Sunday, December 31, 2017

EL DESPERTAR - ALEJANDRA PIZARNIK

A León Ostrov



Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios


Que haré con el miedo
Que haré con el miedo


Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones quemasen palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos


Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre


Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada


Señor
tengo veinte años





También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada


Señor 
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue


¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco esperaría
con las luces encendidas?


¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?


El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual


Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde


Señor
Arroja los féretros de mi sangre


Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón  





Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos


Señor


La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo




___________________________________
Publisher: Lumen (October 13, 2016)
Language: Spanish
ISBN-10: 8426403808
ISBN-13: 978-8426403803
www.editoriallumen.com




Monday, December 18, 2017

La cocina del infierno (relatos de un mundo inhóspito) de Fernando Morote

—por Luis Fernandez-Zavala Ph.D. (*)—

La cocina del Infierno (Relatos de un mundo inhóspito), del escritor peruano Fernando Morote, MRV Editorial Independiente, consta de tres relatos: Los ingobernables con catorce secciones, La cocina del infierno y El comando meón de tres partes: la primera con doce secciones, la segunda con seis y la última con quince.

El título del libro, tal cual lo señala el autor en su introducción, “proviene de la traducción del nombre de un antiguo barrio asentado en el centro de la ciudad de Nueva York, a inicios del siglo pasado, bastión de inmigrantes pobres que pronto se convirtieron en delincuentes”. Nos advierte, sin embargo, que el texto no va a tratar de ellos sino más bien es usado como “una parábola”, para presentar sus tres relatos “aparentemente inconexos". Algo ciertamente común a los tres relatos es que empiezan con epígrafes citando pintores famosos (Gauguin, Pollock y Van Gogh) como anunciando la forma o el espíritu con el que se va a tratar cada texto.

Los ingobernables y El comando meón están íntimamente relacionados pero se presentan separados en la organización del libro. En el primer relato, nos cuenta las travesuras de un grupo de amigos de barrio, pasándola bien, sin mayor preocupación por lograr algo en la vida como otros muchachos de la misma edad radicando en una sociedad peruana al borde del abismo. ¿Quiénes son los ingobernables? Son un grupo de alocados diciochoaneros, hijos de migrantes provincianos viviendo Pompeya, en Lima, la capital del Perú, probablemente durante la década de los 80, aunque no podríamos afirmarlo categóricamente porque también se hace mención a eventos que ocurren en una década después en el Perú. A los muchachos de barrio los conocemos por sus sobrenombres: Doctor, Camote, Champero, Conde, Barreta, Narizón. Si seguimos a Marx y Engels, uno es lo que hace, el grupito se divierte, toma alcohol, juega fútbol callejero, se droga y nada más. No llegan a ser marginales sociales o delincuentes, ellos viven el día tal y como se les presenta, gracias a su status clasemediero. Frente a ellos, por oposición, estarían los "gobernables" (de los que no se habla) o sea, lo muchachos de su edad que estudian, trabajan o están metidos en política. Al final, la explicación dada al lector de este comportamiento “de barrio” es que el Perú se jodió y ellos solo sufren las consecuencias de este fracaso histórico.

Los mismos amigos de barrio aparecerán en El comando meón: Doctor, Narizón, Champero, Conde. Los personajes, ya mayores, vuelven a Pompeya (su vecindario) y se dan cuenta que las cosas han cambiado y ellos también. Deciden hacer algo bueno por su barrio: filmar y amonestar a los miones públicos. Buscan la sanción social, el escarnio público como instrumento para detener esta ola anti-higiénica muy enraizada en la población limeña por la carencia de baños públicos. Su incipiente organización se denomina “comando”, por su carácter de confrontación directa con los infractores de las mínimas reglas de convivencia urbana. No deja de llamar la atención de que el contexto de una dictadura que operaba con “comandos de la muerte” y de Sendero Luminoso que hacía los mismo, la idea de “comando” tuviera cierto atractivo en el subconsciente del grupo. Los ingobernables son absorbidos por los signos de los tiempos.

