—por Gregory Zambrano [*]—
La trilogía
"El cruce de Roppongi”, del escritor colombiano Rafael Reyes-Ruiz, está
integrado por las novelas Las ruinas (Ediciones Alfar, Sevilla, 2015), La
forma de las cosas (Ediciones Alfar, 2016), y El samurái (La Pereza
Ediciones, Miami, 2018). El conjunto tiene que ver con diversas búsquedas:
viajes, espacios exóticos, extravíos, desencuentros amorosos y una exposición
cruda de los vaivenes humanos convertidos en obsesión: el tráfico ilegal de
personas.
En Las ruinas,
Tomás Rodrigues, un profesor colombiano de origen portugués, encuentra por azar
a una joven mujer que es el retrato vivo de Mónica, su antigua amante. Este
ejercicio de doppelgänger encaja perfectamente en dos destinos que se habían bifurcado
y que ahora parecen encontrarse: la antigua relación amorosa, que de repente
vuelve al presente confuso del narrador, y la traducción de un documento
portugués del siglo XVI, que lleva a Tomás por otros caminos a encontrarse
consigo mismo, pero por una vía impensada.
El marco de esta
historia, en principio cosmopolita, recala en hechos históricos sobre la
llegada de los portugueses a Japón, en el siglo XVI. Pero también acerca de la
trata de personas en Tokio, los mundos oscuros de la gran ciudad, con una
mirada antropológica que va indagando en distintas capas de la sociedad
japonesa: la inmigración, la industria del sexo, los bajos fondos del barrio de
Kabukicho, la “zona roja del distrito de Shinjuku”. Es una historia trepidante,
de intrigas, de laberintos engañosos, que se resuelve a manera de un policial
juntando las piezas de un rompecabezas.
La segunda novela, La
forma de las cosas, narra los avatares de Javier Pinto, un hombre poseedor
de un talento natural para narrar y que aspira convertirse en escritor.
Mientras divaga en lo que será la elección de su vida laboral, se topa con su
destino, pero a través de otra forma de relacionarse con el lenguaje: la
traducción. Y el paso entre lenguas es también un viaje entre geografías
remotas: Tailandia, Japón, India, Macao. Una historia palpitante que involucra
secretos sórdidos, de personas, familias y linajes, que se van revelando con
giros de tuercas e inesperadas conexiones.
La historia de los
personajes atraviesa también por traumas y revelaciones, a través mundos
oscuros, detrás de una aparente normalidad, donde el tráfico de personas,
identidades ficticias y simulaciones, van sumergiendo al lector en un mundo
cerrado, y al mismo tiempo fascinante, por el modo como se solapan las pistas
falsas, las conjeturas y la búsqueda de certezas que mueven a sus personajes,
todos desarraigados, y que se problematizan en medio de las coyunturas de su
condición migrante.
El samurái completa la trilogía. El narrador está en San Francisco,
California. Allí le acompaña Elena, su novia, que vive obsesionada por conocer
la identidad de su padre, un japonés de quien apenas tiene algunos datos, pues
su madre se ha cuidado de enterrar el pasado. Convive en un entorno amistoso,
con antiguos compañeros de estudio, y otras parejas, como Felipe y Lydia, Lisa
y Verónica. Ella planea ir algún día a Japón en busca de respuestas
relacionadas con su origen. Pero un hecho fortuito ocurre una noche, cuando ve
a un hombre que se parecía al personaje del samurái, interpretado por Alain
Delon en una película homónima (Dir. Jean Pierre Melville, 1967, exhibida en
español como El silencio de un hombre), le produce una “corazonada”. Su
intuición le hace pensar que ese hombre podría ser su padre.
Con un discernimiento
policiaco, comienza a juntar los retazos del rompecabezas, las imágenes de la
infancia; una vieja fotografía de un set cinematográfico y los rasgos confusos
de un actor allí retratado, se convierten en las pistas que ha de seguir hasta
llegar a Japón con lo que entonces cree que son certezas.
Aquí entra en
acción Javier Pinto, un personaje que atraviesa la trilogía. Pinto vive en
Yokohama, es periodista y trabaja en la oficina de Hajime Ogawa, contratista de
una importante escuela de idiomas, de relaciones un tanto oscuras y
misteriosas, pero que mantiene nexos laborales en distintos países. De alguna
manera Pinto funciona como un disparador de la consciencia espacio-temporal que,
en esta novela, funciona como un engranaje en las búsquedas y anhelos de los
personajes y sus derroteros alucinantes.
El narrador de El
samurái, Ricardo, es un colombiano, cuya prima, Adriana, se había insertado
laboralmente en la comunidad japonesa como enfermera, pero siempre está presente
la sombra de la sospecha de que hubiera podido ingresar para trabajar como
prostituta.
Una oficina de abogados
de San Francisco investiga la trata de mujeres en Tailandia, Macao, Singapur, Colombia,
Chile y México. El contrato de trabajo que acaba de obtener Ricardo, lo pone en
contacto con una interesante mujer: Miryam, quien lleva a cabo las
investigaciones. Y allí se conectan los caminos que ponen en contacto dos
búsquedas paralelas: la del narrador a su prima Adriana, y la de Elena a su
padre. En ambos casos, la búsqueda funciona como un Leit motiv que lleva a los
protagonistas a Japón.
