En
la edición de “El Libro de las Horas”, de Rainer Maria Rilke, publicada por la
Dirección de Cultura de la UCV, Venezuela, en 1988, traducida del alemán por Yolanda
Steffens, Rafael Cadenas escribió el siguiente poema titulado “Rilke”:
“Las
cosas supieron, más que los hombres,
de
su mirada
a
la que se abrían
para
otra existencia.
Él
las acogía transformándolas
en
lo que eran, devolviéndolas a su exactitud,
bañándolas
en su propio oro,
pues,
¿qué sabe de su regia condición
lo
que se entrega?
Piedras,
flores, nubes
renacían
en
otro silencio
para
un distinto transcurrir.
Su
reposado mirar
nunca
se llegó a ellas con motivo.
Sólo
sus ojos querían.
Ahora
lo echan de menos,
las
gentes pasan de prisa ¿hacia dónde?
Las
cosas
quieren
ser vividas”.
En
efecto, la mirada de Rainer Maria Rilke encaja perfecta en los versos escritos
por el poeta venezolano. Que las cosas, que los objetos supieran más de él que
los humanos, lo dijo el tiempo de aquella sociedad en la que se movió, en la
que vivió y murió. En la que viajó y conoció mundo.
En
una de sus improntas escribió:
“Nada
estaba acabado antes de que yo lo viera,
todo
devenir estaba detenido.
Mis
ojos maduraron, y, como una novia,
le
llega a cada uno aquello que quiere”.
2.-
En
una fotografía del año 1900 aparece un joven Rilke de bigotes casi invisibles y
de mirada lánguida, como perdida en algún remoto lugar. La imagen la resguarda
el libro “Mirada retrospectiva” de Lou Andreas Salomé, tomo editado por Alianza
Tres en Madrid en 1980. En el capítulo dedicado al poeta, Salomé escribe:
“En
las llamadas “Casas de los Príncipes” de la calle Schelling de Munich, donde a
comienzos de 1897 me había alojado con Frieda von Bülow, había recibido, durante
un tiempo, poesías enviadas por un anónimo. Reconocía a su autor por la letra
de la primera carta después de la presentación que nos hiciera Jakob
Wassermann, en una noche de teatro en primavera”.
Un
poco más adelante, la autora y muy cercana amiga de Rilke confiesa:
“No
hizo falta mucho tiempo para que René Maria Rilke se convirtiera en Rainer. Él
y yo nos pusimos a buscar una casa en las afueras, cerca de la montaña; y una
vez allí, en Wolfranhausen, volvimos a cambiar de refugio…”
¿Cómo
emparentar el poema de Cadenas con esta primera experiencia de Rilke con esta
mujer que lo enseñó a estar cerca de un cuerpo, cerca de una inteligencia
febril.
La
mirada, esos ojos, era la de un ser excesivamente sensible, la de un ser
enfermo del cuerpo, sano del alma, perturbado por las ganas de entregarse
totalmente a la creación poética. La misma Lou Andreas Salomé lo advierte:
“Rainer,
jovencísimo, había escrito y publicado ya con sorprendente profusión –poemas,
relatos, y editado también la revista “Wegwarten”-, pero su presencia no hacía
preponderantemente el efecto del gran poeta que llegaría a ser, sino que
impresionaba por su peculiaridad humana”.
Ella,
la autora, subraya la palabra “humana”. Lo que quiere decir que Rilke ya
presentía desde niño su capacidad para convertir esa mirada en poesía.
En
“Historias del buen Dios”, obra editada por Plaza & Janés, colección
Rotativa, Barcelona, España, 1973, Rilke entrega todo su talento al escribir
textos en prosa acerca de experiencias muy personales, no íntimas, corales, en
el sentido de colegirlas con quienes protagonizan su contenido. Recibe cartas
que convierte en ensayos, en comentarios, pero sobre todo relata eventos
sociales, dolorosos, callejeros, citadinos, viajes y muertes de personajes que
se le atraviesan en el camino. Y así como “El Libro de las Horas” es un poema
dedicado a Dios, a su estudio, a la muerte, a su presencia verbal, así pasa con
estos relatos o ensayos en los que se muestra la mirada pura y humana del poeta
nacido en Praga.
Ese
“reposado mirar” del que habla Rafael Cadenas se encuentra en los textos del
autor de “Elegías de Duino”, hombre que desde 1923 hasta su muerte vivió en un
sanatorio, en el Domicilio Muzot en Val-Mont sur Territe, donde escribió
“Sonetos a Orfeo” y las “Elegías…”. En el mismo hospicio, en 1926, murió el 29
de diciembre, convertido ya en un nombre respetado, pero solitario.
3.-
Esa
soledad, ese ámbito reposado, lo hizo escribir:
“Amo
las horas oscuras de mi ser/ en las que mis sentidos se profundizan; / en ellas
he hallado, como en viejas cartas,/ mi vida diaria ya vivida,/ y como una
leyenda remota, superada”.
