Thursday, July 20, 2017

DUERMEVELA DE CARLOS VITALE


—por Alberto Hernández—

1.-
El poema se comprime. Habla desde su densidad. Dice desde su silencio. Desde la semilla que es. Desde el sombra que lleva a cuestas cuando es un sueño. Cuando sueña con el soñador. Cuando es el sueño el que aparece y redobla sus imágenes a través de dos o tres versos.

El poema comprime.

El poema comprime al lector y lo desaparece. La tensión sintáctica del texto lo silencia.

Una vez más Carlos Vitale nos oculta, nos lleva por sus sueños a través de una voz que habla desde la oquedad. Una vez más, ahora con “Duermevela”, Editorial Candaya, Barcelona, España 2017, se resiste a extenderse sobre el mundo. Sus poemas ocupan un trozo del alma que a diario no vemos. Son poemas de una expresividad precisa: nos dice y se va, pero quedan -entre el sueño y la realidad exterior- flotando los sueños que lo contienen.

El poema del insomne viaja de un sueño a otro. Marca la ruta de la vigilia. Tiene un acento inmanente: no deja de ser pese a que es parte de una ilusión. Y un poema, un trozo de espíritu sobre el papel, es sólo una ilusión, el decantamiento de quien de noche sueña poemas, los guarda y luego los vacía ante nuestros ojos.

La “ignorante vigilia” acomete al lector. El que escribe estos versos nos lee desde un instante, desde la placidez de quien está a punto de hundirse en la niebla del sueño. Duerme y vela a la vez. Vela y no se duerme: escribe y deja el papel al lado del cuerpo que viaja en una nebulosa marcada por voces y silencios.

“Cuando
la poesía me visitaba
en sueños
siempre
dejaba
alguna huella
muda”.

El silencio. La voz del silencio. El poema oculto bajo los párpados, a punto de emerger y quedar plasmados en la memoria de quien abre su libro.

2.-
“Duermevela” es una retrospectiva. Son textos que se desplazan desde 1987 hasta el 2016. Textos condensados, guardados para ser agrupados y vaciados con la angustia, el dolor, la espera, los reflejos (todo sueño es un reflejo), la sensación de caer en la oquedad.

En “la respuesta adecuada” confiesa:

“Responder al hielo.
no con sonrisa, sino con misterio”.
Y este misterio se condensa, se presta en el otro:
“De todos modos mis sueños están
en vosotros”.

La poesía compartida. Los sueños dirigidos a una “cabeza ajena” que podría ser parte, o se hace parte de ellos, de los sueños, de las pesadillas que no se dicen pero que ambulan entre la inconsciencia y una ventana.

Y mientras eso ocurre, el poema vierte su fuerza en esta imagen:

“Tú, de pie, desnuda en la penumbra.
Tu espalda en el arco del conocimiento.
Desde la cama, observo y espero.
Cuando te vuelves me dirás quién soy.
Sin otra luz que mi deseo”.

El desconcierto, la pérdida de la identidad momentánea. El poema borroso un instante, hasta que el despertar se aguza con el cuerpo deseado, amado. Un momento extraviado entre las sombras del sueño. La duermevela.

foto:ieturolenses.org
3.-
En un salto de esos sueños enmarcados en estas páginas, aparece un homenaje. Aparece la imagen andina del poeta venezolano Pepe Barroeta, quien “dice que no dice” a través de este responso de Carlos Vitale, quien compartió con Pepe tanto en Barcelona:

“El don
de la palabra
no es
un don,
es apenas
arder
en el propio
fuego,
abrasarse
hasta que la mano
dibuje
el vasto
signo de la desolación”.

Y entonces miramos caminar a Pepe con la mirada puesta en sus zapatos. Con la frente ardida mientras el frío andino se arrima a su poesía y la hace establecer contacto con el universo.

He aquí que Pepe se ha convertido en un sueño.

4.-
El rigor del instante, de ese trozo de tiempo que se derrite al despertar:

“La palabra es miedo/ metal, adiós, / cuerpo sin cuerpo, / y derrota”.

Los sueños no tienen cuerpo. Los cuerpos que sueñan no son un lugar. Son sonidos y paisajes, rostros, un miedo que se traduce en sobresalto. En una caída.