La cocina del infierno merece un comentario aparte. Sabemos que algunos de los ingobernables salen al extranjero y se convierten en migrantes, como tantos peruanos que salieron del país en la época del terrorismo de Sendero Luminoso y la dictadura del presidente japonés. El choque cultural no le es ajeno a ningún migrante y estas vivencias están puntillosamente abordadas en el texto. El autor logra su objetivo de dispararnos con un ametralladora incisiva sus observaciones de esta realidad nueva y ajena. Al final, la ciudad que soñó el migrante desde afuera, lo absorbe en sus contradicciones y el migrante deviene en lo que siempre quiso ser, su status de migrante exhuma sus propias flaquezas que lo ayudan a sobrevivir con desencanto y descaro su nueva realidad.

“Cuando te acuerdas como eras antes de venir —sensiblón, simpático y amable—, te llegas al pincho tú mismo.
Esta ciudad, esta vida, te ha convertido en el tipo de persona que siempre quisiste ser —el cínico hijo de puta al que no le importa nada ni nadie—. Lo cual, para los tiempos que corren, no está lejos de ser una virtud.”

Es decir, la falta de futuro en la tierra natal, después de la experiencia migrante, se convierte el lugar de la bondad, donde puede ser amable, y hasta el lugar donde es posible hacer algo por la comunidad. Sin embargo, como también ya sabemos, la pandilla nunca fue amable durante sus años de locura juvenil. Le que queda al lector preguntarse ¿qué pasó? ¿a qué se debió esta transformación? ¿cómo la experiencia migrante cambió a los ingobernables? La respuesta no existe en ninguno de los tres textos, pero podría inducir una inquietud legítima del lector por preguntarse cómo nos cambia en lo personal nuestra vivencias como migrantes.

La cocina del infierno es la narración más lograda del libro porque por sí sola nos introduce a una perspectiva más íntima y cotidiana del migrante. Los temas se esbozan con la rapidez con la que pasan los trenes en Nueva York. Desde el desencanto sobre la ciudad soñada desde afuera, las relaciones inter-étnicas, el trabajo que deshumaniza y convierte al migrante en un objeto descartable, el clima que te maltrata (“olas de calor que llegan con olas de desmayos”.) la tecnología y reglas de conducta que se entienden, y por supuesto las discriminación (“El idioma no es problema. ¿Si es tan peculiar y delicioso tu acento, por que entonces tanta gente te mira como si fueras un violador en serie?. Siempre la misma reacción" ).
El autor escogió Hell’s Kitchen como “parábola” para sus relatos, sin embargo, después es difícil encontrar la intersección prometida entre este famoso barrio neoyorquino y la experiencia vivencial de los nuevos migrantes y su posterior reivindicación. En la actualidad no ficcionalizada, Hell’s Kitchen poco o nada tiene que ver con la experiencia migrante. El barrio viene en los últimos veinte años pasando por un esfuerzo de renovación urbana, a tal punto que existe una demanda muy alta por conseguir viviendas en este lugar que alberga centros de conferencias, estadios, estudios televisivos, restaurantes, y acoge un gran número de artistas. Atrás ha quedado la experiencia migrante irlandesa de hace 200 años. En la larga lista de famosos residentes, solo resaltan dos nombres de mafiosos en toda su historia, en tanto que sí abundan los actores, músicos y escritores de renombre.

Respetando la libertad que tiene cada autor de escoger los elementos de su propia parábola, hubiera sido más eficiente tomar como referente a una ciudad como Paterson —Peru Square— donde residen miles de peruanos expatriados, es decir, migrantes contemporáneos con la misma experiencia que algunos de los ingobernables. Una trama simple y amena de dos relatos y una incisiva observación de la experiencia del migrante latino en Nueva York, ha dado como resultado un platillo cocinado para ser digerido con facilidad y avidez.

