Wednesday, January 31, 2018

EL DIÁLOGO INTERMINABLE

— por Alberto Hernández—
—Fotos: Henry Cedeño—

“…me basta situarme en una esquina cualquiera para
descubrir el rostro vertiginoso de lo absurdo y los indicios de la inconexión”
—Hernando Track: “Tiempo de callar”—

1.-
Un hombre parado en una esquina de Maracay, solitario, como extraviado, busca el eje de la tierra. Con un dedo en un párpado ataja la mirada, la corta mirada de sus ojos de variados matices. Un hombre con pinta de viajero loco de otros siglos, desmelenado, barbudo, en traje deportivo y camisa que le abulta el vientre.
Un hombre que busca todos los puntos cardinales y:

-Epa, dice Harry Almela.
-¿Qué pasó, mano, te dejó el tren?, indago.
-No, vale, tengo vencido el pasaporte y la visa me la anularon. Tuve que hacer cola con Obama, quien quería entrar a Mariara y no lo dejaban. No sé qué pasó con él. Yo logré llegar, responde Harry.

La estridencia de una carcajada mientras cruzábamos la avenida Constitución cruce con Mariño.

-¿Nos tomamos un café?, soplo.
-Dale, y un pancito dulce, lanza Almela.
-¿Tenías mucho rato esperando?, pregunta.
-No, nada, casi nada. Creo que el tiempo que tardó el tren tuyo.
-Vaya, vamos por el café y el pancito…Epa, epa, aquí en esta panadería, la que está cerca de la plaza Girardot, así hablamos mal del gobierno, acomodamos el mundo e invocamos a mi general Juan Vicente Gómez, a ver si arregla este país.
Otra vez la carcajada.
-Será, y mi general Pérez Jiménez, presidente constitucional, añado.
-Doy la vida por una panelita de San Joaquín, desvía la conversa.
-Y yo por un turrón español, resuelvo.
-¡Eres un traidor a la patria!

2.-
-¡Coño, Harry! ¿Qué hay por Mariara?
-Cuidado con una vaina. No hables mal de Mariara, porque yo sé muchas cosas de Calabozo y Guardatinajas.
Jajajajajaja, se oye en toda la calle.
-No, vale, no habló mal de tu acrópolis ¿qué haces allá?
-No sé, creo que no hago.
-¿Ni pipí?
-Se me olvidó.
-Bueno, vamos al grano que llegan las gallinas.
-Coño, vale, tienes cerquita el llanero del poeta Acevedo.
-También el de Manuel Bermúdez.
 -Vaina, verdad. ¿Qué has sabido de Manuel? ¿Sigue metiendo embustes?
-Más que nunca.

Y así se nos va la tarde y confundimos la mañana con el mediodía. Y Harry Almela busca la calle mientras mastica un trozo de pan dulce mojado en el café con leche. Lo miro y le digo:

-¿Sabes una vaina, Harry?
-¿Qué vaina?
-Este país está loco de perinola?
-Y de trompo y de metras y de bolas…así estamos, poeta.

3.-
Charlas como esas, muchas. Silencios también. No se acabarán las conversaciones. Los poemas están allí, creciendo, bajo la sombra de un samán, apostada la poesía en una matica de semeruco, esquinada en la Maestranza de Maracay.

Como tantas veces, la imagen de Harry parado en una esquina, perdido, como buscando una dirección. Alguien lo saluda y él no responde. Alguien lo nombra y él dice:

-¡Epa!
Y vuelve a buscar el horizonte.
-Harry, aquí estoy.
-Verga, llegaste.
-Tú también.
-Yo no he llegado, me ando buscando.
-Claro, por eso estás parado aquí…
-No, yo estuve. Ya no. ¿Y el pancito?
-Ahí lo traen.
-¿Por qué no almorzamos en El Boloña?
-Está bien. Allá revisamos el libro de Ramón Llull.
-Unjú.
-Harry ¿cómo está Blanca?
-Mejor que yo, echando vaina. Blanca es de las duras, es más que yo, un petroglifo.
-Verga, Harry, qué lengüita, le digo.
-La de ella no es muy santa, me dice.

4.-
Otro día navegamos entre Mérida y Maracay. Maneja Jesús Esparza, un merideño a quien le decimos el Gocho y a quien queremos mucho, y quien además tiene como esposa a una mujer a quien también queremos con todo y muchachos.

