—por Alberto Hernández—
“Esta novela fue
escrita hace veinticinco años. Quedó en precarios borradores mucho tiempo.
Manos devotas e inolvidables que consumió la muerte copiaron aquella escritura
borrosa y atormentada cuyo mísero papel se iba en pedazos. Ni la época ni el
horror de los días que la gestaron y nutrieron han tenido el poder de reflejarse
en ella: ¿llanto? ¿sangre? ¿sudor? –líquidos repulsivos e incongruentes:
además, son pegajosos. Y el lector de ahora ya tiene bastante con sus
conflictos por devorar para que le ofrezcamos de pasto los de generaciones pasadas.
Reclamaban los
Ábila, desde el cajón de un mueble o
viajando en el
fondo de una maleta por las más extrañas latitudes, su “espacio vital”. Y como
eran de aquí, aquí he venido a traerlos y a dejarlos para siempre. Es absurdo!
No hemos querido sembrar sino cosechar; apenas si enterramos a los muertos…Y
Juan de Ábila no es cadáver de importación. Pertenece a su patria, es de ella: fatal,
inexorablemente”.
El autor (J.R.P.)
Caracas, diciembre de 1946.
1.-
He querido comenzar
con esta nota como epígrafe, suerte de epílogo, que José Rafael Pocaterra trazó
al cierre de esta novela (pero que se siente como parte de la misma historia),
poco citada por la crítica y por los lectores que una vez tuvo, y cuyo
contenido nos representa desde un tiempo lejano, opaco, que no deja de ser éste
que hoy vivimos. “La casa de los Ábila” fue escrita en la celda número 42 de la
terrible mazmorra gomecista de La Rotunda entre 1920 y 1921. En el volumen de
la Editorial Élite (1946), de 370 páginas, nuestro narrador dejó plasmada la
Venezuela que no hemos podido superar como ciudadanos, la que aún se mantiene
con una camisa de fuerza sometidos sus habitantes por el caudillismo de un
republicanismo parroquial, porque si bien es verdad que logramos superar
algunos escollos políticos, culturales y educativos durante 40 años del siglo
XX, también es cierto que la semilla de la dispersión, de una genética
sospechosa, nos ha retrocedido a la Venezuela que José Rafael Pocaterra dibuja
en esta imprescindible historia.
Pocaterra es
ponderado por muchos académicos, historiadores, profesores, escritores y
lectores, pero dificulto que esta novela suya haya tenido el nombre y apellido
de alguien que la haya puesto en el lugar que realmente merece. Es una obra
extraordinaria, de una prosa que si bien está apegada a una época, registra una
belleza y exactitud magistrales. El lector que la busque y la encuentre no
podrá despegarse de esta pasión narrativa. Espacio, tiempo, personajes,
diálogos: la tensión se mantiene hasta el final. Es una novela que relata
nuestras vidas pasadas, las de los que nos precedieron en bondades y pecados,
en éxitos y fracasos. Es una novela venezolana, como los cuentos, ensayos y
reflexiones del autor valenciano de Carabobo. Es la novela de una sociedad
atada a convencionalismos sociales, culturales, religiosos y políticos. Es la
novela de todas las caras de aquellos días de sombríos comportamientos, sobre
todo de una emergente burguesía que se amparaba en el poder militar. Es la
novela de la desintegración familiar por la conducta desviada de sujetos
corrompidos, cómodos, vividores, desleales, confirmados luego por la ruina en
que ellos mismos se convirtieron y convirtieron a parte del país. Es la novela
de la Caracas emergente, entre el clima rural y el aspaviento urbano. Es la
novela de la tierra, de la profunda tierra que Gallegos y otros también
descubrieron luego. Pero es una novela que va más allá de los arquetipos. Es
una novela psicológica, sociológica, política, que deriva en total por la
complejidad de la misma realidad contada. Es una novela realista, amparada en
un discurso bien trazado, con hermosos pasajes poéticos. Es una novela que pide
lectores hoy, sobre todo aquellos lectores que están atascados en el país de
este instante, disminuidos por la “presentidad”, alejados de su pasado
histórico y cultural. Es una novela –considerada vieja- que se renueva con la
mirada de un lector cuya agudeza vaya más allá de cánones o celos académicos.