Fernando Morote nació en Piura, Perú, en 1962. Ha sido ganador del II Premio Internacional Sexto Continente de Relato Erótico y finalista del VII Premio Internacional Vivendia-Villiers de Relato. Colabora con el Periódico Irreverentes de Madrid y las revistas Las Nueve Musas de Oviedo y Clarimonda de México. Es autor de las novelas “Los Quehaceres de un Zángano” (Bizarro Ediciones, 2009) y “Polvos ilegales, agarres malditos” (Bizarro Ediciones, 2011), el libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos” (Artgerust, 2013) y el poemario “Poesía Metal-Mecánica” (Ediciones Los Sobrevivientes, 1994).


(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas (Pukiyari Editores, 2014). Disponible en Amazon, Barnes& Noble, Perú Ebooks, y en la librería ALLA en Santa Fe.





Sunday, November 12, 2017

Charles Dickens' The Blind Toy-Maker

—By Charles Dickens—


Caleb Plummer and his blind daughter lived alone in a little cracked nutshell of a house. They were toy-makers, and their house was stuck like a toadstool on to the premises of Messrs. Gruff & Tackleton, the Toy Merchants for whom they worked,—the latter of whom was himself both Gruff and Tackleton in one.

I am saying that Caleb and his blind daughter lived here. I should say Caleb did, his daughter lived in an enchanted palace, which her father's love had created for her. She did not know that the ceilings were cracked, the plaster tumbling down, and the wood work rotten; that everything was old and ugly and poverty-stricken about her and that her father was a grey-haired stooping old man, and the master for whom they worked a hard and brutal taskmaster;—oh, dear no, she fancied a pretty, cosy, compact little home full of tokens of a kind master's care, a smart, brisk, gallant-looking father, and a handsome and noble-looking Toy Merchant who was an angel of goodness.

This was all Caleb's doings. When his blind daughter was a baby he had determined in his great love and pity for her, that her deprivation should be turned into a blessing, and her life as happy as he could make it. And she was happy; everything about her she saw with her father's eyes, in the rainbow-coloured light with which it was his care and pleasure to invest it.

Bertha sat busily at work, making a doll's frock, whilst Caleb bent over the opposite side of the table painting a doll's house.

"You were out in the rain last night in your beautiful new great-coat," said Bertha.

"Yes, in my beautiful new great-coat," answered Caleb, glancing to where a roughly made garment of sack-cloth was hung up to dry.

"How glad I am you bought it, father."

"And of such a tailor! quite a fashionable tailor, a bright blue cloth, with bright buttons; it's a deal too good a coat for me."

"Too good!" cried the blind girl, stopping to laugh and clap her hands—"as if anything was too good for my handsome father, with his smiling face, and black hair, and his straight figure."

Caleb began to sing a rollicking song.

"What, you are singing, are you?" growled a gruff voice, as Mr. Tackleton put his head in at the door. "I can't afford to sing, I hope you can afford to work too. Hardly time for both, I should say."

"You don't see how the master is winking at me," whispered Caleb in his daughter's ear—"such a joke, pretending to scold, you know."

The blind girl laughed and nodded, and taking Mr. Tackleton's reluctant hand, kissed it gently. "What is the idiot doing?" grumbled the Toy Merchant, pulling his hand roughly away.

"I am thanking you for the beautiful little tree," replied Bertha, bringing forward a tiny rose-tree in blossom, which Caleb had made her believe was her master's gift, though he himself had gone without a meal or two to buy it.

"Here's Bedlam broke loose. What does the idiot mean?" snarled Mr. Tackleton; and giving Caleb some rough orders, he departed without the politeness of a farewell.

"If you could only have seen him winking at me all the time, pretending to be so rough to escape thanking," exclaimed Caleb, when the door was shut.

Now a very sad and curious thing had happened. Caleb, in his love for Bertha, had so successfully deceived her as to the real character of Mr. Tackleton, that she had fallen in love, not with her master, but with what she imagined him to be, and was happy in an innocent belief in his affection for her; but one day she accidently heard he was going to be married, and could not hide from her father the pain and bewilderment she felt at the news.

"Bertha, my dear," said Caleb at length, "I have a confession to make to you; hear me kindly though I have been cruel to you." "You cruel to me!" cried Bertha, turning her sightless face towards him. "Not meaning it, my child! and I never suspected it till the other day. I have concealed things from you which would have given pain, I have invented things to please you, and have surrounded you with fancies."

