Friday, March 31, 2017

LA MIRADA PURA DE RAINER MARIA RILKE


—por Alberto Hernández—

1.-
En la edición de “El Libro de las Horas”, de Rainer Maria Rilke, publicada por la Dirección de Cultura de la UCV, Venezuela, en 1988, traducida del alemán por Yolanda Steffens, Rafael Cadenas escribió el siguiente poema titulado “Rilke”:

“Las cosas supieron, más que los hombres,
de su mirada
a la que se abrían
para otra existencia.

Él las acogía transformándolas
en lo que eran, devolviéndolas a su exactitud,
bañándolas en su propio oro,
pues, ¿qué sabe de su regia condición
lo que se entrega?

Piedras, flores, nubes
renacían
en otro silencio
para un distinto transcurrir.

Su reposado mirar
nunca se llegó a ellas con motivo.
Sólo sus ojos querían.

Ahora lo echan de menos,
las gentes pasan de prisa ¿hacia dónde?

Las cosas
quieren ser vividas”.

En efecto, la mirada de Rainer Maria Rilke encaja perfecta en los versos escritos por el poeta venezolano. Que las cosas, que los objetos supieran más de él que los humanos, lo dijo el tiempo de aquella sociedad en la que se movió, en la que vivió y murió. En la que viajó y conoció mundo.

En una de sus improntas escribió:

“Nada estaba acabado antes de que yo lo viera,
todo devenir estaba detenido.
Mis ojos maduraron, y, como una novia,
le llega a cada uno aquello que quiere”.

2.-
En una fotografía del año 1900 aparece un joven Rilke de bigotes casi invisibles y de mirada lánguida, como perdida en algún remoto lugar. La imagen la resguarda el libro “Mirada retrospectiva” de Lou Andreas Salomé, tomo editado por Alianza Tres en Madrid en 1980. En el capítulo dedicado al poeta, Salomé escribe:

“En las llamadas “Casas de los Príncipes” de la calle Schelling de Munich, donde a comienzos de 1897 me había alojado con Frieda von Bülow, había recibido, durante un tiempo, poesías enviadas por un anónimo. Reconocía a su autor por la letra de la primera carta después de la presentación que nos hiciera Jakob Wassermann, en una noche de teatro en primavera”.

Un poco más adelante, la autora y muy cercana amiga de Rilke confiesa:

“No hizo falta mucho tiempo para que René Maria Rilke se convirtiera en Rainer. Él y yo nos pusimos a buscar una casa en las afueras, cerca de la montaña; y una vez allí, en Wolfranhausen, volvimos a cambiar de refugio…”

¿Cómo emparentar el poema de Cadenas con esta primera experiencia de Rilke con esta mujer que lo enseñó a estar cerca de un cuerpo, cerca de una inteligencia febril.

La mirada, esos ojos, era la de un ser excesivamente sensible, la de un ser enfermo del cuerpo, sano del alma, perturbado por las ganas de entregarse totalmente a la creación poética. La misma Lou Andreas Salomé lo advierte:

“Rainer, jovencísimo, había escrito y publicado ya con sorprendente profusión –poemas, relatos, y editado también la revista “Wegwarten”-, pero su presencia no hacía preponderantemente el efecto del gran poeta que llegaría a ser, sino que impresionaba por su peculiaridad humana”.

Ella, la autora, subraya la palabra “humana”. Lo que quiere decir que Rilke ya presentía desde niño su capacidad para convertir esa mirada en poesía.

En “Historias del buen Dios”, obra editada por Plaza & Janés, colección Rotativa, Barcelona, España, 1973, Rilke entrega todo su talento al escribir textos en prosa acerca de experiencias muy personales, no íntimas, corales, en el sentido de colegirlas con quienes protagonizan su contenido. Recibe cartas que convierte en ensayos, en comentarios, pero sobre todo relata eventos sociales, dolorosos, callejeros, citadinos, viajes y muertes de personajes que se le atraviesan en el camino. Y así como “El Libro de las Horas” es un poema dedicado a Dios, a su estudio, a la muerte, a su presencia verbal, así pasa con estos relatos o ensayos en los que se muestra la mirada pura y humana del poeta nacido en Praga.

Ese “reposado mirar” del que habla Rafael Cadenas se encuentra en los textos del autor de “Elegías de Duino”, hombre que desde 1923 hasta su muerte vivió en un sanatorio, en el Domicilio Muzot en Val-Mont sur Territe, donde escribió “Sonetos a Orfeo” y las “Elegías…”. En el mismo hospicio, en 1926, murió el 29 de diciembre, convertido ya en un nombre respetado, pero solitario.

3.-
Esa soledad, ese ámbito reposado, lo hizo escribir:
“Amo las horas oscuras de mi ser/ en las que mis sentidos se profundizan; / en ellas he hallado, como en viejas cartas,/ mi vida diaria ya vivida,/ y como una leyenda remota, superada”.

