Por
Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)
El
escritor no trata de entender a sus personajes.
Los
siente y los acompaña.
A.
Cueto, La piel de un escritor (2017)
El autor peruano Alonso
Cueto, miembro de la Academia Peruana de la Lengua, ha publicado catorce novelas
desde 1995 hasta el 2019. Es especialmente conocido por títulos como El
tigre blanco (Editorial Planeta 1985), La hora azul (Anagrama 2007) -a la cual
le hicimos una reseña para este blog-, El susurro de la mujer ballena
(Editorial Planeta 2007), Grandes miradas (Anagrama 2008) -que fue
llevada al cine con el título de Mariposa Negra. A lo largo de su carrera literaria ha
recibido varios premios entre los que destacan: premio Wiracocha 1985, Anna
Seghers 2000, el Premio Herralde 2005 y Alcobendas Juan Goytisolo 2019.
Alonso Cueto acaba de publicar La
Perricholi. Reina de Lima (Random House 2019, 443 pp.), después de un arduo trabajo
de investigación y elaboración que le demoró ocho años. Resalta en la
producción de esta voluminosa obra una carátula realmente atrayente con el
diseño gráfico de una tapada limeña con grandes y enigmáticos ojos que nos
sugieren misterio, intensidad y sensualidad. El texto ágil, simple y sin trabas
en base a fragmentos de mediana y corta extensión, permite al lector transcurrir
fácilmente por el entramado mundo colonial limeño de finales del siglo XVIII y
la vida azarosa e intensa de Micaela Villegas, la Pericholi.
"A los dieciocho años, el
cuerpo de Micaela se había perfilado en una escultura pequeña y precisa. Aun
cuando no era alta, su espalda recta la hacía parecer siempre por encima del
mundo. Tenía ojos atentos y sensibles, de una oscuridad fulgurante, capaces de
registrar el menor movimiento y de procesarlo rápidamente de acuerdo a sus
deseos y necesidades".
La acción es narrada en tercera
persona con una voz que se torna lírica a momentos, especialmente en el epílogo.
Llama la atención un recurso literario usado por el autor, quizá con la
intención de añadir intimidad al texto, al mezclar la voz de los personajes con
la voz del narrador. Esto que puede causar confusión al principio, donde
normalmente se podría esperar un diálogo precedido o seguido de un comentario, no
altera la fluidez del texto una vez que el lector recapacita inicialmente sobre
este recurso estilístico para discernir sobre quién está hablando y en qué
contexto.
Escribir sobre Micaela Villegas
(la Perricholi, la pequeña joya o la perra chola) será siempre especial y
difícil porque hay mucho de mito en el imaginario popular y escasas fuentes documentales.
El desafío que enfrenta un trabajo de ficción de esta naturaleza es doble: por
un lado, presentar el contexto histórico sin exagerar en los detalles (imagino
la inmensa cantidad de información procesada) y por otro lado, presentar la personalidad
específica de los personajes actuando dentro de este contexto histórico, sin
caer en lo obvio o trivial. Recuérdese que el escritor de ficción no reemplaza
al historiador, ni al periodista y que su función está más bien ligada a la
creación de pinceladas de emociones.
El autor resuelve este desafío
presentando toda la vida social colonial concentrada en los paseos y algarabías
al rededor de la plaza mayor de Lima: carruajes, esclavos, vendedores de chicha
y verduras, exhibición de joyas y vestidos se mezclan, con el sonido de las
campanas, con los olores de comida,
frutas y vegetales, las acequias y los desagües. Olores y sonidos son
presentados y repetidos a lo largo de la novela para dar cuenta del barullo del
ambiente colonial. El sonido de las alhajas de los señoronas, por ejemplo, muestra
lo superficial y estratificado de la sociedad colonial: cuanto más ruido puedan
hacer con las joyas, mejor alcurnia se puede proyectar. Frente a este despliegue
sonoro y oloroso, Cueto impone el ruido de los pasos firmes y apurados de la
Perricholi[1].
