—por José Ygnacio Ochoa—
foto:letralia.com |
“El nervio poético”
es un libro que refleja el conocimiento que tiene Alberto Hernández de la
poética venezolana en Eugenio Montejo y José Barroeta. Los dibuja como poetas y
los des-dibuja como personajes porque las palabras redimensionan los mundos de
los hombres-poetas. Es como que importara poco el tiempo-espacio y se
universalizan desde la otra escritura, no desde poema, no, porque cada poema
tendrá la existencia que le confiera el lector, sino la transfiguración que el
escritor Alberto Hernández, como poeta que es también, les revela “Una sonrisa
apareció en el rostro de los hombres que guardaban luto por los ausentes”.
Hernández re-escribe
a los poetas desde un mundo ficcionado, entonces se configura como el narrador
que cuenta, valga la insistencia, el narrador los abre, no los cierra con el
análisis académico. Los desacraliza para que el lector los digiera con la otra
realidad, desde lo humano, lo frágil y lo comprensible. Los expone, no los
guarda en los anaqueles o en las páginas de los libros, no. Los redimensiona
desde la crítica-poema-narrativa:
Serán entonces poetas/personajes
o personajes/poetas importa poco, en todo caso es la consonancia con la palabra
escrutada por otro poeta que respira el gran poema conformado por la dualidad Montejo/Barroeta.
Los poetas no se
encuentran con Dios, Dios exalta la eternidad del texto, dice el narrador, que
no es Alberto Hernández pero sí el otro, el narrador, insistimos. En tanto los
poetas configuraron con sus poemas otro universo creativo. Juan Cristóbal
Castro plantea en el “Alfabeto del caos: Crítica y ficción en Paul Valéry y
Jorge Luis Borges” que: “La poesía, por el contrario, va a ser el lugar de la
posibilidad. En ella caben los juegos y los retos, las diferentes modalidades
de enunciación y enunciado. Es en su seno donde la letra se abre a distintas
formas y experimentaciones, y así se hace protagonista del texto. No queda de
esa manera sujeta a la necesidad de mostrar una verdad; es ella misma, la
“verdad”, y en sus nuevas disposiciones va a ir labrando una experiencia
inédita de sentido”. Entonces si el poema es una verdad, los poetas le
confieren ese rol protagónico a la palabra para que esta, la palabra se
convierta en el argumento del poeta. Es la palabra en constante movimiento o
mutación. Es la relación íntima entre poema hecho libro con el lector que asume
la herencia dada por el poeta y expresada por el escritor Alberto Hernández en El
nervio poético en donde: “CADA POEMA ES ÚNICO. En cada obra late, con mayor
o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema...” Creemos
que todo es emoción. En El nervio poético las palabras adquieren
independencia desde que el escritor las ubica en el texto. El texto único en
constante mutación, cada lectura es un cambio. La palabra por sí sola es cuerpo
y significado, la palabra con sus múltiples combinaciones es alma y significante.
En esa composición
se centra Alberto Hernández en El nervio poético y el narrador en
primera persona es quien materializa el universo de significantes:
“LAS PALABRAS ME
BROTAN DE LAS MANOS. Emergen silenciosas por los ojos y se posan sobre la pared
que me mira y me dicta con una voz casi inaudible lo que ahora no puedo colocar
en el papel.”
el escritor Alberto Hernández.foto:contrapunto.com |
Las palabras
puestas en El nervio poético son una rebelión de las formas establecidas
y aunque ya lo habían aplicado Paul Valéry y Jorge Luis Borges, en este caso, Hernández
lo redimensiona con los poetas Montejo/Barroeta. Es una apuesta válida.
Hernández no separa, en todo caso une con la palabra las diferentes formas
discursivas y producto de ese ejercicio obtiene un libro polifónico, pues los
sonidos del ensayo, crítica, narrativa y poesía se conjugan en El nervio
poético. Es la suma de su experiencia sensible por la escritura que
transmite una suerte de ondas continuas dispuestas a llegar a un destino: el
lector.
