Tuesday, August 15, 2017

Sam Shepard: LUNA HALCÓN

—por Alberto Hernández—

1.-
En la lápida de Sam Shepard estará un halcón. Quizás sobren las palabras, bastará la mirada penetrante del alado para que sepamos que allí reposa el cuerpo, los huesos, de quien fuera actor, director, escritor y alocado personaje norteamericano de aquellos y estos tiempos.

En su obituario, el sonido metálico del ave con sus alas extendidas sobre el asfalto de alguna carretera de su país.

En 1981, la editorial Anagrama publicó “Luna halcón” (Relatos, poemas y monólogos), un libro donde, siento y pienso, se recoge el espíritu errabundo de este creador que acaba de morir. Quien con los ojos puestos en algún horizonte borroso tenía a Ginsburg, Kerouac, Burroughs o Corso como modelos, como compañeros de viaje, aunque él se haya quedado solo con estos apellidos, mientras los muertos de su paciencia ambulan por las sombras.

Personajes, fenotipos de la imaginación o de esa realidad que escogía para sus películas, para sus andanzas por campos, pueblos y grandes ciudades. Personajes astillados, gordos, vaqueros, pistoleros, tractoristas, carpinteros, los del baile de Diligent River, los cadáveres en una zanja del Valle de la Muerte en sus líneas de “El remolque fantasma”. Aquel viejo John Deere de “Nube con garras”. Los “Ladrones de caballos” bajo relámpagos azules. Y allá, en “Dakota”, en Rapid City, los búfalos salvajes.

Hay tanto de Sam Shepard en todas las lecturas, las que se recogen en este libro y las que faltan en otras. O están a punto de revelarse.

2.-
En este poema, “Extraño”, del mismo libro, San Shepard nos dice:

“Siempre me despierto
En el cuerpo del último
Con quien he estado
Quién es éste
De los brazos de vikingo
Fuertes músculos de toro
Melena hasta aquí abajo
Ya soy bastante extraño
Tal como están las cosas”.

Y el hippie que era y no era. El caminante de botas vaqueras y mirada zahorí. El campesino y el cosmopolita. El fumador y “espíritu moroso”. El absuelto por “la prueba del demonio”. El recogido “en línea recta y no regresar jamás, o dar media vuelta ahora mismo”.

Leo este libro desde hace décadas. Lo guardo como un amigo. En la pantalla he visto a Shepard ponerse el sombrero de lado, hundirse en la niebla, hablar lentamente con cara de baterista del grupo “The Holy Modal Rounders”, con mueca de matón y faz de ángel. Galán despeinado y violento. Poeta y narrador. Inventor de “Crónicas de motel” y de la pieza teatral “Locos de amor, llevada a la pantalla grande por Robert Altman.

Pero me anima más, en este instante, su palabra escrita, aquella que resuena en las paredes, donde se traza consagración del tiempo:

“Setenta y cinco brazas
De profundidad
Cada braza cerca de un metro
Seis millas
Mar adentro
Borracho hasta el vórtice
Cazado por la cuerda de una roca
Arrastrado hasta el azul
Profundo
Huesos invisibles
Sólo la verde y limpia superficie de la mesa
Esperando a que el siguiente tiburón de billar
Se coma al próximo pez”.

3.-
En la tumba de Sam Shepard estará un ciprés. Un pequeño desierto también. Un halcón con un ojo cerrado. El golpe de una batería. La voz de quien nunca callará desde la angustia de saberse atrapado por el signo del tiempo que vivió.





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