—por Alberto Hernández—
Si “la soledad no
tiene historia” como afirma Gaston Bachelard en “La llama de una vela”, también
es posible afirmar que el paisaje no se puede borrar, pero se puede poner en
duda, sobre todo si quien emplaza la realidad titula su creación con un si
condicionado. Se puede advertir que en “Borrar el paisaje” (Editorial Candaya /
Poesía 15, Barcelona, España 2014), de la venezolana Cristina Falcón Maldonado,
el lector está en presencia de algo que podría suceder o es la muerte quien se
borra frente al paisaje que termina en el fondo de la más abismal de las
soledades.
La memoria, tan
insistente, destila esta jornada verbal donde 85 poemas breves ocupan el lugar
de un libro orgánico, ajustada cada pieza a la fisiología de una lectura lenta,
honda y elevada en seis partes que estructuran el libro: “Si despides la vida”,
“Si la muerte”, “Si morir”, “Si lo que queda”, “Si la nada” y “Si”.
¿Qué se hace
paisaje frente a los ojos? ¿Desde dónde viene esa imagen que conforma el algo
que miramos y organizamos para definirlo como tal? El paisaje reposa en el
alma, allá, muy adentro, donde no hay borradura posible. El paisaje habita
siempre el interior de quien sabe que forma parte de él. Se es paisaje y se es
memoria, de allí las tachaduras, la opacidad o la ceguera. O la desmemoria, que
jamás ha dejado muestras de su existencia. No existe la desmemoria: existe el
olvido que es una parte de todo lo que recordamos.
El olvido tiene
memoria, por tanto se sostiene sobre la experiencia de desechar lo que los
sentidos determinan como presencias.
Dudamos del
paisaje porque lo llevamos permanentemente en nuestra memoria, en un depósito
en el que se confunden coincidencias, sentimientos, vacíos y hasta accidentes
geográficos. Todo es paisaje. Somos el país que no se borra, ni con la muerte. Lo que existe nos hace dudar. Lo inexistente
existe porque no dudamos de su condición de ausencia. No existe lo que vacila
en estar, aunque nos sometamos a lo contrario.
Somos –por tanto-
orillas de la inexistencia. Por eso somos también borraduras, tachaduras,
yerros, marcas.
2.-
Desde la lectura
de “Borrar el paisaje” nos hacemos parte de esa condición: la autora abreva en
la presencia de la duda, pero se afirma en la fe, en Dios, y deja que la muerte
accione como oquedad donde el miedo es una mordedura en la muerte del otro. O
en la eternidad como destino ineludible.
Alejandra
Pizarnik acciona la primera parte de este poemario: “ella tiene miedo de no
saber nombrar/ lo que no existe”. Y el miedo se sostiene sobre la duda, sobre
el Si condicionado.
Cristina Falcón
Maldonado lo dice al comienzo de esta jornada poética:
“Ese gesto tuyo/
de amarrar con una cinta/ lo inasible”,
lo que no se
puede tomar, asir, lo que no se puede dejar de poner en duda, porque es una
afirmación más que un condicionamiento.
Cada brevedad es
hondura. Cada verso un reto. La misma poesía pone en evidencia la duda del
lector. Y como sospecha: el lector también es borradura, paisaje que se oculta
pero no se olvida. La muerte es un paisaje asible, resumido en el cuerpo
pequeño e inmediato de un latido:
“Apenas se ve
junto a la torre
el cartel de
advertencia
¡Alta tensión!
Frágil cuerpo en
equilibrio
pájaro que canta
sobre la muerte”.
Y luego,
aforísticamente, una defección:
“…peor que la
muerte / la ausencia”.
foto:candaya.com |
La voz de Falcón:
“Vengo con pavor
de pronunciar”.
Y se aloja en la
soledad, en la que auspicia el dolor, porque este libro es un inventario de
dolores:
“Te voy perdiendo
como si fueras de
agua
tocar el dolor no
puedo
no puedo socorrer
lo inasible”.
Una vez más: “lo
inasible”, lo que no se puede asir, lo no asible. No obstante trastoca el
significado de ausencia.
3.-
“Las estaciones
del dolor/ no se suceden, / se reservan”.
Están allí, son.
Y más cuando el espacio donde se duda o se intenta borrar, la voz afirma con
sus restos corporales:
“Una mosca
me recuerda que estoy
sola.
mi carne es un
despojo
sobre el que
frota sus patas
no me muevo.
No la siento.
Lo sabe”.
Escrito así,
dicho así, la muerte es tanta presencia como ausencia la posibilidad de que el
sustrato mosca sea sólo una variación de lo inasible.
El olvido, la
muerte, el vacío, la ausencia, la duda o la ironía, esta última en esta
confesión:
“Con la muerte /
a nadie le salen las cuentas”,
O en esta la continuación
del despojamiento corporal:
“Si nos tocan /
nos desmembramos”, tanto así que “Soy una herida que picotean los pájaros”.
¿Desde qué
instancia se puede borrar el paisaje, lo que se es? ¿O lo que no se es?
Este es un libro
lleno de muchas interrogantes que llevan a múltiples respuestas, tantas que son
capaces de rescatar la memoria, como en este poema:
“La casa cuenta
todas las noches
uno a uno
a sus ausentes
Extranjera en mi
casa
hasta la sombra
me esquiva”.
Una idea del
exilio, del destierro, del país borrado desde la intimidad silenciosa de la
casa. Pero la memoria recurre siempre en ayuda: los ausentes activan los
recuerdos, la vida de la casa. Los ausentes existen, respiran. Mas no las
sombras, trozos del olvido. Máscaras. Rasgos de una pena intemporal:
“Este dolor que
no envejece”.
foto:ReyesMartínez.LaTribunaDeCuenca.es |
de tal figura
emerge la presencia de otro sentimiento, el valor, no temerle a lo sorpresivo,
a ese “paisaje” desolado en el que
“Ya ni el
espanto/ me reconoce”
(…)
“Nadie nos
necesita para sobrevivir”, tal expresión ubica al hablante en la subestimación
o en la sublimación de un yo vigoroso, capaz de enfrentarse a la depresión:
“Si la tristeza
asomase/ le sacarían los ojos”, y asentar firmemente:
“No estoy para
cuervos”, como un reclamo a quien es sujeto de pérdida, de muerte, pero también
de enfrentamiento.
Muchos son los
poemas que tienen en la muerte parte de ese paisaje por borrar. O por recrear.
Esta tendencia o afirmativa conjugación sonora queda en estos versos finales:
“Los muertos
tardan en morirse
hasta que no nos
dejamos
hasta que no los
dejamos”
(…)
“Escribo para
salvarme
a sabiendas de lo
inútil
Ojalá me vuelva
olvido”.
Borroso queda el
paisaje, iluminado el pensamiento de quien se aleja y desaparece, como la
palabra que termina esta inflexión poética.
Sigue la duda
envuelta por la mirada de Cristina Falcón Maldonado, poeta de este viaje cuyo
paisaje sigue en el sonido hondo de su palabra creadora.
Hola!! Una gran entrada. Es la primera vez que me paso por aquí, así que ya me tienes como seguidora. Te invito a mi blog por si quisieras pasarte, sin compromisos: elaventurerodepapel.blogspot.com.es Besos!!
ReplyDeleteMuchas gracias Ana (https://www.blogger.com/profile/01196413758972534721) por tus comentarios, nos leemos...
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