Discutimos durante varias horas. Harry voltea hacia el paisaje borroso de la casi noche y se calla. Después de unos quince minutos de silencio, dice:

-Alberto, estamos en El Palotal.
-No, Harry, ya dejamos atrás El Palotal.
Se molesta e insiste:
-Bueno…, y le dice a Jesús:
-Mira, Gocho, tú que eres experto en devolverte en la carretera porque te pierdes. ¿Estamos en El Palotal?
-No sé, ando perdido, responde Jesús con los ojos puestos en la sombría carretera.
Jajajaja. La risa casi rompe los vidrios y no me queda otra que darle un golpe en un hombro.

Entonces hace un esfuerzo para mirarme en la oscuridad del carro y sonríe mientras nos ataja una cola en la salida de Valencia.

-Cuando lleguemos a Mariara se quitan esa cara de pendejos que tienen. Estamos entrando a la Tierra Prometida, no joda. ¿Traen su pasaporte?
-¿Tú crees que nos encontremos con Moisés –Charlton Heston- cruzando el Lago de los Tacariguas?, le pregunto.
-No creo, ahí se ahoga y no le da tiempo de tallar los diez mandamientos, resuella.
Y entramos a la casa de Blanca. Nos abrazamos y seguimos hasta Maracay.
Harry se quita la camisa y levanta un brazo para despedirnos. Un cigarrillo brilla en el aire.
Blanca y Harry nos miran partir. La noche es espesa.

5.-
De unos años para acá, la poesía, la que yo cultivo, comenzó a andar en la voz irreverente de Harry. Con “El poema de la ciudad”, Harry –metidos como andábamos en La liebre libre y otras editoriales- le escribió a mis poemas y me hizo crecer.

En medio de unos tragos en su apartamento de la 19 de Abril, frente a la Maestranza, me dijo:

-Alberto, mire poeta, nosotros hemos remado que jode. Vamos a dejarnos de pendejadas, de utopías baratas y de paisajitos que no hemos respirado. Este vino que nos tomamos tiene que ver con lo que tú viviste en España, en Europa, pues. Coño, vale, escribe esa vaina. Tú te fuiste de Venezuela exiliado. Escribe esa vaina. Tienes una historia que te reclama tu padre. Escribe esa vaina. Tenemos un país que nos quiebra el espinazo. Escribamos sobre esa vaina. Somos herederos de todo esto. ¿Por qué dejarlo pasar? Ahí está nuestra poesía. Tenemos que aprender de los escritores que nos precedieron. Nosotros no somos parricidas. Eso nos ayuda. Ahí están nuestros clásicos. ¡Coño! ¿Por qué no nos miramos en la poesía de Andrés Eloy, en los libros de Mario Briceño, en la Venezuela que se quedó atrás y nos reclama conocerla en esos clásicos? Estamos jodidos porque escribimos una poesía bonita y no sabemos un carajo de nuestro pasado, de nuestro remoto y hasta cercano pasado. ¿Quién carajo habla aquí de Andrés Bello?

Y esas palabras surtieron el efecto en muchos de nosotros.

-Bueno Harry, tengo algunas cositas por ahí: cuentos cortos, dos o tres novelas y otras aventuras que me están persiguiendo, la memoria…
-Bueno, yo ando en eso también. Pero no puedo entrarle a la novela. No puedo escribir una. Es que tú agarras una novela, sales a la calle y la sigues escribiendo mientras compras un kilo de yuca, y después la tomas y sigues…qué va, esa vaina de andar entre la realidad y la ficción me perturba. Aunque nada me es ajeno. Verga, chamo, qué original soy. Epa. Nada. Me quedo con la poesía. Ahí no me pierdo.

Blanca entró con un plato de quesos. Levantó un brazo y dijo:

-Voy a prender el televisor, a ver cómo está el país, y soltó la carcajada.
-Esa es Blanca, ya sabes…
Y seguimos hablando hasta que se acabaron el vino y el queso.

6.-
-Epa, hay jurados esotéricos y jurados que no juran.
-Bueno, Harry, a lo mejor abjuran.
-No, marean.

7.-
-Yo no me veo.
-¿Eres miope?
-Zurdo de ambos ojos.

8.-
-¿Isaías te devolvió el libro?
-Sí, sin el índice.

9.-
-Nos van a hacer una foto, Harry.
-¿Tú crees que quepan dos egos juntos?

10.-
-¿El único lugar posible?
-Salvador Garmendia.
-No vale, ese es un título de Salvador.
-Me refiero al tuyo.
-Mariara y ahora sin teléfono.

11.-
-¿Qué enseñas tú en Agronomía o Veterinaria en la UCV?
-Creo que nada.
-¿Y por qué no enseñar poesía con abono o la poética del ordeño?
-Verga, pana. Esa vaina se la dejamos a los poetas agrarios y a Simón Díaz, pero no poética del ordeño, el ordeño mismo, porque de poéticas, esas no producen queso.

