—por Alberto
Hernández—
Las palabras se tejen bajo el sol. El desierto, la
arena, la gramática del eco. La voz de quien oye el pasado sigue siendo un presente.
Quien teje, quien entreteje, tiene solvencia en el tiempo. Sabe que no perderá
su historia, que ésta permanece en las voces que aún retan el dolor hasta
vencerlo.
La poesía se reza con una música tan interior que a
veces extravía, como el hombre que ambula por el desierto, como el que oye las
pisadas de quien lo sigue, como quien sabe que la sabiduría está encerrada en
un cofre, en un instante de abrir para encontrar el rostro de quien trazó la
pronunciación de una cultura.
“Entretejido”, de Victoria Benarroch, (editado con
los auspicios de la Fundación Don Juan de Borbón España-Israel, Caracas 2015)
es un libro de la familia, de toda la familia, la sanguínea y la del Éxodo, la
de la Diáspora. Y digo de la familia porque es una sola
la que reza, la que ora y canta, la que no olvida sus tradiciones, sus horas,
sus paisajes:
“Es esta tierra// donde habitan los fantasmas”.
El libro fue publicado en primera edición en el año
2007 por Eclepsidra. Regresa para recordarnos que esos fantasmas “nos
sobreviven”, continúan hablando, diciendo, mudando de senderos en medio del
siempre mencionado desierto. Porque de allí se viene, de una tierra áspera. Aquélla
que fue lugar para los “esclavos de Egipto”.
Hilar el silencio. Las palabras dejadas atrás,
conservadas para luego retornarlas a la lengua, a la que se habla y a la que se
silencia. A la que grita y a la que enmudece.
2.-
A la sombra de la pequeña tienda (talit) el ojo que
mira las sombras sabe que la arena forma parte de la iluminación. Quien desanda
la peladura de la tierra, arrastra mensajes con sus pasos. Suele tropezarse con
lo deshabitado, con el regreso.
Por eso:
“Entretejes tu mirada/ afinando el camino incierto//
pies galopando entre aguas/ y las aguas en el fango de la suerte// arrastrando
polvo y barro/ abandonas el desierto// sólo dibujas la materia// el alma se delinea en este verso”.
Todo el tiempo del tiempo para que la voz permanezca
intacta, el sabio trazo del pasado. En él hablan las palabras, pero también se
borran. Advierten de la intimidad familiar, del regalo de saber que “las calles
de mis padres son largas (…) mis padres cada año en pascuas dicen lo mismo”.
Tejer, tejer el dolor, las heridas convertidas en
ceniza. El dolor, la metáfora del alma y de la piel, el recuerdo de una mano que
se somete a la intemperie, al calor y al frío.
“Una caricia detrás de cada pérdida (…) algún beso de sabiduría (…)
la voz de la ausencia”, el clamor de los que tejen la memoria.
El cuerpo apremia.
El cuerpo pierde la piel. La arena escuece. ¿Es
ciudad o desierto lo que abunda en la voz de estos ecos? Alguien estira la mano
y solicita un trozo de aliento.
“Hay una palabra de hambre”,
mientras tanto, “la calle entrega de la limosna lo
olvidado”.
Del desprendimiento, el del yo que andaba oculto
entre una tormenta de arena, el que no se miraba el rostro, el que no aparecía “por
largo tiempo/ hasta que me descubrí en el espejo”.
El cuerpo se extraña. El poema/ oración es un regalo
de la casa, de sus paredes, de las sílabas que la habitan, de los pequeños
detalles, de los tejidos revelados por la luz. El poema teje y desteje, se
entreteje. Es una fe. Una oración: el eco de arriba, la voz del libro sagrado
bajo el talit, el abrigo, el cielo abierto.
La familia en el padre:
“Mientras melda/ descifra el lamento de tantos
siglos// frente al muro/ la sombra acompaña a un rostro desconocido// la pared
de mis palabras/ teje la humedad perdida entre piedras blancas”.
La casa se agosta. O crece, es silencio y camino. ¿Cuántos
siglos de andanzas con la fe a cuestas? ¿Cuánto tiempo con la lengua judeo-española
en el cielo de la boca (melda)? ¿Cuánto para luego acudir en primera persona y
decir “cierro los párpados para la presencia (…) prendo las velas y leo los
salmos/ abro con la llave el nacimiento de la herida…”
La fe en la “despedida eterna”, en la oración que
emerge y deja atrás el silencio, la noche “oculta en las tinieblas”.
Los hijos de Abraham están aquí, entretejidos,
convertidos en palabras, en las voces que jamás se pierden en el desierto. En
la memoria compartida, “en las manos sabias de los silenciosos”.
4.-
“Entretejido” cuenta con un glosario que aproxima al
lector a la cultura hebrea. Pero también es bueno afirmar que estas páginas son
un homenaje a quienes de alguna manera son parte de la vida de Victoria Benarroch: María Antonieta
Flores, Margarita Alexandre (Morita) Z´L, María Cristina Ashworth, José Benatar
Z´L, Victoria Benatar Z´L, Vera Benarroch Benatar, así como los epígrafes de
escritores que destacan la pasión poética de la autora: Carlos Germán Belli,
Juan Liscano, Jorge Luis Borges, Enrique Molina, Octavio Paz, Sarita Medina López,
Paul Auster y Juan Sánchez Peláez.
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