Largo fue el viaje de este poeta, a quien leen a veces para quitarse de encima el polvo de olvidos y desdenes. Y sobre ese acontecer, sobre sus palabras dichas, sobre el Dios a quien le cantaba, señaló:

“Lo leo en tu palabra,
en la historia de los gestos
con que tus manos se redondeaban
en torno al devenir, limitándolo, cálidas y sabias”.

Su poética se centra en el espíritu, pero también en las formas que lo hacen, que lo abruman, que lo someten y lo esfuman:
“No soy. Algo me ha hecho el hermano/ que mis ojos no vieron (…)

A ti, oscuridad de que provengo, / te amo más que la llama/ que limita al mundo (…)
Creo en todo lo nunca antes dicho”.

4.-
Hans Egon Holthusen, uno de sus biógrafos, escribió en “Rainer Maria Rilke/ El poeta a través de sus propios textos” (Alianza Editorial, Madrid, 1968), que René Karl Wilhelm Johann Josef Maria, habiendo sido estudiante en una academia militar, sufrió los rigores de la guerra cuando ésta estalló en Alemania. “Permaneció ocho días en Leipzig como huésped en casa de Kippenberg, y el primero de agosto fue a Munich para consultarse con el neurólogo doctor Freiherr von Stauffenberg. El inaudito entusiasmos patriótico de la movilización, más que arrebatarle le atemorizó, y, sin embargo –cosa curiosa-, se sintió autorizado de pronto para una respuesta poética”.

Escribe entonces Los “Cinco Cantos”, documento lírico único de esa época, según el biógrafo.

En este texto, Rilke reza:

“Por vez primera veo que te yergues, / conocido de oídas, / lejanísimo, / oh tú, Dios increíble de la guerra/ Cual acto terrible que fuese sembrado muy junto/ entre el fruto pacífico, y de pronto crecido”.

El texto, bastante extenso, hace alusión a los niños, a los ancianos, a una tragedia que devoró a varios países de Europa. Por eso:

“Lanza el incendio: y sobre el corazón lleno de patria/ recorre su cielo enrojecido, el cielo que atronando habita”.

Mientras sus amigos celebraban la “fiesta de la guerra”, el poeta Rilke se sacude con versos la presencia de la muerte, la del dolor. Se opuso con fuerza contra esa bestia que arrasaba con todo.

“¡Ea, y espantad al espantable Dios! Confundidle. / Le ha mirado desde tiempo remoto el placer del combate. / Que a vosotros/ ahora os inste un dolor, el nuevo y estupefacto dolor de la lucha…”

5.-
Pasada la guerra, va a París y es celebrado. André Gide, entre otros, quien le había guardado en la Librairie Gallimard, “la editorial de la ´Nouvelle Revue Francaise´, parte de los libros y objetos que había dejado en esa ciudad.

Abandona Francia. Viaja, recorre un pedazo de mundo europeo.

Pero, “El 15 de diciembre informa a Rudof Kassner: ´He caído enfermo de una manera miserable e infinitamente dolorosa, una alteración de las células poco conocida, en la sangre, es la causa de los más crueles procesos, diseminados por todo el cuerpo. Y yo, que nunca fui capaz de mirarlo cara a cara, aprendo a habérmelas con un dolor inconmensurable, anónimo. Lo aprendo con dificultad, bajo innumerables rebeliones y turbiamente asombrado. Quería que usted supiera de esta mi situación, que no será de las más pasajeras´”.

En el momento de su partida sólo lo acompañaba Nanny

Wunderly Volkart, a quien le pidió:

“-¡Ayúdeme en mi muerte!”
Holthusen narra que “a las 3 y media de la mañana del 30 de diciembre llegó por fin la liberación, un tranquilo apagamiento después de un letargo de doce horas. Sólo una vez, con los ojos muy abiertos, levantó la cabeza, se incorporó y se hundió de nuevo en el cojín. El hombre que había encarnado más que ningún otro la idea del “poeta puro” estaba muerto”.

El epitafio, redactado por el mismo Rilke destaca:

“Rosa, contradicción pura. Placer
de no ser sueño de nadie debajo
de tantos párpados”.

La rosa, símbolo de unión mística, queda como alegoría de la pureza sobre el túmulo del poeta. Apagada la mirada de Rainer Maria Rilke, aquella que nombrara Rafael Cadenas en sus versos, volvía al origen.
Ahora todos lo echamos de menos.

(***)

Leamos otros versos de este Rilke de mirada pura:

“Mi vida no es esta hora escarpada
en que me ves apresurarme tanto.
Soy un árbol delante de mi fondo,
soy sólo una de mis múltiples bocas
y la primera en cerrarse.

Soy el silencio entre dos notas
que se adaptan mal una a la otra:
pues la nota Muerte quiere elevarse…

Pero en el oscuro intervalo
ambas se reconcilian vibrando
y la canción permanece hermosa”.





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