En un “Réquiem”:

“Al final
sólo queda
una dirección
que borro”.

Todo desaparece. Los sueños reducen el tiempo. Se reducen a tiempo desplazado. En la duermevela –en ese retazo de opacidades- está el poema a punto de estallar.
La poética de ese momento se vierte en la inmensidad de quien se ahoga con su propio aliento, con las palabras que luego se hacen poema:

“El mar, pintado, / y la isla/ que desaparece, / no del recuerdo / sino del instante”.

La voz comprimida, acosada por el silencio. De allí la necesidad de decir lo necesario. ¿Qué es lo necesario? Lo que se deja de decir.

“Atinar con la palabra exacta, y callártela
Atrapado en ti mismo
(…)
“Cállate, insomnio”.

El poema no duerme. La poesía es un personaje atado a quien la crea. El poeta se anima a vivir, a desandar las voces que lo han angustiado. Su ánima acosada. Su espíritu doblado en una esquina del texto, de la vida.

“Desmoronarse con elegancia.
despertar del insomnio”,
dormir en el despertar. Volverse y descubrir que las palabras no imposibilitan el instante tantas veces recobrado.

La poesía se descompone como un cuerpo dejado a un lado. El poema, sin embargo, prevalece en la memoria, ordenado, medido. La poesía, no obstante, se borra y regresa. Es un sueño recurrente. Un permanente insomnio, porque soñar también es una manera de estar despierto.

Y así la poesía, como una bestia preparada para la mordedura.
El poema espera, es un objeto visible.
“El orden es otro caos”.

foto:txtcarmina.blogspot.com
El ser se precipita a ser poesía. Mientras el poema es la mirada que la elabora, que le da forma visible.
Frases, oraciones, silencios, pausas. Pero el contenido del espíritu se abre:

“Palabras rectas, oídos curvos”.

¿Quién no oye la eternidad, la nata de los sueños, el ser y esa nada vibrante sobre el poema, sobre la poesía que retoza y aparece en la brevedad de una inflexión:

“Toda la poesía cabe en una palabra. ¿Cuál?”

La poesía aturde a quien la agota, a quien la hace suma de vocablos innecesarios. Muele los sentidos. Su conocida ensoñación hace que el despertar instale una realidad tan comprensible como absurda. Entonces, el insomnio, esa vaguedad entre sombras, con la lámpara encendida. O con la vela de Octavio Paz. Con los ruidos de la calle: los perros desatados del deseo de hundirse en el caos de un sueño. A veces el poema estropea ese deseo. Pero la poesía, la que flota, la pequeña bestia volátil, aparece y despierta al sujeto que luego escribe, ironiza, sonríe desde su desolación: se coloca nueva cara, nueva mirada, nueva vida, aunque sea la misma:

“Ya es la hora. Ponte la máscara y sal a escena”.

El despertar. Atrás los sueños atajados por el sobresalto de los párpados. La poesía arriba y se instala mientras el cuerpo intenta ser las imágenes y respirar sus sonidos.

La poesía se contiene en el instante de la duermevela. Entre el sueño y la realidad.

Carlos Vitale se asoma a este libro y mira por la ventana de su piso en Barcelona. Respira corto. Desliza una palabra y la hace un poema, tan breve que el sueño se descorre y la poesía –esa soledad- lo conjuga en todos los tiempos.





Saturday, July 15, 2017

SANTOS MICHELENA, EL ESTADISTA LIBERAL


—por Alberto Hernández—

1.-
Sostuvo la nota con mano firme. Un frío momentáneo lo hizo respirar un poco más agitado y profundo. “Retírese de la Cámara con cualquier pretexto”, decía el papelito que alguien le entregara en una suerte de solidaria y anónima advertencia.

El 24 de enero de 1848, el Congreso Nacional fue asaltado por facciones del presidente Monagas. En medio de la violencia resultó herido de gravedad Santos Michelena, quien venía de una larga jornada aún sentida en el país de hoy. Aquella República desapareció entre las heridas que el diplomático y estadista sufriera en su cuerpo, las cuales no tuvieron tiempo de cicatrizar. Cuarenta y ocho días después, el 12 de marzo, moriría escondido en la misión británica en Caracas.

