, empresa”
Maurice
Blanchot:
“El diálogo
inconcluso”
1.-
(Tengo una imagen clara de la calle Sucre de Cumaná.
De la leve bajada curva donde está la casa del poeta Ramos Sucre, frente a la
Iglesia de Santa Inés. Recuerdo haberme recostado de la ventana y mirar hacia
el extremo norte del casco histórico de la Primogénita. En esa vieja mansión
colonial, a mediados de los año 80 recibí, de manos de Ramón Ordaz, el libro “el
avatar”, de un muy joven (también yo lo era) escritor oriental llamado Rubí
Guerra. Lo había editado el Centro de Actividades Literarias “J.A. Ramos Sucre”/
Colección El cielo de esmalte N° 1) y el Consejo Nacional de la Cultura (Conac)
en septiembre de 1986. Es una edición lograda a pulso, con portada de Marcial
Bruzual que destaca una imagen de los procesos del hombre a través de su
acontecer biológico. Es decir, de su evolución, lo que acerca el significado de
avatar a estos trazos en un círculo. Luego leí “El mar invisible” (Monte Ávila
Editores, Caracas 1990) y “Un sueño comentado” (Grupo Editorial Norma/ La otra
orilla, Caracas 2004). De “Partir” (1998) y “El fondo de mares silenciosos”
(2002), entre otros, no tengo noticias porque no los he leído.
A esta hora, Cumaná, ciudad en la que viví alrededor
de cuatro meses, a comienzo de los 70, en el barrio Cascajal mientras trataba
de estudiar medicina en la UDO de Cerro Colorado, me queda tan lejos, pero vuelvo
la mirada a la calle Sucre, a la casa del poeta y a aquel día cuando recibí el
primer libro de Rubi Guerra, uno de los más sobresalientes narradores actuales
de mi país.
Y digo que retorno a esa experiencia porque cuento,
no sólo con los libros de relatos de Rubi, sino con dos de sus novelas, a las
que trataré en lecturas posteriores: “La tarea del testigo” y “El discreto
enemigo”, dos hermosos regalos que mi amigo Rubi me envió desde su ciudad.
Entonces, me recuesto y leo de nuevo estos cuentos,
esta pasión literaria de este trozo de tierra creadora y entusiasta en sus
palabras, en su ficción).
2.-
EL AVATAR
Dos partes hacen el cuerpo en este libro. Nueve
relatos se reparten en el par de secciones en las que el autor dividió estas
historias.
Los títulos: “La estación”, “La noche”, “El bosque y
el campo que ve”, “El sol detrás”, “La espera”, “Una muerte”, “Persona”, “La
arena en los dientes” y “Viento del sol” conforman el territorio del libro que
ya advertía de un excelente narrador. Relatos laberínticos donde el sueño es el
tema medular, así como los espejos, artífices del doble.
Nuestro autor indagaba en una búsqueda donde el
fracaso se asienta como fondo de una capa de eventos que sugieren un mundo
oscuro. Redacción densa, concisa y clara hacen que el lector se sienta modelado
por el narrador. Mientras los sueños avanzan en cada página la historia abunda
en imágenes recurrentes. El mar como escenografía, la ciudad y sus calles y
algunos ambientes sombríos.
En cada uno de los relatos el lector se tropezará con
imágenes como éstas:
“Quince minutos más tarde lo conduce a la parte
trasera, hay una puerta que da a unas habitaciones oscuras y malolientes, con
bultos por dondequiera –varias veces tropieza, goleándose las rodillas-, el
saxofonista no deja de hablar, moviendo mucho las manos, pero él no lo escucha”
(…) “Imposible recordar los sueños: se disolvían en emociones primarias –miedo,
dolor, angustia-, desaparecían las imágenes, y al final, también las emociones”
(La estación).
(**)
“Luego de recorrer las calles sin luces, entramos a
locales donde el sueño se empoza, se momifica, lo hallamos y lo dejamos
cristalizado como un pedazo de roca, como un fósil. El fácil reír cuando el sueño
está muerto (…) Los sueños están dormidos, muertos, cristalizados: podemos
saltar de uno a otro, arrojarnos, envolvernos en ellos, usarlos como escudos,
como lanzas, como refugio (…) Una nueva Escalera me condujo a las Torres, donde
los innumerables espejos reflejaban cada uno una imagen distinta del que se atreve a mirar en ellos; me
vi niño, anciano, animal de cuatro
patas, ser de ojos facetados sobre una roca negra en una playa…” (La noche).