12.-
-Que llames a Blanca, quiere hablar contigo-, me dice Harry desde su teléfono.
-Ah, bueno, ya la llamo.

Pasa un rato, llamo al teléfono de Blanca y me responde Harry:

-¿Blanca?
-No, el que dice ser hijo de ella.
-Ah, ¿Blanco?
-Mamá, te llama Alberto. Dile que no puedes ir a la discoteca con él. Es muy abusador.
-Hola, Alberto, ya estoy lista para la discoteca. Dejamos a Harry y nos vamos tú y yo. Jajajaja. No, chico, te quería decir si quieres comerte una pasta al pesto que hemos preparado.
-Claro, voy saliendo.

Llego a la casa y ya la mesa está puesta.

-Epa, agarra una copa y te sirves vino de ese que está ahí.
-Pero este es un pocillo de peltre…
-Bueno, es lo que hay. Será un lujo tomar un vino tinto en un pocillo de peltre. Imagina que estás tomando café negro en Guardatinajas.

Me tomo el vino y me supo, en efecto, a café.
Y nos embriagamos con el vino y la pasta al pesto.
Blanca preparó café para la resaca.

13.-
Camino a Calabozo mientras el sol se levanta ante nuestros ojos.
-“El cielo es una ola que ha caído.
El cielo es una ola que no cae”-, cito a Lazo Martí en voz alta.
-Y nosotros pensando en pajaritos preñados-, grita Harry.

14.-
-¿Quién dijo miedo?-, se oye en una radio.
-Yo estoy chorreao-, responde Almela.

15.-
Un hombre se para en una esquina y ve pasar un tren. El tren viene de Mariara. Sólo es visto por el hombre que está parado en la esquina.

El ferrocarril pasa a toda velocidad y no se lleva al pasajero.

-¿Qué fue Harry, te dejó el tren?
-No, yo lo dejé pasar. Es muy pesado. Y va vacío.

Un hombre estuvo parado en una esquina y vio pasar el tren, el invisible tren que sólo él vio.

-Harry ¿te dejó el tren?
-¿Qué tren? Yo no vi ningún tren.
-Yo sí.
-Entonces estás jodido.

Un hombre se parará en una esquina y mirará pasar el tren que hace rato yo vi y que Almela dijo no haber visto.

-¿Abordarás el tren, Harry Almela?
-No, no es necesario. Ahora me voy a pie.
-¿Y el café?
-Y también el pancito dulce. Ya sabes. En la panadería de siempre. ¿Vale?
-Vale.

Un hombre está parado en una esquina. Llega el tren de Mariara. Almela lo aborda y se va.
A mi lado dejó sus zapatos y un libro abierto, subrayado.

16.-
-El país, este país…, digo.
-Soy un pesimista sin adjetivo, porque sé hasta dónde puedo llegar, Almela.

17.-
-Tengo en la calle la mejor poesía, la de Erasmo Fernández. Y que alguien me diga lo contrario-, me confesó Harry un día en el Boloña.
Y yo lo celebré.
Un rato más tarde, Erasmo Fernández pasó como si nada, envuelto por sus papeles.
-Allá va Erasmo.
-Déjalo quieto, no lo llames. Él anda en su poema
Y se oye la carcajada.
Erasmo voltea y levanta unas hojas que suelta en el aire.

18.-
Otro día frente a la Casa de la Cultura me atacó un perro.

-¡Cómetelo, cómetelo! Aunque vas a quedar con hambre, azuzó al animal muerto de la risa.

Pero el perro se alejó.

Casi en la puerta del edificio de la 19 de Abril donde vivía Harry, el perro echado.

-Coño, Harry, ese perro viene por ti. Tú tienes más carne, me vengué.
La carcajada espantó al pobre animal.

19.-
-¿Borges?, pregunta Harry.
-Sí, Jorge Luis Borges, el ciego, afirmó.
-Nadie puede decir en este país que no le estudiado que jode, dice.
-Por algo estás casi ciego, digo.
-Esa vaina se pega, vuelve y dice.

20.-
Un hombre parado en una esquina de Maracay. Una ciudad que se niega y que niega. Una ciudad negada. Harry Almela la pasea diario. La seguirá paseando con un gran dolor en los ojos.