Esta breve reseña es recogida por Simón Alberto Consalvi en las últimas páginas de su libro “Santos Michelena, el Estadista Liberal”, para cerrar el ciclo de un país que, como dijo Robert Ker Porter, tuvo en Michelena al “único hombre con capacidad, rectitud y conocimientos suficientes para desempeñar las complejas carteras de Hacienda y relaciones exteriores, en los primeros años de la República”.

2.-
En efecto, Michelena lidió con ese tiempo. Cabeza visible del primer intento de liberalismo económico, este venezolano nacido en Maracay el 1º de noviembre de 1797, fue quien le dio forma a la Hacienda Pública de un país rural rodeado de conflictos. Las finanzas encontraron en Michelena al cerebro mejor organizado.

La diplomacia tiene en él al más conspicuo representante, toda vez que fue quien negoció con Colombia un tratado que aún sirve de acicate para intentar explicar los problemas con el vecino país. Pero como siempre, los intereses políticos, las mañas y las torpezas, no permitieron que el Congreso de la época aprobara las ideas de quien fuera asesinado en plena Cámara durante los sucesos de aquel fatídico 24 de enero.
Lúcido, Santos Michelena recorrió el polvo y las páginas de tantos caminos. Ese talento imprevisto fue truncado en pleno apogeo de sus facultades. Nadie movió un dedo para evitar el hecho de sangre en el recinto legislativo. Monaguistas y antimonaguistas lograron borrar a puñaladas los esfuerzos de un hombre poco dado a las lides políticas.

3.-
Con cincuenta años a cuestas, la muerte se posesionó de quien es motivo de estas líneas. Antes, Santos Michelena se había revelado al mundo como un excelente, polémico y astuto negociador. Después de haberse paseado por una adolescencia revolucionaria, al lado de las ideas de Bolívar, nuestro personaje se fue a Filadelfia en una especie de exilio de seis años que dedicaría al estudio. Dejó señas en la batalla de La Victoria. Sus huellas fueron a encontrarse con las luces de la democracia norteña, pespunteadas por Jefferson, Hamilton y Madison, “quienes habían diseñado una sociedad para el futuro, una república de ciudadanos iguales y libres”, como lo afirma Consalvi en su trabajo.

“Cuando la disminución proviene del aumento del contrabando, puede ponerse remedio de dos modos: disminuyendo la tentación del contrabando, y aumentando la dificultad de hacerlo. La tentación se disminuye rebajando los derechos, y la dificultad se aumenta con el sistema de la administración más propia para impedir el fraude”, palabras de Michelena inspiradas en el pensamiento del autor de “La riqueza de las Naciones” y que servirían para darle cuerpo a un nuevo régimen de importaciones y borrar el de los tiempos coloniales. Pozo de reflexiones que serviría para encarar al Congreso de la Gran Colombia, adonde llegó por instancias de José Rafael Revenga, en 1825. Su talento de hombre de estado quedó sellado en esa jornada.

4.-
Negocia y discute con los neogranadinos, por los años 1833 y 1834, los problemas fronterizos con Venezuela. Así, el 14 de diciembre del año 33, Michelena y Pombo suscriben el “Tratado de Amistad, Alianza, Comercio, Navegación y Límites”, pero como dejó escrito José Gil Fortoul, no fueron tan afortunados estos pactos como la ventajosa convención sobre la deuda. Para Santos Michelena, la solución al problema limítrofe fue todo un éxito, pero como siempre, encontró los obstáculos internos que dieron al traste con el contenido de sus ideas.

De esta manera lo advierte Gil Fortoul:

“Una simple mirada al mapa demuestra que los congresos venezolanos, de 1836 a 1840, cometieron un error negándole al Ejecutivo la autorización de reabrir negociaciones diplomáticas, para modificar ventajosamente, o aceptar como estaba, el Tratado Michelena-Pombo, cuyas estipulaciones, en todo caso, resultan más favorables que la frontera del laudo, pues ésta, en el norte, no empieza ahora sobre la costa del mar de las Antillas sino dentro del golfo de Maracaibo, y en el sur penetra hasta la vaguada del Orinoco, haciendo un ángulo entrante desde el Apostadero del Meta”.