"But living people are not fancies, father, you cannot change them."

"I have done so, my child, God forgive me! Bertha, the man who is married to-day is a hard master to us both, ugly in his looks and in his nature, and hard and heartless as he can be."

"Oh heavens! how blind I have been, how could you father, and I so helpless!" Poor Caleb hung his head.  "Answer me father," said Bertha. "What is my home like?"

"A poor place, Bertha, a very poor and bare place! indeed as little able to keep out wind and weather as my sackcloth coat."

"And the presents that I took such care of, that came at my wish, and were so dearly welcome?" Caleb did not answer.

"I see, I understand," said Bertha, "and now I am looking at you, at my kind, loving compassionate father, tell me what is he like?"

"An old man, my child, thin, bent, grey-haired, worn-out with hard work and sorrow, a weak, foolish, deceitful old man."

The blind girl threw herself on her knees before him, and took his grey head in her arms. "It is my sight, it is my sight restored," she cried. "I have been blind, but now I see, I have never till now truly seen my father. Father, there is not a grey hair on your head that shall be forgotten in my prayers and thanks to Heaven."

"My Bertha!" sobbed Caleb, "and the brisk smart father in the blue coat—he's gone, my child."

"Dearest father, no, he's not gone, nothing is gone. I have been happy and contented, but I shall be happier and more contented still, now that I know what you are. I am not blind, father, any longer."

The End





Saturday, November 11, 2017

Crónicas del Olvido: BAJO SU PIEL TATUADA

—por Alberto Hernández—

1.-
Una larga historia nos recorre. Entre intimidades, lechos, manos que se tocan, noches, insomnios. La vida. Y luego la muerte. Una autopsia. El desvelo. Los intertítulos que le dan consistencia a “Bajo su piel tatuada”, la novela del sevillano Federico Relimpio Astolfi, quien a través de una larga respiración nos relata la vida y los sinsabores de quienes viven y tienen en la ausencia los límites para poder afirmar o negar que tienen conciencia de ella.

Se trata de una novela en la que los personajes están bien definidos. Una historia contada sin prisa, ovillada en su propia tensión: quien habla sabe que el mundo no está quieto, que es posible establecer un instante de concentración para saber que mañana, o en cualquier momento será el registro de la partida.

2.-
Relimpio es médico y como tal tiene conocimiento de lo que ocurre al final de su obra. Varios tiempos recurren a la realización de una autopsia de la cual habrá de emerger un resultado. Que sea importante, no importa. Lo relevante es la forma cómo el autor nos lleva hasta es e recinto donde un cuerpo espera ser abierto. Espera ser conocido en su interior, espera que alguna marca diga hasta dónde es posible admitir que la vida está allí, acostada en una placa de metal. Que la existencia es renuente a cualquier espera. Que no es posible no ser tallado por lo que ocurre a diario durante tantos años.

3.-
¿Qué hay bajo la piel? ¿Qué metáfora esconde esta historia? ¿Qué significa ser marcado, trazado, tatuado, identificado? La novela es eso, muchas marcas, muchos hitos, no sólo bajo la piel, donde reposan los órganos y la conciencia, sino también en la proyección de esa conciencia. El narrador lo hace con elegancia, sin alejarse de su condición de observador, de testigo que muy allá, en el fondo, podría parecer protagonista. Los verbos no atañen a esta formulación en la que nuestro narrador se embarca.

Un cuerpo espera. El lector ha sabido hacerlo. La lectura se hace lenta por la extensión, por la larga vida de quien respira estas páginas y finalmente usa un escalpelo, un bisturí, una sierra para encontrar el tatuaje, la marca, que de pronto no está, que de pronto se asoma, que de pronto está y sólo es una premonición, como la misma muerte.





Monday, October 30, 2017

LA FÉRTIL MISERIA DE HARRY ALMELA

foto:eluniversal.com

—por Alberto Hernández—

1.-
Álvaro Mutis se acerca a Harry Almela y le dice:

“Sólo una palabra.
Una palabra y se inicia la danza de una fértil miseria”.