Ella es una mujer diferente que no es aceptada socialmente por la élite
colonial porque no ser peninsular, sino criolla, porque ella trabajaba (cosa inusual para las
señoronas de la colonia), primero como artista de teatro y luego como una
suerte de empresaria, dueña de un molino y de una sala de teatro, y porque, he
aquí el gran pecado social que altera la tranquilidad de la sociedad limeña, se
había convertido a sus dieciocho años en la amante oficial y pública del virrey
sesentón, con el que tiene un hijo. La novela no entra en los detalles íntimos
de la relación, más allá de la atracción mutua, donde una persona pone la
juventud y la otra el status-poder. Pero para ambos, pareciera decirnos el autor,
las reglas del juego estaban claras, por lo tanto, no hay víctimas en esta
relación asimétrica. Si la relación era por conveniencia material o sexual o si
ambos estaban juntando soledades, o si Micaela buscaba al padre que perdió
desde muy niña, o si, por último, su relación fue producto de todo estos y
otros factores, nunca lo sabremos porque el autor no entra a fantasear en esta
íntima dimensión personal. El camino que toma Cueto es menos arriesgado
literariamente, presentándonos a una Perricholi rompiendo pesadas reglas
sociales, pensando en su propio interés y actuando su odio/amor por esa misma
sociedad que la condena y discrimina.
Se podría decir que el autor opera en su narrativa como un
videógrafo de la calle donde ocurre mucha de la acción y reacción de la
sociedad colonial: la novedad de los nuevos cafés, la asistencia al teatro, el
mercado, la iglesia como centro social, etc. Es en estos lugares en que podemos
descubrir a Micaela actuando en una sociedad altamente estratificada y cerrada.
"Entraba en esas calles
cargadas de perfumes y pregones, de sonidos de mulas y ruedas, de olores
pestilentes y trajes luminosos y de religiosos acorazados por el hábito negro y
blanco, avanzando hilos curvados de humo...Fiestas y silencios, perfumes y
pestilencia, el arco iris y las sombras: Lima".
El mundo colonial estaba
cambiando y Micaela también Cueto da cuenta de la atmósfera de cambio - aunque
tenue - que se vivía a finales del siglo XVIII en el virreinato, donde ya
venían apareciendo, sobre todo en Lima, las nuevas ideas políticas francesas
que la administración colonial veía como peligrosas. La actitud de Micaela se
engarza fácilmente con estas tendencias dado su espíritu libre, el ambiente
bohemio en que se movía y su identificación con el territorio en el cual había
nacido. La forma que el autor presenta estos cambios emergentes es más que nada
simbólica, introduciendo la presencia del científicos e intelectuales dentro de
los círculos sociales de Micalea. En una sociedad tan minúscula y claustrofóbica,
intelectuales, artistas bohemios y científicos bien podrían haber frecuentado el
Corral de Comedias o podría ser que algunos de estos hombres con nuevas ideas
hayan recalado en una de las tertulias que a menudo se daban en la casona de
Micalea. Por ejemplo, Hipólito Unanue, fundador del Mercurio Peruano, y prócer
de la Independencia, genera en Micaela una especial atracción. Las pocas páginas
que el autor le dedica a estos deseos no concretados de Micaela, pretenden
poner a Micaela como una mujer abierta a las nuevas ideas políticas. Otra
escena similar se presenta con la visita que hace Micaela al independentista
prisionero Francisco de Zela. ("...Nunca había un rostro tan altivo...Se
sintió atraído por él y trató de disimularlo moviendo el abanico".) Micaela sensualiza su atracción por los hombres
que encarnan una visión de cambio.
Para corroborar esta atracción
liberal, Cueto nos cuenta que su hijo Manuelito (hijo del virrey Manuel de Amat
y Junyen Planella Aymerich y Santa Pau) años después, sería uno los signatarios del Acta de Independencia. Es
comprensible que, dada la influencia de Micaela sobre su hijo, las ideas independentistas
podrían haber germinado en él dentro del hogar de Micaela. Para añadirle
dramatismo y mostrar la influencia materna, Cueto nos cuenta que el otro hijo
que el virrey Amat tuvo con una señorona, fue el que fusiló al héroe y poeta
independentista Mariano Melgar. Dos hijos ilegítimos, dos diferentes madres,
dos opciones políticas diametralmente opuestas.
La novela está bien llevada si
nos atenemos a lo que el autor pretendía desde el principio: seguir, caminar
junto con Micaela, sin tratar de explicarla. El lector se va a enamorar del personaje,
pero no aprenderá mucho de la convulsión de sus conflictos internos, pero sí
quedará claro que ella sabía lo que quería, y que lo consiguió.
(*) Autor de El guerrero de la
espuma y otras tantas despedidas (Pukiyari 2014) y El hotel que la habitaba (Pukiyari
2019), colaborador en la antología Lo que tenemos en común (Pukiyari 2019). Disponibles
en Amazon.com.
[1]
El autor comete el desliz de referirse al HUAYRURO, como "piedra",
cuando sabemos que es una semilla. Éste formaba parte del vestuario de Micaela,
según el autor.
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