Asunto este tan discutido, tan vapuleado, que hoy nos sigue causando dolores de cabeza. No entendieron a Michelena, no quisieron hacerlo. Finalmente, todo fue rechazado. Es decir, el país se rechazó él mismo. De un mordisco perdió un buen pedazo de territorio.

Como coda, el lamento. Este hombre es el pálpito de los errores y mezquindades de otros. La mano anónima que le hizo llegar el recado en el Congreso, seguramente confiaba en la sabiduría de Santos Michelena, aquel estadista liberal que aún sangra acorralado en la residencia del ministro del imperio británico de la capital de un país no muy lejano del siglo pasado, llamado Venezuela.


(Este libro fue publicado por la editorial La liebre libre. Maracay 1999)





Monday, July 3, 2017

Todos los nombres de José Saramago: Soledad, individualismo y burocracia


—por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)—

“Dentro de nosotros
existe algo que no tiene nombre
y eso es lo que realmente somos.”
J. Saramago
Premio Nobel de Literatura 1998.

Hace algunos meses, un famoso economista peruano y su pareja quisieron registrar su matrimonio del mismo sexo en el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil del Perú (se habían casado fuera del país);  recientemente, una hermosa transgénero necesitaba su nueva identificación como mujer para participar el concurso Miss Perú y la tramitó en el este mismo sistema nacional de registro civil. En ambos casos, el registro fue denegado. El argumento de la oficina de registros fue que no existía una legislación previa que aceptara estas nuevas categorías civiles. El registro civil solo admitía las  categorías preestablecidas hace ciento cincuenta años. Teniendo en cuenta que los registros en su origen estuvieron a cargo de los párrocos, lo que interesaba al principio era saber quién nació para bautizarlo, posteriormente casarlo y por último, mandarlo al cielo con su certificado de defunción. Todo esto porque para ir al reino de dios, había que tener papeles, documentos, una especie de “visa santa”, un certificado de buena conducta.

Posteriormente, cuando los registros se secularizaron, se les añadió las categorías que podrían ser de utilidad para la tarea impositiva,  el servicio militar, el voto y otras relacionadas a la sucesión de bienes. El resto no importaba. Como sabemos el registro civil es donde todos lo nombres de la sociedad deberían estar registrados bajo ciertas predeterminadas categorías. La particularidad del individuo no existe para los registros, pero sí su generalidad como dato. Si no está registrado el nombre bajo las categorías preestablecidas, a pesar de los cambios sociales, el individuo no existe o existe parcialmente.

Mi certificado de nacimiento peruano, por ejemplo, establece con una hermosa caligrafía en tinta negra el nombre de mis padres, sus edades, lugar de nacimiento, el mío, mi nombre, la hora de nacimiento (supongo que para orientar a los astrólogos!) y el nombre de un par de testigos de este hecho tan importante para mí, pero que nunca conocí. La información del certificado de nacimiento norteamericano de mis hijos es más escueta. Lo que me lleva a pensar que cuanto más moderno y desarrollado es el país, menos individualizada es la información recabada para el registro, más genérico el ciudadano.

Es en este universo burocrático de los registros civiles, donde prima la deshumanización del individuo y su falta de particularidad, basado en procedimientos y categorías inamovibles y preestablecidas se desarrolla la trama de la novela de José Saramago, Todos los nombres (Punto de Lectura, 2007), originalmente publicada en 1997.

La trama: Don José es un cincuentón que trabaja por muchos años en la Conservaduría General del Registro Civil. Se desempeña como escribiente, el puesto más bajo dentro de una bien estructurada cadena  burocrática.

La distribución de tareas entre la plantilla de funcionarios satisface una regla simple, la de que los elementos de cada categoría tienen el deber de ejecutar todo el trabajo que les sea posible, de modo de que una sola parte mínima pase a la categoría siguiente. Esto significa que los escribientes no tienen más remedio que trabajar sin descanso desde la mañana hasta la noche, mientras los funcionarios lo hacen de vez en cuando, los subdirectores muy de tarde en tarde, el conservador casi nunca.

