—cuento completo de Franz Kafka—
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Lo alimento
a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus
dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los
niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal
en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean
entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser
humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro,
si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si
no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.
No me tomo
el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores
explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos
corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento.
Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron
mutuamente como un hecho divino.
En mis
rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra
mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa
fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque
tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo,
y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
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Tiene la
inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas.
Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas
delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me
hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el
efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y
muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la
cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una
herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el
aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al
acto razonable.
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