(**)
“Oigo una noche con sus esperas, sus inquietudes, su
tranquilo pasar el tiempo como los ojos de los gatos” (El bosque que oye…).
(**)
“El centro era negro, es decir: yo solamente veía la
silueta negra con un halo rojo y anaranjado y sol detrás (…) Salí otra vez a
las calles nocturnas”. (El sol detrás).
(**)
“recordó un sueño, o mejor dicho, no lo recordó, las
imágenes del sueño vinieron hasta él, encontrándolo en ese banco (…) Antes de
salir a la calle le fue entregado un revólver (…) El pasillo está mal iluminado
(…) la función terminó, despierte”. (La espera).
La primera parte sume al lector en las sombras:
pasillos, habitaciones, la noche como ambientación, el misterio: el mundo onírico.
La segunda sigue la misma ruta. La muerte
personifica más el escenario donde un ectoplasma de Kafka felizmente se habría
movido. Rubi Guerra tantea en las sombras y le saca brillo en estos temas. Así
lo tenemos en estos otros ejemplos:
“Caminar por el pasillo blanco con puertas a derecha
e izquierda (…) Grupos de personas habían llenado las tiendas. Rostros
desconocidos, indiferenciados, como las caras de un sueño (…) un sueño o un
nombre” (Una muerte).
(…)
“-este espejo se había convertido en una obsesión,
su feroz y vengativa duplicación (…) El espejo no se ofende (…) recordando sueños
(…) El espejo abría su enorme boca rectangular dispuesto a engullirme”
(Persona).
(…)
“…luego lo separó de las otras figuras de su sueño, “mi
padre”, dijo y se rio. La escena se repite varias veces” (La arena en los
dientes).
(…)
“cuando la sombra crezca alrededor de nuestros ojos
(…) comiéndonos el rostro (…) soñarás (…) cuando los espejos hayan perdido su
capacidad de duplicarnos y no sean más que abismo abiertos (…) un sueño que se
desvanece (…) Sibilia, los espejos me han comido los ojos” (Viento del sol).
Es decir, nuestro autor trabajó estos cuentos como
una unidad orgánica: la recurrencia temática y el perfil de los personajes nos
dicen que Rubi Guerra estaba destinado también a escribir novelas. Y así ha
ocurrido. Pero aún no hemos llegado. Todavía faltan otros laberintos, otras
sombras, otros mares, ríos y selvas para que el futuro narrador de largo
aliento suelte sus velas.
3.-
EL MAR INVISIBLE
En éste la geografía comienza a tener nombre. Ya no
se trata de un libro dotado de una temática sombría. O de sitios cuya desolación
ampara a personajes innominados. Los laberintos se abren y aparecen los
paisajes del mar y de la meseta de Guanipa. Y sujetos más “reales”, más
cercanos a la biografía topográfica del autor.
Si “el avatar” sugería, éste apunta. Si antes los
laberintos conducían a sombras, casas oscuras, habitaciones extrañas e imágenes
donde los espejos también eran personajes, en esta oportunidad hay una región
visible, un mar se inventa en la costa, recorrida por quienes no terminan de alejarse
de ciertos misterios, aunque hay momentos en que los personajes se mueven a
tientas.
La escritura ha madurado. Guerra no se ampara tanto
en las “realidades psíquicas”. Nuestro narrador se hace más cercano a los
sentimientos cotidianos. En el cuento que le da nombre al libro, Santiago Riera
es devorado por la soledad, por la abulia luego de regresar a su tierra natal.
Sólo le queda el mar, tan invisible como su interior devastado por el fracaso.
Una vida que encontraba otro lugar, el que le había dado la infancia. El
regreso también tenía sus aristas: la pérdida de la heredad y hasta las ganas
de vivir: “Santiago Riera se despierta en la madrugada y abandona la cama donde
duerme la muchacha”. Ya el amor, el deseo, no le bastan.
El personaje se sienta frente a la playa a esperar.
No sabe qué espera, pero espera. Un mar invisible “lo mira, lo huele, lo cerca”.
“Sombra de luna” es el cuento de un crimen. El autor
se lo dedica a Lovecraft. Igual sentimos un pueblo del oriente venezolano, sus
calles, un barbero italiano amable y la esposa en total abandono físico.
Finalmente, la muerte aparece en unas gotas de
sangre que caen desde el techo sobre la tela que cubre las piernas de quien está
siendo afeitado en ese momento.
Mientras tanto, la navaja del barbero está cerca de
la yugular del cliente.