Es una novela lineal con saltos temporales en los que se puede avizorar la
novela futura. Novela que contiene rasgos estructurales de muchas excelentes
novelas europeas.
2.-
Subrayar,
encontrarse con tantos temas, momentos, perfiles, decisiones de lectura que
tomar para acercarse al legado ideológico/ narrativo de Pocaterra.
Ese afán personal
de subrayar, marcar la lectura, sincopar el momento y dejar que personajes y
asuntos guíen la búsqueda, el placer de saberse imbuido en una historia, en ser
también como lector protagonista o testigo de tragedias, convulsiones,
revelaciones. En esta novela se juntan muchos de esos tiempos y espacios que
enmarcan un país, ese país al que retornamos mientras nos quedamos instalados
en las páginas de una novela, de esta específicamente.
Destaco en esta
nutrida historia del autor venezolano, el humor, la ironía política. Van
algunos ejemplos para ilustrar la calidad de su trabajo:
“Sólo la vieja
Anastasia clavó su Virgencita de Lourdes en la cabecera de su catre, entre un
retrato del “mocho” Hernández y el daguerrotipo en latón del niño Juan Domingo
con el pipí de caracolito” (p. 97).
“Y Papá-Teo con un
litro de brandy en las rodillas, escorchándolo aconsejó risueño: -Por el
momento ya éste es un ser bebiente!” (p. 161).
“…temió que su
papá, enfrascado en una discusión de óperas por allá, con otros viejos
filarmónicos, se percibiera de algo…” (p. 133).
“…esa primera
estupidez de los sentidos que tanto se confunde con la admiración…” (p. 112).
“…y el que lo diga
puede soplarse un rotundazo…” (p. 262).
La mujer como tema:
“Porque para mí el
único defecto que tienen las mujeres venezolanas es que se parecen demasiado a
los hombres…” (p. 164).
La tragedia, la
muerte en el personaje Florita, traduce el dolor desde la sintaxis honda de
quien ve de cerca la anécdota del desgarramiento:
“Hubo un alarido
horrible…Al pasar Florita junto al trapiche, resbaló con las melazas, metió el
brazo para apoyarse en la caída y el engranaje había hecho presa en la manga
arrastrándola hacia la trituración formidable de las masas.
El grito de horror
de los que metían la caña respondió al de ella; y en la confusión del instante
quedáronse todos, peones y maquinistas y fogoneros, mirando aterrados cómo de
aquel pobre montón de carne, de cabellos y de zaraza hacían las muelas un lío
sangriento, salpicando de sangre a diez varas…” (p. 187).
Las imposturas,
poses y cursilería de una sociedad inflada de dobleces forma parte de muchas de
las páginas de esta novela, en personajes que dibujan a cierta “casta” criolla
que aún pervive en sujetos adosados al poder, cuando muestran una riqueza mal
habida a través de extraños negocios con los dineros públicos:
“-Lo mismo que el
entierro –dijo Inés- por ese lado estoy contenta: es el más bonito y mejor que
ha habido en Caracas.
El fotograbado del
túmulo apareció en las revistas: “Nuestra Necrópolis monumental y aristocrática.
Mausoleo de la familia de Ábila.
Se organizaron
excursiones especiales con “los íntimos” para ir al cementerio a contemplar la
obra”, y sin falta alguna, el adulante de turno:
“-Se acabó la tumba
de Crespo…” (p. 256).
Por supuesto, la
política, el enjambre de “notables” que hicieron posible la presencia del
último caudillo y luego del único que se mantuvo solo en el poder, Gómez. La
geografía, el mapa que ha comenzado a ser repartido De esa sociedad emergen
matrices como esta:
“-Pero, ¿y los
ingleses en Guayana, chico?