Poco a poco se van
revelando los mundos oscuros de la trata, y desfilan personajes secundarios,
bastante oscuros. Margarita es una colombiana, víctima de la trata, llevada a
Japón desde Bogotá, pero que pretende ocultar detalles de su vida en el
interior de la mafia: el papel de las “manillas", como se dice de quienes
se ocupan de controlar directamente a las mujeres obligadas a trabajar como
“damas de compañía”, o en los centros de prostitución. Margarita también es un
personaje clave, en el que convergen tanto la historia de Adriana como la de Hiroki
Ibuke, conocido en los bajos fondos como Ibuke-san, el supuesto padre de Elena.
La trama revela las
sospechas de cómo Adriana pasó de ser una posible víctima de la trata a
victimaria, al convertirse en "manilla", después de atravesar las
vicisitudes del negocio. Es una persona que no quiere ser encontrada y menos
aún rescatada: “Todos vamos armando nuestro rompecabezas a nuestra manera,
buscando aquí y allá el terreno que conocemos o podemos ver".
Todas las pistas
apuntan hacia el nombre de Ibuke-san, pero en el transcurso de la historia,
aparece otro hombre, Toro-san, quién tal vez sería el rostro no oficial de
Ibuke-san. Su alter ego, o tal vez, un desdoblamiento de padre-hijo.
¿Será Ibuke-san al
mismo tiempo el padre de Elena y el responsable de la trata de mujeres? ¿Será
el mismo actor fracasado, y productor cinematográfico frustrado, convertido ahora
en un exitoso traficante de personas? ¿Será el mismo hombre que vive en
escenarios paralelos y donde tuvo esposa e hija, que no quiso reconocer? ¿Hay
una triangulación entre un litigio que se sigue en Macao, un negocio de turismo
sexual en Tailandia y el tráfico de mujeres en Japón? ¿Ibuke-san tenía otra
vida en Tailandia, se habría casado y tenía dos hijos adolescentes?
El rompecabezas
finalmente hace coincidir las piezas: descriptivamente, todo conduce al mismo
destino y el mismo hombre, pero aún faltan respuestas que lector tendrá que encontrar
para resolver los acertijos. No vamos a exponer los “spoilers” de esta trama,
pero ahí están algunos de los elementos determinantes de las historias
cruzadas, para los lectores sabuesos.
En el cruce de
Roppongi, en Tokio, Ricardo ve a un hombre que podría ser su doble. No alcanza
a hacer contacto con él, pero su memoria se activa y maneja un cúmulo de posibles
coincidencias. Poco tiempo después, en un encuentro fortuito con este mismo
personaje, se despliega una trama paralela de búsquedas, de retazos afectivos,
de personas que fueron importantes en el pasado y cuyas vidas, efectivamente, se
habían cruzado en un punto geográfico distante, Goa, en India, espacio ya diluido
entre los recuerdos.
El samurái hurga en la memoria, en las suposiciones, indaga en la
fortaleza de las relaciones amistosas y en la fugacidad del amor. En todo caso,
muestra al hombre que se busca a sí mismo, llegado a un punto de la vida en el
que los recuerdos personales se funden con los recuerdos de los personajes, y
de pronto nos encontramos frente una meta-novela que se está escribiendo ante
nuestros ojos. La historia queda suspendida, abierta, y tenemos la certeza,
como el narrador, de que “para continuar tendría que tomar el hilo de otras
historias, de otras vidas, y eso significaría abrir otras puertas, y seguir
otros caminos”.
Esta trilogía describe
diversas crisis del sujeto contemporáneo. Sus frustraciones, la inconformidad,
la soledad, la necesaria búsqueda de mejores condiciones de vida que obligan a
la migración. También son constantes las referencias a los medios audiovisuales,
las redes sociales, el cine y la fotografía, el arte plástico, la literatura y la
música, todo ello matizado por sutiles referencias a la historia pasada y
contemporánea, elementos que enriquecen la dinámica de la narración.
Con estas tres novelas,
su autor, Rafael Reyes-Ruiz cierra un ciclo que lo ha llevado a explorar las
potencialidades del lenguaje ficcional. A su trabajo como antropólogo, suma su
labor como editor en revistas especializadas, en geografías disimiles como
Japón, los Emiratos Árabes y Estados Unidos. Esta nueva faceta de su trabajo
intelectual lo revela como un excelente narrador, que aprovecha
elementos de su propio tránsito por estas distantes geografías y combina muy
bien situaciones ficticias, pero absolutamente verosímiles, para llevarnos como
testigos de la búsqueda de distintos seres que por avatares del destino
tuvieron que salir de su país y se reencuentran con situaciones inesperadas, a
veces absurdas, a veces paradójicas, pero siempre sugestivas, que nos permiten
una mirada distinta sobre la vida de latinoamericanos inmersos en lo más
exótico de los mundos orientales.
Tokio, marzo, 2019
[*] Gregory
Zambrano (@gregoryzam) es crítico
literario, profesor e investigador en la Universidad de Tokio.
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