Largo
fue el viaje de este poeta, a quien leen a veces para quitarse de encima el
polvo de olvidos y desdenes. Y sobre ese acontecer, sobre sus palabras dichas,
sobre el Dios a quien le cantaba, señaló:
“Lo
leo en tu palabra,
en
la historia de los gestos
con
que tus manos se redondeaban
en
torno al devenir, limitándolo, cálidas y sabias”.
Su
poética se centra en el espíritu, pero también en las formas que lo hacen, que
lo abruman, que lo someten y lo esfuman:
“No
soy. Algo me ha hecho el hermano/ que mis ojos no vieron (…)
A
ti, oscuridad de que provengo, / te amo más que la llama/ que limita al mundo
(…)
Creo
en todo lo nunca antes dicho”.
4.-
Hans
Egon Holthusen, uno de sus biógrafos, escribió en “Rainer Maria Rilke/ El poeta
a través de sus propios textos” (Alianza Editorial, Madrid, 1968), que René
Karl Wilhelm Johann Josef Maria, habiendo sido estudiante en una academia
militar, sufrió los rigores de la guerra cuando ésta estalló en Alemania.
“Permaneció ocho días en Leipzig como huésped en casa de Kippenberg, y el
primero de agosto fue a Munich para consultarse con el neurólogo doctor
Freiherr von Stauffenberg. El inaudito entusiasmos patriótico de la
movilización, más que arrebatarle le atemorizó, y, sin embargo –cosa curiosa-,
se sintió autorizado de pronto para una respuesta poética”.
Escribe
entonces Los “Cinco Cantos”, documento lírico único de esa época, según el
biógrafo.
En
este texto, Rilke reza:
“Por
vez primera veo que te yergues, / conocido de oídas, / lejanísimo, / oh tú,
Dios increíble de la guerra/ Cual acto terrible que fuese sembrado muy junto/
entre el fruto pacífico, y de pronto crecido”.
El
texto, bastante extenso, hace alusión a los niños, a los ancianos, a una
tragedia que devoró a varios países de Europa. Por eso:
“Lanza
el incendio: y sobre el corazón lleno de patria/ recorre su cielo enrojecido,
el cielo que atronando habita”.
Mientras
sus amigos celebraban la “fiesta de la guerra”, el poeta Rilke se sacude con
versos la presencia de la muerte, la del dolor. Se opuso con fuerza contra esa
bestia que arrasaba con todo.
“¡Ea,
y espantad al espantable Dios! Confundidle. / Le ha mirado desde tiempo remoto
el placer del combate. / Que a vosotros/ ahora os inste un dolor, el nuevo y
estupefacto dolor de la lucha…”
5.-
Pasada
la guerra, va a París y es celebrado. André Gide, entre otros, quien le había
guardado en la Librairie Gallimard, “la editorial de la ´Nouvelle Revue
Francaise´, parte de los libros y objetos que había dejado en esa ciudad.
Abandona
Francia. Viaja, recorre un pedazo de mundo europeo.
Pero,
“El 15 de diciembre informa a Rudof Kassner: ´He caído enfermo de una manera
miserable e infinitamente dolorosa, una alteración de las células poco
conocida, en la sangre, es la causa de los más crueles procesos, diseminados
por todo el cuerpo. Y yo, que nunca fui capaz de mirarlo cara a cara, aprendo a
habérmelas con un dolor inconmensurable, anónimo. Lo aprendo con dificultad,
bajo innumerables rebeliones y turbiamente asombrado. Quería que usted supiera
de esta mi situación, que no será de las más pasajeras´”.
Wunderly
Volkart, a quien le pidió:
“-¡Ayúdeme
en mi muerte!”
Holthusen
narra que “a las 3 y media de la mañana del 30 de diciembre llegó por fin la
liberación, un tranquilo apagamiento después de un letargo de doce horas. Sólo
una vez, con los ojos muy abiertos, levantó la cabeza, se incorporó y se hundió
de nuevo en el cojín. El hombre que había encarnado más que ningún otro la idea
del “poeta puro” estaba muerto”.
El
epitafio, redactado por el mismo Rilke destaca:
“Rosa,
contradicción pura. Placer
de
no ser sueño de nadie debajo
de
tantos párpados”.
La
rosa, símbolo de unión mística, queda como alegoría de la pureza sobre el
túmulo del poeta. Apagada la mirada de Rainer Maria Rilke, aquella que nombrara
Rafael Cadenas en sus versos, volvía al origen.
Ahora
todos lo echamos de menos.
(***)
Leamos
otros versos de este Rilke de mirada pura:
“Mi
vida no es esta hora escarpada
en
que me ves apresurarme tanto.
Soy
un árbol delante de mi fondo,
soy
sólo una de mis múltiples bocas
y
la primera en cerrarse.
Soy
el silencio entre dos notas
que
se adaptan mal una a la otra:
pues
la nota Muerte quiere elevarse…
Pero
en el oscuro intervalo
ambas
se reconcilian vibrando
y
la canción permanece hermosa”.