La palabra (no es
de él, jamás, es de los lectores) es dignidad espiritual. La palabra no vacila,
es transgresora y valiente: El poema respira y funda otra realidad tanto en
espacios como en momentos puntuales en la historia de los poetas y en
consecuencia en una Venezuela que respira literatura. Facilita el cuadro
dialógico entre los poetas en primera instancia y luego une las historias no
solo de estos dos poetas referenciales, sino que mueve y escruta a otros
poetas.
Hernández une
poetas como espacios en su memoria, ríos con sus caudales y puntos geográficos
(Mérida o la Cordillera de los Andes, La Culata, Valencia, Patanemo o Puerto
Cabello, el Delta del Orinoco, Trujillo, Caracas, Catia, Margarita, Pampanito o
un decadente burdel de Maracay, Choroní, Puerto Malo, París, Galicia, Islas
Canarias, Barcelona, Salamanca, Madrid, Las Malvinas, México entre otros).
Lugares que parecieran disímiles, pero el poder de la palabra acorta tales
distancias: “EL MAR DE LISBOA va y viene en los ojos del hombre que advierte la
presencia de Güigüe en la mirada perdida.”
Sucede entonces que
en la vida acontecen situaciones que marcan a sus protagonistas como la muerte,
viajes o separaciones, pues, acontece igual con las palabras, ellas, las
palabras contienen una clave y ello está en su aplicación. La palabra se
redescubre constantemente con la presencia de la polisemia como rasgo
fundamental. La palabra se reinventa en cada lectura. La palabra tendrá un
sentido especial en el libro de El nervio poético porque el poeta-escritor
se deja conmover por un caudal de nuevas significaciones. El libro se va
haciendo y las palabras se van convirtiendo en una figura nómada, recorren
distancias, lugares y memorias de las ciudades y de los poetas y sobre todo se
fusionan ideas y formas discursivas como el país. Los poetas entonces van por
el mundo, como se afirmó antes, pero regresan al país:
“VENEZUELA ES UN
PAÍS AGRESIVO, amoroso, duro y blando. Engreído y sumiso. Levantisco y
pacífico. Loco y desmemoriado. Venezuela es el poema que nunca ha dejado sobre
la mesa. El trópico es absoluto, radical y embustero, breve y largo, eterno y
temporal. Venezuela es una planta a punto de secarse, pero también una semilla
que brota.”
Estos poetas,
insistimos, recorren su país de origen pero igual transitan por el mundo y
vuelven para instalarse en otro mapa, un mapa único porque no es una mera
enumeración de acontecimientos. Es una mirada sin ambigüedades donde “coexisten
los instantes del pasado y del presente.” Es una mirada que se trastoca, se
pelea y se reconcilia: “parezco un animal surrealista. Tengo cara picassiana.
Cara de rombo. Cara de culo. Cara de infame. Las palabras pelean, se golpean
unas a otras. Aparecen dientes, uñas, rasguños, heridas inmortales, sangre
cuajada sobre unos ojos marchitos. El poema ronda la alcantarilla de la próxima
cuadra.” La palabra, ella misma se critica y se cuestiona, se vomita y luego se
lame para buscar su esencialidad:
“Cierro el libro y
tomo rumbo a casa. Con esas palabras me calmo. Me reconcilio con lo que veo.
Con lo que espanta mi espíritu. Sigo hasta el ruido de otros mundos.”
foto:JuanMartins.@estivalteatro |
Nos atrevemos a
afirmarlo en este instante El nervio poético es el Ars Poética de
Alberto Hernández, el hombre que anda y desanda con sus duendes. Entonces la
palabra en Hernández alcanza la transparencia, la emotividad y su independencia
y en consecuencia su autonomía de significantes: el sonido vital de la palabra.
Alberto Hernández
es como el músico que marca el compás o la clave para que luego: “la poesía
recupera el todo y lo hace visible”, entonces en “El nervio poético” la
tonalidad emotiva invade los sentidos del lector para hacerlo parte de su juego
amoroso.