Tiró encendido el
fósforo y concluyó vivamente:
-Era una región
lejana, deshabitada; muy pocos conocían la importancia de las bocas del Orinoco
entonces; el asunto cayó enun mundo declamatorio, encendido de controversias
políticas. Se consideró el punto sobre un plano sentimental, romántico; ese
misticismo que en la vida de ciertos pueblos y de ciertos hombres les hacía
asumir una actitud interesante, quejumbrosa, melenuda y que hablaba de la
“pérfida Albión” en política internacional como del “hado adverso” en
literatura. En el fondo no les dolía un carrizo ni les duele. Nuestra eterna y
empírica cuestión exterior con los dos o tres grandes países que importan es la
modalidad falsa de nuestros desastres en casa…” (p. 155).
Y luego:
“Ese remedio,
querido, cuando los que están ya preparando el terreno se metan aquí, cojan lo
positivo y nos dejen recitar versos y ocuparnos en hacer revoluciones o sufrir
largas dictaduras, siempre, naturalmente, poniendo coronas a los próceres y
hablando de Bolívar…(p. 156).
“…Del pueblo
soberano morían como moscas. Una cosa infinitesimal, invisible, su majestad el
bacilo, asumió la dictadura (…) A los muertos “decentes” los desentierran
cuando se van los deudos y luego revenden la urna (…) Porque las urnas estaban
carísimas. No había economía dirigida, ni médicos en servicio suficiente…” (p.
344).
No podía faltar el
perfil del venezolano, tan diestro en tratar de encubrirse:
“-Ten calma. ¡Mira
que el gran defecto de los venezolanos es que nunca sabemos “empezar”!...
Ahora comprendía el
sentido de aquel “empezar”. (p. 302)
Un guiño, el
petróleo:
“-A propósito de
“El mene” –recordó de repente- ¿es muy lejos de aquí?
-Sí; está retirado…
-Es que tengo mucho
interés…quisiera ver eso (…)
-¿Y tú crees que
eso tan hediondo sirva para algo bueno. (p. 303).
3.-
La narración
precisa, directa, a veces metafórica, muestra una belleza inusitada. Nuestro autor
en sus “Cuentos grotesco” es poco sutil. Precisamente, su “grotesquidad” tiene
la intención de mostrar el lado más oscuro del ser.
En toda su obra
creativa, Pocaterra devela la condición humana del venezolano de la época que
le tocó vivir. En muchas ocasiones se valió de la poesía para sumarle a su
labor el lado transparente de su talento verbal.
Algunos ejemplos:
“A la lumbrarada
distinguíanse miserables, como negras hormigas, aquel puñado de hombres que
iban a combatir el elemento formidable en una soberbia de luz y de color. (p.
200).
“Le hubiera sacado
los ojos a ella; pero contestó a su saludo con una sonrisa tetánica…” (p. 261).
“Había a ratos un
profundo olor a violetas, a mujer desnuda” (p. 269).
“Treparon alegres,
trochando, la otra ladera; atravesaron un bosquecillo, y ante ellos, bajo las
últimas ramas, como tras de una viñeta, se extendía, inmensa, la línea
verde-gris de las llanuras…Por ellas marchan hasta el anochecer (…) El amarillo
se torna luego ocre; más oscuro el verde, más gris el zafiro; la bruma lejana
comienza a ennegrecer; y en un espacio limpio revienta el botón de un lucero
que cae temblando en las lagunas…”. (p. 283).
4.-
La gran metáfora de
esta novela es Venezuela en la casa de una familia adinerada caraqueña que cayó
en la miseria. Como en la mayoría de sus escritos, Pocaterra se vale de la
historia para recrear su ficción. En este caso, una pequeña porción de
venezolanos que habiendo sido opulentos, “safriscos”, arrogantes y soberbios,
logran arruinarse por el dispendio de placeres y vanidades. Juan de Ábila, el
joven protagonista, en no amado por la familia, el tonto como lo calificaban,
el que se dedicó a trabajar la tierra de su padre, en medio de tragedias y esfuerzos,
sacó de la miseria la casa, abandonada, sola, luego de la muerte de quienes la
había destruido.
Esta es la novela
de nuestras verdades y mentiras. Es la novela que debe ser leída en estos
momentos cuando la casa que habitamos ha sido invadida por quienes la han
exprimido hasta convertirla en una ruina.
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