Un hombre parado en una esquina busca…





Friday, January 19, 2018

Crónicas del Olvido: NOCTURAMA, de ANA TERESA TORRES

-por Alberto Hernández-

1.-
A tientas, a través de calles peligrosas, llevo bajo mi brazo un legajo de papeles húmedos. “Nocturama”, novela de la venezolana Ana Teresa Torres, Editorial Alfa, Biblioteca Ana Teresa Torres, Narrativa, Caracas 2006, ha sido mi salvoconducto íntimo cuando duermo o cuando sobresaltado emerjo de este agujero inmenso, de un país resquebrajado, tomado por las sombras, por malvivientes que se mueven al ritmo del odio y la violencia.

La rescaté de un charco (los gases ahogaban los gritos que intentaba expresar) mientras huía de unas bestias enmascaradas, de unos sujetos en dos ruedas que querían someterme, hacerme parte del río que cruza la ciudad.

Soy un pedazo de esta historia. No soy Ulises Zero, el personaje central de “Nocturrama”, pero tengo tanto temor a la oscuridad que me he identificado con él y huyo de mí mismo en medio del silencio o de los ruidos provocados por la noche.

Esta crónica no es una lectura. Es una experiencia vital. Respiro dentro de una novela. Me agito como un caracol, como un gusano a punto de ser aplastado por una bota.

No leo la novela. La vivo. He perdido hasta mi cédula de identidad. Trato de recordar mi nombre. Me deshago de la esquina que me tropieza. He tratado de indagar de dónde vengo porque mi historia ha sido borrada. Es una verdadera maldición. Un estigma. La marca de Caín me acosa mientras unos ojos vacíos me persiguen desde las paredes, desde las consignas de quienes con los dientes manchados y armados de fusiles y palos me buscan para borrarme de estas páginas.

2.-
Aspern es quien relata mi historia. Es la voz de una conciencia relajada, pero en el fondo oprimida por su propio anonimato. Es quien repasa mi vida por esta novela que Ana Teresa Torres supo construir sobre las ruinas de un país. Sobre el dolor, la culpa o la inocencia de unos personajes que se asoman, que apenas son.

He perdido mi verdadera presencia. No soy quien era. No era quien soy. Ando como desnudo, habito en la habitación 32 de un hotel porque creo que allí está el país que perdí. El Hotel Oasis es mi recuerdo, la ciudad que no conozco. Que no recuerdo.

Siempre cuenta Aspern que dijo Ulises. Es él quien en numerosas oportunidades, como en un vocativo imprevisto, relata lo que digo, lo que sueño, lo que no cuento, lo que olvido, lo que soy y no soy. Es él, un yo que no es mío y llega a ser mi canon personal, mi intratexto, mi contexto, mi pretexto, mi mirada, mi extravío.

Pero…
“No estoy acostumbrado a ser Ulises Zero…”
He sido rico, he sido un emprendedor, un hombre poderoso. No sé. Sí sé que tengo una propiedad. Que soy un país dentro de otro, pero que no quiero estar en ése sino en la sombra, en la que podría encontrarme, ser lo que era o seré. Y una mujer, una borrosa presencia, un imposible. Se acerca y la nombro.

Un medrar en la oscuridad.

Dialogo con mi relator. Hablo con el que me dibuja, me cuenta, me hace posible. La autora de mis días, quien me deja a cargo de Aspern, Ana Teresa Torres, observa desde afuera.

“Aspern lo vio venir desde la veranda. Vio que Ulises Zero caminaba agotado entre los matorrales y esperó su llegada”.
Entonces se desprende un diálogo:
“-Estoy perdido- había dicho Ulises.
-Ya lo sé, ¿por qué razón hubiera aparecido aquí?...”

Desde ese momento, desde el primer encuentro, desde la primera apariencia, porque eso es lo que es Ulises Zero, un cero, un número sin valor, una apariencia que se mueve en medio de la destrucción, del caos, del gran derrumbe de un país.

En esta novela mi nombre avisa de lo que hoy ocurre, de lo que no es novela sino realidad. El país donde soy Ulises Zero ya es el país de millones de Ulises Zero.

No dejo de caminar en búsqueda de un nombre, de un personaje traído de otro mundo, de otra novela. Díaz-Grey es Onetti, el que lo inventó y ahora es aquí una transmigración, un ectoplasma. Una suerte de salvación, un artificio. Lo que siempre hemos sido, meros lugares comunes, sombras de otros.

3.-
El relator vuelve (volverá hasta la última página):
“Cuando salí de su casa, decía Aspern que había relatado Ulises, emprendí el camino de vuelta a la ciudad, tenía al menos la sensación de reconocer algunos rastros; los árboles, por ejemplo. El tráfico, en cambio, era más abundante que el día anterior…”

Y sigue el relato, dice Ulises de un emporio habitacional del cual se dice dueño, las Residencias Urbex, pero donde no vive, pernocta a veces, pero su lugar está en el hotelucho del centro de los acontecimientos, donde se suceden los allanamientos, los asaltos, las expropiaciones, por donde pasa el rugido de las motos.

