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“Pongo las llaves sobre tu libro
porque la poesía es la que tiene las llaves”
(Reverón a Gerbasi en 1952,
al recibir “Los espacios cálidos”
en el jardín del Castillete)
1.-
Para el ojo que
mira desde la orilla, el mar es sólo un reflejo del mismo mar. Para el ave que
ocupa parte de las nubes, el mar tiende a fijarse en la imagen de un hombre que
pinta, que se hace luz en el lienzo. La poesía, en este caso, no se revela en
“El mundo de los pájaros” de Toussenel, sino en el que inventa, escribe o perfecciona
el relámpago del artista de la costa central de Venezuela.
Poética del vuelo,
el ave es siempre ascensión o caída, partícula de luz que emana del sol.
En la novela
“Huayra: la transparencia”, de Freddy Hernández Álvarez, el hombre que vive en
Macuto se reúne en el patio/ jardín con los amigos, mientras el sol se cuela a
través de un uvero. Su mirada, también trazo de su iluminación, recrea el
vuelo. Y el hombre, Reverón, sobre quien recae la intención simbólica, recoge
los cuerpos incandescentes convertidos
en rayos.
Sobre la blancura
flota un pájaro y deja su sombra inscrita gracias a la intensidad de la luz. El
símbolo descubre sus bordes, no sólo los del pájaro sino los de su vuelo. Y desde
la tela, los que traza el pintor. Pero el pájaro es sólo un indicio y el vuelo
la justificación para que la poesía diga, se manifieste más allá de la
biografía del barbado y semidesnudo amante de Juanita.
Es la luz la que
exige una biografía. ¿Podría ser el pájaro quien la relate?
“Litoral central”
(Sudaquia Editores/ Colección El Gato Cimarrón, New York, Estados Unidos,
2015), de Juan Luis Landaeta, es un poemario donde reaparece la marca del
personaje, el siempre celebrado artista loco que hizo de su casa un Castillete,
tan visitado por quienes lo tuvieron como referente de esa transparencia que
Hernández Álvarez convirtió en una poética narrativa.
En “Una lectura de
Reverón en la Poesía Venezolana o los vericuetos de un poema” (Inti: Revista de
Literatura Hispánica, 2013) Arturo Gutiérrez Plaza estudia la presencia del
personaje. Se ha convertido en un mito que hace fondo en el poema: a veces es
su díscola vida, otras su pintura, la entrada de la plástica nacional en esta
modernidad que se asume poesía desde un poema plural, pero igual en el espíritu
de actantes de carne y hueso que se mueven en una crónica vívida y viva, entre
quienes estuvo Eugenio Montejo.
El libro que hoy
nos ocupa va por este rumbo: no es el personaje, es lo que irradia. Es el vuelo
de un pájaro sometido a la luz, dueño de su sombra.
2.-
Y si la luz exige
una biografía, el vuelo del pájaro la sustenta. Entonces, el libro de Juan Luis
Landaeta lo logra. La tan juiciosa luz del pintor, más allá de él, destaca en
este núcleo donde nacen los poemas del libro:
“Un sol alza lo que
revela, ante nosotros crece su figura (…) A ese sol/ debemos volver como el
giro diario que/ traza (…) Somos en la luz su paisaje blanco”.
El pájaro, tema
recurrente en estos textos, contiene el movimiento de la luz, la que descubre
todo, pero también la que oculta todo: la transparencia es también ceguera,
oscuridad, locura, inmensidad: los giros del ave sintonizan con las vueltas que
daba el mecate en el vientre del creador: el símbolo podría multiplicarse en la
revelación: no se trata de alguien, se trata de algo: el poema augura la
posibilidad de ir más allá del motivo que lo empujó a recordar a Armando
Reverón. La luz de Macuto. Luces y sombras del Litoral central, dela costa
venezolana donde hace décadas alguien insufló un espíritu distinto a la región.
La elevación, las
poéticas del cielo: nubes, vuelos, caídas, aves, alas, cantos, blancura
absoluta. La distancia entre la tierra y la mirada que mide el infinito.
Alguien lo dice, el poeta o el eco que lo impulsa a pronunciarlo:
“me rodean desde el
aire/ sombras (…) son aves en el rayo// a la situada claridad/ responden con su
vuelo”.
Planear, apartar la
luz para que aparezca la sombra, la silueta del pájaro en el lienzo abierto
sobre el mar. ¿Está Reverón en estos textos o es su proyección? ¿El poema lo
borra o lo traza?
El pájaro es la
representación del sujeto que esboza sobre el lienzo, sobre la tela blanca. El
poema se encarga de sugerir su presencia. Se hace luz en la medida en que no
aparece, en que no es nombrado.
“el pájaro da
vueltas/ en la sombra/ que lo despide”.
¿Quién ilumina en
sustitución de la luz? ¿Quién crea luz desde la imaginación? La poesía es la
herramienta propicia para quitar las capas de esa sombra: el pájaro se repite en
todos los cielos, en los diversos lienzos que a cierta hora caen sobre el mar.
La luz es un instrumento verbal, suena en los oídos del que crea. Luz sonora, poética,
proteica: el equilibrio entre la luz que crea y la luz creada es tan evidente
que el personaje es sólo una alusión. Alguna palabra, una referencia, un
jardín, un patio, el sonido del mar, el litoral central.
Mientras la costa
habla su idioma, el pintor, el personaje que habita en la luz, en el vuelo del
pájaro, es vocalizado por Landaeta desde el ojo que mira mientras el vientre piloso
del loco está forrado por la fuerza de una obligación:
“Su mirada fugaz/
invita al cuadro/ que el dibujo alcanza”.
