Necesito a
Cuba para escribir,
necesito su
cultura,
oír a la
gente,
hablar con
sus esperanzas,
decepciones
y desencantos”.
L. Padura.
En la reciente
novela de Leonardo Padura, La transparencia
del tiempo (Tusquests editores, 2018) el detective habanero Mario Conde va
a cumplir sesenta años y a desentrañar otro misterioso crimen en la Habana. En
esta décima producción de la serie policial histórica, Padura se toma su tiempo
en la primeras páginas de la novela para describir lo que significa llegar a
esa edad para el detective-vendedor-de-libros-escritor en ciernes.
El sabia a
la perfección que ser viejo -incluso sin llegar a ser un viejo de mierda- resulta
una condición horripilante por todo lo que conlleva, pero, muy especial, por
arrastrar consigo una amenaza insobornable: la cercanía numérica y fisiológica
de la muerte.
Llegar a
los sesenta para Conde es una angustia terrible ya que siente que su vida se
comienza desinflar con los “dolores físicos y frustraciones existenciales”. A
estas alturas de su vida, si nunca
le interesó festejar su cumpleaños, ahora menos, y algo se desinfla y explota: “sse-sssenta-ta".
seeeeesedes\
dsesinfla y explotadesinfla y estalla”.
se desinfla
y explota".
Mario Conde
bebe ron en cantidades industriales, fuma cigarrillos como chino en quiebra y
de vez en cuando, fuma habanos
quejándose que solo puede tener acceso a los de mala calidad; el café es su
resucitador en las mañanas y durante el día, pero también se queja que el mejor
olor a café cubano está en el aeropuerto de Miami. No cuida su salud. La
próstata lo obliga a orinar a cada rato, su hígado está lleno de grasa, le duele la cintura, las rodillas, los hombros
y su pene es cada vez más perezoso, pero “su sentido de la atracción por los
encantos femeninos seguía vivo e incluso, muy alterado…” A todo esto habría que
sumarle la debacle de sus sueños y proyectos personales. Apenas sobreviviendo
con la venta de libros usados, después de haber renunciado a su puesto de
detective formal, nunca logró sentarse a escribir, aunque seguía siendo un lector empedernido.
Con él,
también envejecen su fiel perro Basura II y su pequeño círculo de amigos que morían o salían de Cuba
para vivir en Miami. La amistad (perruna y humana), tan importante para Mario
Conde, también se le iba
achicando. Una breve reflexión de lo que había logrado en la vida le sugería
que no había logrado nada de nada.
Es preciso señalar que esta “frustración vital” no es nueva en el arco
iris de las reflexiones de Conde: en otras aventuras detectivescas el
abundará más sobre su frustración
al ser parte de una generación perdida, aquella que siguió los designios de la
Revolución y que nos los dejó ser. Se podría decir que su frustración personal
se explicaría en gran parte por la frustración histórica: la Revolución no
trajo lo que debió traer, excepto carestía, regulaciones y limitaciones
personales.
Con estas
emociones revolviendo su mañana, recibe la llamada de un antiguo compañero de las aulas preuniversitarias, Bobby
Roque, a quien no veía hacía
muchísimo tiempo. Este le pide ayuda para recuperar la estatuilla de La Virgen
de Regla que le había sido sustraída cuando se encontraba en Miami en viaje de
negocios. Esta Virgen muy venerada entre los cubanos, se le considera muy milagrosa (“!No es una virgen cualquiera,
Conde! Es la mía, !la mía!…!Es mi madre!…). Su amigo necesitaba recuperarla
porque era su protección, ahora que manejaba un negocio informal de
antigüedades, obras de arte y joyas y que era abiertamente homosexual
Medio
empujado por un complejo de culpa por la forma como lo habían tratado a Bobby
en sus tiempos de estudiantes (“medio bobo y demasiado lánguido - o más bien
maricón…”) y la otra mitad, porque para Conde la amistad es uno de sus supremos
valores dignos de ponerse en práctica, acepta el encargo a cambio de una buena
suma de dólares. Así Mario Conde inicia su pesquisa por los barrios marginales
de la Habana y los oasis de los mercaderes de arte.
Gran parte
de la novela es dedicada a intercalar capítulos que dan extensa cuenta del
origen e identidad de la estatuilla. La Virgen de Regla, no es tal y su antigüedad
medieval la hace valiosísima ya no en términos de la fe, sino por su valor
monetario actual. Entrarán en escena diversos personajes ligados al mercado del
arte en Cuba que llevan una vida al margen de la ley y su modo de vida es
ciertamente acomodado dentro las condiciones precarias de la población en
general. Las siempre pesimistas observaciones sobre la realidad cubana de Conde
hablan ahora de un efecto colateral de la Revolución: una nueva desigualdad económica-social relacionada al
mercado negro. La frustración histórica y personal de algunos cubanos hace
necesarias estrategias de
sobrevivencia y sobre determina las relaciones personales (la amistad). Otro
fenómeno que altera el nuevo contexto cubano es la existencia de un flujo
migratorio de refugiados que añade
complejidad a la sociedad cubana: la migración de palestinos a la isla.
