Sunday, June 11, 2017

Franz Kafka: El híbrido


—cuento completo de Franz Kafka—

Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.

Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.

Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.

No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.

En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.

A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.

Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.

Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.





Saturday, June 3, 2017

“Entretejido”, de Victoria Benarroch


—por Alberto Hernández—

1.-
Las palabras se tejen bajo el sol. El desierto, la arena, la gramática del eco. La voz de quien oye el pasado sigue siendo un presente. Quien teje, quien entreteje, tiene solvencia en el tiempo. Sabe que no perderá su historia, que ésta permanece en las voces que aún retan el dolor hasta vencerlo.

La poesía se reza con una música tan interior que a veces extravía, como el hombre que ambula por el desierto, como el que oye las pisadas de quien lo sigue, como quien sabe que la sabiduría está encerrada en un cofre, en un instante de abrir para encontrar el rostro de quien trazó la pronunciación de una cultura.

“Entretejido”, de Victoria Benarroch, (editado con los auspicios de la Fundación Don Juan de Borbón España-Israel, Caracas 2015) es un libro de la familia, de toda la familia, la sanguínea y la del Éxodo, la de la Diáspora. Y digo de la familia porque es una sola la que reza, la que ora y canta, la que no olvida sus tradiciones, sus horas, sus paisajes:

“Es esta tierra// donde habitan los fantasmas”.

El libro fue publicado en primera edición en el año 2007 por Eclepsidra. Regresa para recordarnos que esos fantasmas “nos sobreviven”, continúan hablando, diciendo, mudando de senderos en medio del siempre mencionado desierto. Porque de allí se viene, de una tierra áspera. Aquélla que fue lugar para los “esclavos de Egipto”.

Hilar el silencio. Las palabras dejadas atrás, conservadas para luego retornarlas a la lengua, a la que se habla y a la que se silencia. A la que grita y a la que enmudece.

2.-
A la sombra de la pequeña tienda (talit) el ojo que mira las sombras sabe que la arena forma parte de la iluminación. Quien desanda la peladura de la tierra, arrastra mensajes con sus pasos. Suele tropezarse con lo deshabitado, con el regreso.

Por eso:
“Entretejes tu mirada/ afinando el camino incierto// pies galopando entre aguas/ y las aguas en el fango de la suerte// arrastrando polvo y barro/ abandonas el desierto// sólo dibujas la materia// el alma    se delinea en este verso”.

Todo el tiempo del tiempo para que la voz permanezca intacta, el sabio trazo del pasado. En él hablan las palabras, pero también se borran. Advierten de la intimidad familiar, del regalo de saber que “las calles de mis padres son largas (…) mis padres   cada año en pascuas dicen lo mismo”.

Tejer, tejer el dolor, las heridas convertidas en ceniza. El dolor, la metáfora del alma y de la piel, el recuerdo de una mano que se somete a la intemperie, al calor y al frío.

“Una caricia   detrás de cada pérdida (…) algún beso de sabiduría (…) la voz de la ausencia”, el clamor de los que tejen la memoria.

3.-
El cuerpo apremia.

El cuerpo pierde la piel. La arena escuece. ¿Es ciudad o desierto lo que abunda en la voz de estos ecos? Alguien estira la mano y solicita un trozo de aliento.

“Hay una palabra   de hambre”,
mientras tanto, “la calle entrega de la limosna lo olvidado”.

Del desprendimiento, el del yo que andaba oculto entre una tormenta de arena, el que no se miraba el rostro, el que no aparecía “por largo tiempo/ hasta que me descubrí en el espejo”.

El cuerpo se extraña. El poema/ oración es un regalo de la casa, de sus paredes, de las sílabas que la habitan, de los pequeños detalles, de los tejidos revelados por la luz. El poema teje y desteje, se entreteje. Es una fe. Una oración: el eco de arriba, la voz del libro sagrado bajo el talit, el abrigo, el cielo abierto.

La familia en el padre:
“Mientras melda/ descifra el lamento de tantos siglos// frente al muro/ la sombra acompaña a un rostro desconocido// la pared de mis palabras/ teje la humedad perdida   entre piedras blancas”.

La casa se agosta. O crece, es silencio y camino. ¿Cuántos siglos de andanzas con la fe a cuestas? ¿Cuánto tiempo con la lengua judeo-española en el cielo de la boca (melda)? ¿Cuánto para luego acudir en primera persona y decir “cierro los párpados para la presencia (…) prendo las velas y leo los salmos/ abro con la llave el nacimiento de la herida…”

La fe en la “despedida eterna”, en la oración que emerge y deja atrás el silencio, la noche “oculta en las tinieblas”.

Los hijos de Abraham están aquí, entretejidos, convertidos en palabras, en las voces que jamás se pierden en el desierto. En la memoria compartida, “en las manos sabias de los silenciosos”.

4.-
“Entretejido” cuenta con un glosario que aproxima al lector a la cultura hebrea. Pero también es bueno afirmar que estas páginas son un homenaje a quienes de alguna manera son parte de la vida de  Victoria Benarroch: María Antonieta Flores, Margarita Alexandre (Morita) Z´L, María Cristina Ashworth, José Benatar Z´L, Victoria Benatar Z´L, Vera Benarroch Benatar, así como los epígrafes de escritores que destacan la pasión poética de la autora: Carlos Germán Belli, Juan Liscano, Jorge Luis Borges, Enrique Molina, Octavio Paz, Sarita Medina López, Paul Auster y Juan Sánchez Peláez.