Soltero, solitario, lleno de fobias, complaciente y temeroso de sus jefes, cumple su tarea con monótona dedicación y vive ajustadamente en una habitación aledaña a la Conservaduría, como si fuera parte de este monstruo de reglas estrictas, categorías y archivos. Sin vida social o familiar, su historia transcurre entre el llenado de fichas, los archivos y la reconstrucción de la vida individualizada de algunos personaje famosos a los cual él sigue basado en la información primaria de la Conservaduría y los recortes de periódicos y revistas que colecciona.

Hasta aquí vemos que don José dedica su tiempo libre a humanizar a los objetos de su tarea de escribiente, dándoles una vida ficcional. Don José no tiene vida propia  y vive la de sus registros, al mismo tiempo que estaría quebrando una de las reglas de oro de la institución: los individuos son categorizados en base a filtros preestablecidos y no interesa sus vidas reales  que siempre son más fluidas.

Sin embargo, todo va a cambiar cuando por casualidad llega a sus manos la ficha de una mujer que él no escogió para la reconstrucción secreta de su vida porque no era famosa. No obstante, una ponderosa curiosidad recae sobre él y lo lleva alterar su rutina.

La ficha es de una mujer de treinta y seis años, nacida en aquella misma ciudad, y en ella constan dos asentamientos, uno de matrimonio, otro de divorcio. Como esta ficha hay con certeza centenas en el fichero, si no millares, por tanto no se comprende por qué estará don José mirándola con una expresión tan extraña, que a primera vista parece atenta, pero que es también vaga e inquieta, posiblemente es éste el modo de mirar de quien , poco a poco, sin deseo ni renuncia, se va soltando de algo y todavía no ve dónde poner la mano para volver a sujetarse.

Su curiosidad lo impulsa  a “cometer los abusos, las irregularidades y falsificaciones que constituyen la materia central de este relato”. Al final, después de quebrar muchas reglas ya no le importará que lo echen de su trabajo en la Conservaduría porque al romper las reglas pudo vivir un poco más, salir de su absurda rutina de  aislamiento y  sentirse solidario con la vida y muerte de la mujer desconocida. La empatía lo humaniza.

Más de un distraído lector (entre ellos, aquel que reseñó la novela en la contraportada de esta edición)  ha visto en esta trama, una novela de amor. Esto no es así, ni argumental ni alegóricamente. A no ser que el lector piense que la curiosidad es sinónimo de amor,  la novela está desarrollada formal y estilísticamente para dar cuenta del ambiente claustrofóbico de aislamiento social en el cual vive don José y ante él cual el se va a rebelar. Tanto don José, como el narrador se preguntarán cuán lejos éste va a llegar en su carrera contra el tiempo para descubrir qué fue de la vida de este particular nombre.

Llamará la atención del lector que la novela haya sido escrita usando extensos párrafos en los que se superponen tanto los pensamientos de don José, sus acciones presentadas por la voz del narrador omnipresente y hasta un diálogo directo de éste con el lector (“como ya sabemos…). Más aún, los diálogos entre don José y sus interlocutores se continúan sin ninguna puntuación. Esto hace que la lectura no sea tan sencilla, pero contribuye al crear un efecto envolvente y claustrofóbico sobre el mundo solitario de don José. Si a esto le añadimos que la referencia a otros personajes “sin nombres” (el conservador, el subdirector, el farmacéutico, el director del colegio, el enfermero, el pastor de ovejas, el médico, la mujer desconocida, la mujer del segundo piso, la madre y el padre de la mujer desconocida) y que el personaje principal solo se le conoce como don José, sin apellido, el autor logra sumergirnos desde el inicio y a lo largo de la novela en el universo casi fantasmagórico, aumentando la tensión de la soledad y aislamiento.

Al final, nos daremos cuenta, aún las escapadas del don José estaban también controladas y predeterminadas, y que la mujer desconocida, ya no podrá catalogarse como muerta, porque sabemos algo más de su vida. La muerte en la Conservaduría es solo una clasificación y un lugar específico en los archivos que se puede alterar, cambiar por azar, error, por buena o mala intención.



(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Pukiyari editores, 2014) disponible en Amazon, Barnes & Noble, PeruEbooks, Allá en Santa Fe.