La muerte de una época. El intenso período de la
guerrilla. La mirada de un niño. La ingenuidad ante la tragedia. Y el mismo
espacio, el mismo lugar donde el autor, Rubi Guerra, estableció su mundo. Tanto
el real como el ficticio. La competencia entre infantes, entre los escolares
que se creen dueños del destino, en “Primer movimiento”. La memoria del autor
se recrea en su propio entorno. Podría ser él o el observado el sujeto de sus
diligencias intuitivas.
La historia anterior empalma con “Una disputa”. ¿Son
los mismos niños? ¿Es un recado para un cuento más extenso, para una novela
corta en la que la muerte ha sido hermanada con la del relato que precede a éste?
Podría ser:
“La muerte, con su exagerado afán de protagonismo,
hacía aparición en nuestra domesticada comunidad. Pero, ¿por qué tanto escándalo?
¿Acaso no eran nuestros los peces del río, la fruta de los árboles, el beisbol
de los domingos? ¿Estas cosas, no eran más importantes que la muerte? ¿Estábamos
preparados para el clamor de la sangre, las lágrimas y el dolor?”.
Y de nuevo el retorno a la tierra natal, al lugar
donde por vez primera se estuvo. He aquí el eco de un texto / reflejo de uno
anterior: “En la playa”. Si en aquél
el fracaso estaba sembrado en la pérdida de la heredad y del apego amoroso, en
la tristeza, aquí la nostalgia (la tristeza por un lugar) adquiere otros
matices:
“David reflexiona: podemos vivir para una imagen,
para la mentira aceptada y cultivada de una imagen elevada a razón última y
definitiva de todo. Puede convertirse en lo más importante, en la clave de una
vida, en la llave de los sueños y de la felicidad (…) En la larga sucesión de
los días, una imagen puede serla salvación”.
Luego de haber pasado una temporada en la cárcel, “ocho
años de su vida”, David arribó al “sitio de una cita olvidada; la hora, la
fecha y el lugar volviendo a un pasado que se creía fenecido…”
Los recuerdos, las pérdidas, el vacío, el silencio,
la soledad y retornar al reflejo que lo calcaría en un personaje retomado:
“Caminé hasta el espejo del tocador. No pude ver mi
rostro: estaba comido de sombras, como el de un fantasma”.
4.-
UN SUEÑO COMENTADO
En esta nueva aventura narrativa Rubi Guerra se
arrima a lo que podríamos definir como relatos mundanos: la nocturnidad rural y
provinciana del oriente venezolano hacen de “Un sueño comentado” parte de la
historia de un país atrasado, con poca memoria de su pasado, enclavado en la
retórica del mundanal ruido. El autor lleva en la voz con que narra parte del recuerdo:
la pasantía de una dictadura. Personajes perseguidos por el fracaso: el mundo
de las putas, el fraseo cuestionable de una festividad permanente ocultan el
abismo de un país que se cuestiona desde “un secreta melancolía”, como expresa
el narrador en el primer cuento, “Un caso perdido”, en el que Erasmito, un ñato,
sucumbe ante los negocios fáciles y se convierte en carne de prisión en los días
duros de la Seguridad Nacional. Erasmito robaba motores y toda suerte de
accesorios de la Compañía petrolera, razón por la cual fue denunciado. La
referencia geográfica: entre El Tigre y Cumaná.
Guerra ha dejado atrás parte de los temas que lo
asediaban. Ahora se encuentra inmerso en una temática donde el factor político
está presente: “De los placeres del mundo” relata la historia de un amor en el
que uno de los amantes es un torturador de la SN. Es el relato del fracaso de
una mujer que se entregó a un esbirro, a quien solicitó ayuda –ya eran novios-
para tratar de salvarle el pellejo a un primo que se había metido en problemas.
Como todo esbirro que se precie,
traicionó a la mujer y encerraron y torturaron al pariente comprometido contra
el gobierno.
“Debes comprender que no tenía otra opción. No habría
podido hacer otra cosa, así lo hubiera deseado. Tu primo es un enemigo del
estado, un subversivo. Y yo…bueno, mi trabajo es acabar con ellos. No te diré
que lo siento por él. Tendrá lo que se merece. Pero sí lo siento por ti,
porque, a pesar de que ahora no lo creas, yo te quiero”.
Hasta ahí duró el amor de ella.
Un día cayó el gobierno y Jesús, que así se llamaba
el esbirro, se presentó en casa de la mujer, quien con un escupitajo lo despidió.
De allí en adelante, la soledad de quien por años se encerró en una habitación.