Mientras algunos cubanos salen o sueñan con salir de la isla, otros grupos
extranjeros vienen radicarse creando otro capas precarias de existencia:
(Los
palestinos) Están tan jodidos que trabajan como jornaleros para los campesinos que
necesitan mano de obra. Los campesinos les pagan una mierda y los dejan dormir en
sus finca y los orientales les roban todo lo que pueden…Son como los espaldas mojadas de Cuba…”
La
migración no solo es externa sino
también interna y ha creado islas dentro de la isla, especialmente en la Habana
que recorre Conde en busca de respuestas para lograr encontrar la poderosa
estatuilla. Los orientales son cubanos que se ubican en la Habana formando
barriadas casi cerradas y con sus propias reglas de juego. Esto podría estar
creando cierto sesgo regionalismo discriminatorio que ve a esto grupo de
allegados con desconfianza.
Como ya es
característico en la novelas de Padura, Mario Conde no solo es un detective
buscando la verdad sobre el crimen cometido, sino un acucioso observador de la
sociedad cubana, ciertamente pesimista y agrio, pero muy enraizado en la ciudad
que lo vio nacer y cobija.
Mario Conde
y sus otros colegas en la ficción Mario Conde comparte las características de
los detectives creados por la ficción anglosajona en el siglo pasado, representados
por Dashiell Hammett y Raymond Chandler.
El detective cubano es también casi un anti social, obsesivo y tenaz,
tiene principios inamovibles (el valor amistad, por ejemplo), gran bebedor y
fumador, y ciertamente sensualista.
La otra característica que comparte con los abuelos y padres del genero
“noir” es su conocimiento e interacción íntima con al ciudad en que vive. Ya no
se trata de San Francisco después del Primer Guerra Mundial o Los Angeles
durante la Depresión, sino la Habana, después de la gran Crisis causada por el
abandono de Rusia y el bloqueo norteamericano.
Padura
mismo admite su gusto por Chandler y algunas de sus influencias se pueden notar
en la construcción de su personaje; lo que lo hace diferente no es solo la
época y la ciudad sino sus signos culturales y los estilos de investigación.
Por ejemplo, si Chandler se detenía en describir la presencia física de una
dama de la época, se detendrá en describir su color de ojos y su mirada; Padura
le añade a esta descripción, la mirada sensualista caribeña de Conde fijándose
en culos, tetas y la mezcla étnica que tanto le atrae. Por otro lado, el
detective ya no es necesariamente un super hombre con inteligencia
extraordinaria (Holmes y Poirot, los abuelitos del género detectivesco), sino
un ciudadano casi promedio que lee transversalmente la sociedad-ciudad en la
que vive y de esto depende su éxito: corrupción policial, machismo, codicia,
represión, antagonismo social y reglas de juego impuesta por la estructura
social en la que los pobres y ricos pueden ser malos o buenos. Ya no se trata
de que el detective “conozca” la naturaleza humana (Poirot) o tenga una mente
deductiva extraordinaria (Sherlock Holmes) sino que se entienda las reglas de
juego de la sociedad en que se vive: la post guerras, la crisis financiera de
lo años 30, la Crisis de Cuba después del abandono de Rusia, la crisis política
del 68 (Taibo II). Como lo señala Alex Segura (creador del detective de Miami
Pete Fernández), el género
detetectivesco permite tocar temas sociales que todos nosotros enfrentamos
cotidianamente, los resalta, especialmente en épocas de incertidumbre política.
El detective se arroga la tarea de hacer preguntas difíciles a los sospechosos
y al lector.
Algo que
permanece en las características del detective privado desde sus antepasados
anglosajones es su obsesión por la verdad, pero se diferencian en el método de investigación: Conde, para
malestar de sus colegas, usa mucho su intuición y las premoniciones, sin
descartar su racionalismo, pero desestima la tecnología. Usa el famoso “huntch”
(corazonada) de la series de TV norteamericanas, pero más acorde a la
mentalidad latina que siempre duda de lo que es obvio, basado en la tradición de
su realidad cultural. Cabe mencionar que la literatura detectivesca en Cuba no
es nuevo y ha tenido siempre una producción amplia. La doctora Persephone
Braham, señala en su libro Crimes Against
the State, Crimes Against Persons (University of Minnesota Press, 2004)) que
el 25% de las novelas publicadas en Cuba entre 1972 y 1986, fueron novelas de
detectives. Lo que hace diferente a Padura es su calidad literaria y que Conde no es el enemigo del sistema, sino el
crítico de la ciudad en que vive, de esta forma es más un fotógrafo callejero
de lo que pasa en Cuba. De algún manera se acerca más al personaje de Taibo II,
el detective Héctor Belascoarán Shayne, quien si tiene un lectura totalmente
transversal del contexto mexicano y sí es enemigo del sistema y crítico de la
ciudad a la vez.
(*) Luis
Fernández-Zavala, autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas,
(Pukiyari 2014). Disponible en Amazon.com, PeruEboooks.com, Allá y Op. Cit. en
Santa Fe, New Mexico.