Urbex podría ser el lugar perfecto para la polis. No el hotel, que sería el país desnortado, agredido, robado, asesinado por las hordas que mandan en el mapa de Nocturama, un pedazo de tierra separado de otro para que la gente no huya.

Símbolos que ya no son símbolos. Códigos que ya no lo son. La novela de Ana Teresa Torres, hablada o escrita así como “la” habla o escribe quien esto escribe, es la realidad que nos agobia. Este texto no se trata de una reseña bibliográfica. No es un asunto literario. No es un estudio cartográfico. O una disección. Es un miedo. Es una lectura real.

Es nuestra lectura. Es el país que se pudre en nosotros.
Y yo en el comienzo, aquel comienzo electoral y aterrador: el deslave de Vargas:

“Poco después de iniciar el viaje, continuó Aspern el relato de Ulises, la tromba derramó las torrenteras y el río comenzó a desbordarse sobre la autopista. La circulación se detuvo por completo. Rápidamente el nivel del agua se elevó unos treinta centímetros tapando la mitad de las ruedas de los automóviles…Muchas personas salieron de sus vehículos y se echaron nadar…”. Lo demás está en las páginas de los diarios y en los videos. La lectura sigue en la moldura de un personaje que lo ve todo a través de otro que cuenta.

4.-
Díaz-Grey, un personaje fantasma. El espectro de una curación extraído de otras páginas. La esperanza. La búsqueda de alguien que no está, y si está no es. Y si es, no puede salvar. No puede curar.

La invención de héroe. La elevación de la estatua, “la invención del origen” de un país que nunca ha sido país sino una sombra llena de personajes muertos, de fantasmas, de falsos ídolos, de mentiras. Ese Diorama que ahora es Nocturama flota en su propia sombra. Los colores dejaron de estar.

El país está estacionado en medio de la tragedia: terremotos, inundaciones, ensueños, pesadillas, torturas. Y desde esa cuña, “Se elaboró así un gran relato que contenía la épica de los primeros navegantes, quienes en frágiles embarcaciones de madera habían cruzado el océano; los testimonios y crónicas medievales en los cuales destacaba el carácter aguerrido de sus varones…”. La gran mentira, la épica totalitaria, aquella que “En medio de las diferentes músicas se reproducía también una voz que hablaba constantemente”. Las cadenas, la voz del eterno, la inflexión de impoluto, el fraseo del magnánimo. Los callos del dictador. El ojo de “dios”. Los ojos de quien ya no mira.

5.-
Un país. Un lugar donde para oír al refranero desde una tarima había que beberse el licor regalado, el aguardiente ideológico.  Un país donde “Los niños estaban allí hurgando en las bolsas de basura”. O “un grupo de motorizados se desplazaba a alta velocidad”. O una posible guerra civil y una pregunta en el aire: “¿Tú crees que en la mente criminal de un par de caciques terroristas e ignorantes tú cuentas para algo?”.

Un país custodiado por Los Guardianes de la Patria. Un país cuyo dueño baila con su damisela al ritmo del dolor nacional. “Esto es territorio de ellos”. Un país perdido. Sombrío. Una isla sin costas. Una costra.

Nocturama, la noche de una cultura despiadada. La noche de un país “cuya constante invención de su historia había producido dificultades en la convivencia, descontento en algunos y ánimos discrepantes en otros”.

El país otro, el tallado por la estupidez de una pesadilla que antes llamaban utopía.

¿Nocturama es la voz oculta de Tomás Moro, su ironía, el cálculo infinitesimal de la indolencia de un poder que vive gracias a la respiración ajena?

6.-
Una novela que se adelantó unos años a lo que hoy vemos en las calles. Una novela de una ficción que es nuestra más dolorosa realidad. Aquí no valen artificios, adornos ni consagraciones académicas.  Un disparo en la cara es superior a una metáfora. A una tesis de doctorado. Un hombre arrodillado frente a un sujeto armado no es un asunto gramatical. No hay sintaxis que releve la imagen de una mujer pateada por soldados, por policías o por “colectivos”, los “tontom-macoutes” de esta novela que tiene nombre en el espacio geográfico y espiritual de los perseguidos, acosados y asesinados.

“Nocturama” es una lectura en medio de una protesta.
Es una bomba lacrimógena con índice y glosario. “Nocturama” es un país sin prólogo.

Del epílogo sólo hablan los muertos, los perdidos, los extraviados.