La muerte de un Guardia Nacional en un asalto
guerrillero da cuenta de “Otros mares”. La muerte se encuentra con la de otro cuento:
el niño que recuerda esa tragedia se muda a otra ciudad. Un toque autobiográfico
nos invita a ver a Rubi Guerra subido en un camión mientras tomaba como destino
a Cumaná. Salía del campo petrolero donde se crio y, una día, desde el puerto
de la capital de Sucre, imaginó otra historia que desmiente al final de esta
travesura bien contada. “Otros mares” es la imaginación pura, es una metaficción
que engrana con el deseo de conocer el mundo.
“Una aventura en la selva” es el otro rostro de un
país como campamento. La explotación aurífera en el profundo sur venezolano.
Pero también las costras de ese negocio que siempre esconde algo ilegal, así
como las más bajas pasiones.
Emilio Arrioja llega a Ciudad Bolívar, “antigua
Angostura”, y abandona a sus compañeros de labores en el acarreo de mercancías
por el río Orinoco. No tarda tiempo en ser contratado para comprar oro en la
selva. Pero también se le atraviesa una mujer. Viaja a los campos de explotación
del oro y allí comienza su labor, pero se le atraviesa otra mujer. Los celos de
un amante frustrado dan al traste con esos amores. Termina mal herido y con la
marca del homicidio. Retorna a Ciudad Bolívar, lo visita el padre de la primera
mujer, Vilna, y éste, Arrioja, es informado del compromiso de la muchacha con
otro hombre en Trinidad, de donde eran originarios. Luego de una corta travesía
por Puerto España y Carúpano, vuelve a Cumaná. Regresa a la nocturnidad, a los
burdeles, a la caña, hasta que consigue a una muchacha de quien se enamora y
luego casa: ella es la madre del narrador. Mientras tanto, la otra mujer, la de
la selva violenta, Verónica, decide dejar el bar que regentaba en el campamento
y se pierde de todo aquello. El final, como algunos de Rubi Guerra: “Puedo dar
fe de que ni una cosa no otra eran ciertas”, en cuanto a seguirle los pasos a
Emilio para matarlo o para pedir perdón. El mismo relator nos deja con la duda.
“La Biblioteca” es otro de los cuentos laberínticos
de Rubi Guerra. Un relato de ciencia/ ficción, de suspense. Una historia en la
que se vislumbra la biblioteca infinita de Borges y los pasillos no visitados
por Kafka en su novela “El castillo”. Referencia que también tiene en Dante a
un guía hacia las profundidades de la tierra. Un depósito de libros bajo tierra. El pergamino donde un
anciano irrumpe con otro relato, en el que se sumerge su misteriosa vida.
Luego, una segunda parte en la que el personaje heredero por accidente de la
biblioteca vive un tiempo, hasta que logra salir a la superficie y se encuentra
con el mar. Una narración extraña que escapa de la matriz del autor cumanés.
Y para seguir con los misterios, “Miércoles de
ceniza”, un cuento construido con capas de sueños: un relato tectónico, donde
la metaficción se reconstruye sobre la base de otras metaficciones: un juego onírico
en el que Mendizábal, “el librero de la calle Comercio”, es otra víctima de
este invencionero llamado Rubi Guerra. El personaje también ambula en medio de
aventuras nocturnas. Laberintos en pleno centro de Cumaná, el submundo, la
delincuencia y el vicio. Entra a un barco fantasma donde se regodea con
actantes que luego desaparecen, hasta que termina en un
muelle, y desde él advierte “una cabeza de cabellos blancos y ojos oscuros”.
Una vez más, Guerra nos deja con la curiosidad, la misma que él sostiene como
excelente creador de historias.
“Un cuento comentado” se resume en imágenes oníricas
que el narrador comenta como si se tratara de un sujeto dedicado a revelar los
senderos de esos sueños. Se dirige al lector en una suerte de digresiones.
Cuenta sin descanso –entre sueños- hasta que finalmente, luego de viajes, una
aventura en Guanoco, en el lago de asfalto, “minas que están cerca de Puerto La
Cruz”. El narrador se pasea por la historia regional, por la de la explotación
petrolera. Intertualiza y de pronto se asoma a Mijail Bajtín, una experiencia
cinematográfica, un pintor. Un sueño tras otro, parecido al relato anterior:
capas de sueños que hacen posible una vida, hasta que volvió a la “realidad”:
“Y luego, de repente, despierto”.
La primera persona cierra este libro. El dueño de
estas peripecias narrativas se libra de ellas: abre las páginas para hacernos cómplices
de todos estos sueños comentados.
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