Nada concita mayor
curiosidad que un pájaro sobre el mar. Las gaviotas, los alcatraces, las aves,
las alas bajo el sol. Y sus sombras, los bordes de sus sombras, y la costa, “lo
que un trazo/ concluye en nosotros”, en orilla, en simulación de ascensión de
la mirada hacia la bestia alada.
El pintor existe
porque el pájaro es parte de su luz. Sin esa indagación traída en la memoria,
en las ganas de hacer luego de su pasantía por Europa, el hombre de barba y de
mirada seca por la sal, descubre a diario el sol que levanta su barriga desde
el mar, en el horizonte de su soledad, donde navega el dibujo de un vuelo, que
él no pinta en el lienzo: el lienzo lo pinta en sus ojos:
“El amanecer es un
arco
donde se pliega el
pájaro
en la tierra que
existe
y asoma
para conseguir
distancia”.
Y desde el poema,
desde la voz soterrada, oculta de los que al Castillete iban, se “hunde su
transparencia”, tan celebrada y añadida al decir que “un litoral/ en la costa
renueva su contraste”.
3.-
En todos los poemas
de este libro está el pájaro. ¿Será el mismo? ¿Será el ave que siempre acuña el
poema apara que el pintor, el sujeto que no nombra, lo vea y finalmente lo
trace sobre las aguas del litoral central, en el Macuto de sus ensoñaciones?
(Una poética
ilusoria, como Arturo Gutiérrez Plaza lo afinca en su ensayo, y como lo deja
escrito en un poema: “el blanco de tus lienzos”.
Me permito la
digresión: Gutiérrez Plaza –en un recorrido casi familiar con amigos poetas por
Macuto y El Castillete- estudia la relación de Fernando Paz Castillo, Enrique
Planchart, Juan Liscano, Vicente Gerbasi, Rafael Arráiz Lucca, Carlos Contramaestre,
Juan Calzadilla, Gabriel Jiménez Emán, Rafael Pérez Oramas y el ya mencionado
Eugenio Montejo, pero en ninguno de ellos se devela el personaje de más allá de
su figura humana. En este trabajo de Landaeta están los riesgos del artista: la
naturaleza en ese pájaro simbólico, rodeado de luz y sombra. Ese movimiento
ascensional que sacraliza aún más “el blanco fundamental” y “la omnímoda y
devoradora presencia de la luz tropical”.
De allí entonces
que lo ontológico, el ser del personaje, esté en su entorno, en lo que su ojo
mira, en lo que el ojo ajeno del poeta boceta en palabras, en lo que la poesía
convierte).
4.-
“en la fauna del
horizonte”, hermosa imagen que Landaeta usa para descifrar el vuelo del pájaro
envuelto por la intensa luz de la cosa central, se agitan también el sueño, “el
resplandor del lienzo” y el instante en que “Este pájaro/ que llega/ anida en
mi mano/ este pájaro blanco” y “ante la mirada/ confunde/ la huella del trazo…”
La naturaleza
segmenta el tiempo: oscurece, amanece. La costa ya no es durante la noche, sólo
su sonido constante. Durante el día, sol y agua, los vuelos, la locura atada al
vientre gira con la rostro hacia el cielo. Los colores se agitan en el texto, aparecen/
desaparecen: la iluminación: “en sus alas/ revienta el día (…) y en ello
existe”.
Que este poema lo
diga:
“RAUDO
cae por su sombra
vuela
en la pared
el día avanza
en el jardín
como un pájaro”,
el símil doblega la
realidad. El pájaro no está, parece estar en el ojo que mira sus alas, y por
eso existe. Desde la imaginación se “inventa el cielo/ es cuerpo de algún rayo/
lo que parece tu nombre”. La segunda persona aproxima al personaje, lo ubica en
la región más transparente del texto, del litoral donde “la fauna del día/
puebla mi sueño”.
Pájaro, pájaro, son
poemas con pájaro. El cielo se reinventa con él, con la sombra que dimite en el
instante en que cae en picada contra el mar y se convierte en ave, en
sombra hundida, perdida en el horizonte.
“Los pájaros están
por todas partes/ todo mi cuerpo/ mi puño en un ave que abro (…) El pájaro//
curva en su vuelo/ al sol”.
5.-
La experiencia del
vuelo, anclada en la permanencia de una luz demencial, alude al personaje:
“El PINTOR
llama sol/ al
instante/ que él perfila// sordo/ el horizonte/ se entrega (…bajo el lienzo
desnudo/ su transparencia”,
y porfía con los
fantasmas que lo acosan, las aves interiores, las que se han vaciado del cielo,
del vuelo. Han sucumbido y ahora se desata el cordón de la cintura para
decirse:
“sácate los pájaros
del cuerpo/ no hay nada que aprender/ ese el de las alas/ no es tu nombre”.
(Aparto los ojos
del libro de Landaeta. Miro al personaje detenido en la rústica puerta del
Castillete. Más allá, las muñecas, el patio, el mono, Juanita. Recuerdo la
película, los videos, los amigos que lo visitaban. Los que después fueron —años
después— a buscar algún indicio para escribir y abundar en anécdotas y
estudios)
Retomo el libro, el
final:
“…el pájaro
a la reja
al contorno necio
defínete en el
dibujo en fuga
de la tarde
que por la chispa
el destello
la ráfaga del río
seco
disuelve”.
El pájaro queda
suspendido. La geografía del litoral central ha sido arrasada. El río ya no tiene
curso. Desaparecen el pájaro, su sombra, Macuto, el Castillete.
La poesía es la
madre de todas las invenciones: ella tiene las llaves.
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