Unos pasos antes, el maestro Cernuda le canta al poeta de Mariara y de Venezuela:

“No es el amor quien muere.
Somos nosotros mismos”.

Anclados en estos textos, Harry Almela crea “Fértil miseria”, libro escrito en 1987 y terminado de hacer en abril de 1992, en una colección editada por Jacqueline Goldberg. De ese trabajo sólo salieron a la calle 200 ejemplares.

Nuestro autor se desplaza con el poema en prosa, corto, sonoro, ilustrativo, vehemente. Son materiales iniciales de un hombre que dedicó toda su existencia a encarar los misterios de la poesía a través de otros misterios, los de la fe, la muerte y el poder como estigma en el otro y contra la poesía. Un poeta que se veía la herida desde el inicio de su vitalidad verbal.

Veamos:

“Yo estuve allí, en la Casa de lo Oscuro,
seducido por la loza y el granito.
Hubo días para lo mejor del Maná. La
celebración de los cuerpos, la transparencia
de los actos.
Luego los soldados apostaron a la estrategia de tierra arrasada.
El invierno que ciega
se encargó del resto. No ha quedado ni un
trozo de quimera.
En esa sangre hay una fracción que me
pertenece. Lo atestigua mi torpeza buscando
reliquias en el campo de batalla”.

Libro que contiene la ligadura del poeta con la sacralidad. Libro donde ya asoma la búsqueda, su preocupación, por la lengua que heredamos, la española y la que hizo la española y la que tocó de cerca el costillar de ese idioma que nos alimenta y se hizo lengua también: el aliento sefardí.

He aquí otra muestra:

“Escribiste en el papiro: come y bebe, este es
mi cuerpo. Yo fui el devorado. Dos, tres veces. El
ardor.
Girando hacia la izquierda, vi lo negro de tu
cuerpo sobre el muro.
Cuántas constelaciones te nombran. Eres el
árbol, la costumbre”.

2.-
La fuerza de la poesía de Almela se sustenta en esa búsqueda por el saber, por la indagación en los temas que luego, años después, lo consagraron. El poeta –de ojos atrofiados- veía para entrar en la conservación de su palabra, de su espíritu inquieto, díscolo, agresivo y tierno a la vez.

“Yo espero que desde lo abajo asome
una querencia. Sólo busco otra luz que me
sostenga. Una zona de aire. Más allá de los
verbos comunes. Más allá”.

La ausencia, la distancia, el amor frustrado, el dolor por todo lo anterior se trenzan en este poema en el que el poeta se desnuda en el afecto, en la casa donde los ruidos, los sonidos diarios también saben de quien se ha ido, de quien no vuelve.

De quien no deja noticias:

“Déjame.
Déjame unas líneas escritas en la pared o
detrás de la puerta del escaparate. Una señal
de tu Visita.
Los barcos enseñan tantas cosas mientras
se alejan. Mas no hay en esta casa un puerto
para calmar nostalgias.
O este llanto. Este dolor doblado en el
centro de ninguna parte”.

foto:letralia.com
Y de este poema, a la muerte, al anuncio que décadas después se hizo imagen en el dolor de quienes estuvimos cerca de su acontecer familiar, poético y político, porque Harry Almela era ciudadano, político, controversial, un demócrata. Pero la muerte, la muerte, que en los poetas se presenta a diario como tema, entra y sale, se asoma, se burla y hasta se sienta a tomar café con los versos:

“Si duermo boca arriba, me rozará la muerte.
Son tantas las formas de sumergirse.
Al final siempre estará el viaje. La Muerte
esperando mi epicardio en el vértice de los
balcones.
Por cada diente que pierdo. Por cada deber
no cumplido. Por cada rey suicida.
Tengo miedo de perder el sentido de lo
irreal”.

Ese miedo, la marca en el ser humano que más se avizora en el tiempo por llegar, en la hora de deshacerse de nosotros, tuvo y tiene en el poeta una condición: la realidad es canjeable. Lo desconocido, ese miedo, ese fluir en medio de la sombra o de la iluminación, se mantiene intacta, lo “irreal”, lo que conduce al viaje sin retorno.

3.-
Su relación con los espíritus errabundos, con sus santos, como él decía, tiene espacio en algunos versos que he alcanzado a leer. Si la muerte, con mayúscula, no define resignación alguna, las almas que lo visitaban hacían de su casa un asombro, un acompañamiento:

“En el patio se mueve la basura. El sepia
invade este boscaje. El polvo se acumula en el
lomo de los libros bajo la tarde del agua.
La Muerta viene a beber agua en el vaso
junto a mi cama.
Un domingo ancestral se asoma en las
cigarras.
Estoy cansado de estas ventanas, de la
niebla en los pasillos, de las ranas al comienzo
del invierno.
Llévate esta casa, yegua de la noche”.

Y por ese mismo sendero, el poema que irrumpe en la fe, en el judaísmo que luego lo iluminó, lo hizo reverenciar la lengua de aquellos expulsados de la antigua España. Por aquí, con temor a equivocarme, está la iniciación del poeta en estos estudios sobre la piedra de Jerusalén.

“Esta será la distancia. El golpe en el ala
derecha, el mercado profano en el Sabbath, el
olor de los libros. La canción en un idioma
desconocido y que tu boca me revela.
El vértigo de la frase. El llanto tuyo en la
Madrugada recordando al juglar del circo, el
Amante de la nuez.
Hay una fotografía tuya para la distancia.
Cierto rigor en el túnel que dejaste”.

El amor y una cultura. Ambos apegados a la sonoridad de una voz que se construyó a través de la coherencia del estudio y la indagación: la palabra y lo sagrado, dos dioses del fundamento humano.

Copio completo este texto que avalaría todo lo expresado en líneas anteriores, pero que le agregan otros símbolos a la vida poética de Harry Almela:

“Escucha la profecía. El Escorpión y la
Serpiente, el Dragón y el Gato, se alejarán de
tus comarcas. Luego de la batalla, el sol
continuará su marcha. No cayeron las murallas de
la ciudad.
Vendrán los tiempos de arrancar la cadena
de mi tobillo. No te buscaré en las barajas.
Llegarán las carabelas al meridiano preciso.
Gracias por el infierno que convocaste.
Por esta fértil miseria.
Escucha la profecía. Llegará la noche del
domingo en que abriré la puerta y no estará tu
Ausencia”.

4.-
El poeta siempre se está despidiendo. Su sintaxis es el viaje, el antiguo viaje épico convertido en silencio, en amagos irreales, en vértigos y sueños. El decir del poeta instala un aliento corto que se alarga en la medida en que el viaje no ha comenzado.

La vida es el preámbulo de ese viaje. Perogrullada que afina el olfato de quien sabe que las palabras serán para siempre mientras el viaje también lo sea.

Harry Almela siempre habló de su muerte. Siempre habló de su vida. Siempre sintió el exilio en los ojos y en el alma. La poesía también cansa. La muerte no. Ese viaje no agota.

foto:elpolitico.com
En este texto lo deja como herencia:

“Mañana me voy. Cansado de la flor que
sale de mi boca, quiero encerrarme bajo el
agua.
No es cierto lo que demanda mi signo.
Utilidad del orden. Persistencia en los detalles.
El apego a la tierra.
No quiero mirar hacia mis años, sus
párpados azules, su balanza.
Quizás se trata de pulir la esfera con un
buril más fino, de asuntos más terrestres.
Quiero la transparencia cuando arribe al
Océano.
Allí no será un pecado sumergirme”.
Y más tarde, en el poema que casi cierra el libro:
“Me voy. No juego más. Adiós”.

5.-
Un Post scriptum devela la despedida de la voz de aquellos años, que pareciera la de hoy, la de hora ausente, la de este día en silencio, la de sus cenizas en el aire:

“Mientras pase esta noche, cultivo el arte
de convertirme en vasija. ¿De qué sirve el
infinito sin un cuenco que lo justifique?
La página en blanco también habla”.

Harry Almela sigue hablando, sigue cantando mientras viaja, mientras sigue su curso al infinito.